El negocio de los premios literarios

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Los premios literarios se están devaluando por su proliferación y por la injerencia de intereses comerciales, dice Alan Riding en «International Herald Tribune» (28 octubre 2004).

Para un escritor, la concesión de un premio literario supone el reconocimiento a varios años de trabajo y también el salto a la fama. «Pero aunque los galardonados salen con aplausos y un cheque -señala Riding-, los verdaderos promotores y beneficiarios de este ritual son otros. Ahora que las ventas de libros bajan en casi todas partes, la industria editorial necesita desesperadamente esos premios para rodear con una aura de emoción el tambaleante mundo de la ficción literaria».

La temporada de premios se ha abierto con el Nobel de Literatura, que ha recaído este año en la escritora austriaca Elfriede Jelinek (ver servicio 135/04), poco conocida fuera del ámbito de habla alemana. Dos semanas después, Alan Hollinghurst ganó el premio británico Man Booker con «The Line of Beauty». En noviembre llega el turno de un abanico de premios literarios franceses y de los National Book Awards en Estados Unidos. Luego seguirán el del National Book Critics Circle o los Pulitzer en Estados Unidos, los Whitebread y el Orange en Gran Bretaña para escritoras, el Impac Dublin Literary Award en Irlanda, y otros muchos menos conocidos, para obras de toda clase, desde biografías y novelas de intriga hasta guías de viaje o libros infantiles. «Solo Francia, se dice, tiene 1.150 premios literarios».

Los grandes premios copan los titulares de prensa. Quizá por eso los editores alemanes han anunciado recientemente la creación del Premio del Libro Alemán, inspirado en el Man Booker y el Goncourt (Francia). Stefan Aust, redactor jefe de la revista «Der Spiegel» -uno de los promotores de la idea-, está convencido de que el premio contribuirá a «fortalecer la cultura de la lectura en Alemania». «La lectura, claro -comenta Riding-, pero lo que las editoriales realmente pretenden es vender libros».

«Para la industria editorial, naturalmente, el verdadero prestigio de un premio se mide por las ventas que genera». Según este criterio, el Man Booker es muy prestigioso. Del título ganador el año pasado, «Vernon God Little» (ver servicio 58/04), de D.B.C. Pierre, se han vendido cerca de medio millón de ejemplares en Gran Bretaña; de «Vida de Pi» (ver servicio 86/03), de Yann Martel, galardonado en 2002, se han vendido 1,75 millones de ejemplares en todo el mundo. Antes de ganar este año, «The Line of Beauty», novela de tema «gay», no había tenido más que 13.000 compradores; inmediatamente después, la editorial imprimió 30.000 ejemplares más. Otro caso muy comentado es el del National Book Award (EE.UU.) de este año en la categoría de ficción. El jurado ha seleccionado como finalistas a cinco escritoras poco conocidas de Nueva York; dos de las novelas son las primeras de sus respectivas autoras, y ninguna de las cinco había vendido más de 2.500 ejemplares antes de ser designadas finalistas.

El gusto del jurado siempre es discutible. Un reproche más grave es el de manipulación, como el que a veces se dirige a los galardones más importantes de Francia. Allí, «los premios más conocidos son el Goncourt, el Renaudot, el Femina, el Medicis, el Interallié y el Grand Prix de ficción que otorga la Academia Francesa. De estos, el Goncourt es el que más influye en las ventas y el más cortejado -con éxito- por las principales editoriales. A lo largo de su historia, el premio ha estado monopolizado por tres sellos: Gallimard, Grasset y Seuil. En su reciente libro «Prix littéraires: la grande magouille», el periodista francés Guy Konopnicki sostiene que el Goncourt es el ejemplo más descarado de conflicto de intereses. El premio, dice, se pliega a la presión de los editores -que son quienes proponen las obras que concursan- y algunos miembros del jurado son escritores estrechamente vinculados con las principales editoriales».

Riding concluye que todo eso, al suscitar desconfianza hacia los premios literarios, acaba siendo contraproducente para la industria editorial. «Los premios literarios harían más por los editores si se viera que están al servicio, en primer lugar, del público y los autores».

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