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Editores en un país que lee poco

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La edición en España: entre la cultura y el negocio
Ante la muerte de José Manuel Lara, creador de la editorial Planeta, el mundo cultural y empresarial ha manifestado su respeto por el gran popularizador de la edición en España en la segunda mitad del siglo XX. Lo que empezó en 1949 como una editorial con pocos recursos se había transformado a su muerte en el imperio editorial más importante en lengua española y el octavo del mundo. Esta evolución en España del mundo editorial, donde entran en contacto la cultura y el negocio, ha sido descrita en varios libros recientes.

Vila-Sanjuán, coordinador del suplemento Cultura/s del diario La Vanguardia, ilustra en Pasando página (1) las interioridades de una potente industria que sigue funcionando como uno de los mejores termómetros de los cambios culturales y sociales. Para ello describe las actuaciones de las grandes editoriales y la evolución del sector desde 1975. En las conclusiones hace un balance moderadamente optimista de la situación actual, que contrasta con otras visiones más nostálgicas y apocalípticas que han trasmitido destacados editores nacionales y extranjeros.

Sin nostalgia

Mientras que Pasando página se adapta al proceso de renovación editorial, otros libros como los André Schiffrin, La edición sin editores (Destino; ver servicio 90/00); Jason Epstein, La industria del libro (Anagrama); los dos volúmenes de memorias del editor Mario Muchnik, Lo peor no son los autores y Banco de pruebas (Del Taller de Mario Muchnik; ver servicios 176/99 y 19/01); o la recopilación de artículos de Jorge Herralde, director de Anagrama, Opiniones mohicanas (El Acantilado), ensalzan una imagen de la edición más personalista, ideológica y artesanal. Si para Epstein, «la edición de libros se ha desviado de su verdadera naturaleza y ha adoptado la actitud de un negocio como cualquier otro, bajo el dictado de unas condiciones de mercado poco favorables y los despropósitos de unos directivos que desconocen el medio» (2), para Vila-Sanjuán, el contacto entre la cultura y el comercio, a tenor de los resultados, no tiene por qué ser tan negativo.

Pasando página se centra en la labor realizada por las editoriales generalistas, aquellas que más influyen en los gustos de los lectores. De manera especial, considera el peso de las listas de libros más vendidos, que, a pesar de sus limitaciones y de las posibles manipulaciones, son «un excelente indicador de los intereses de un país». Una consecuencia de esta manera de analizar la realidad literaria es la atención que presta, quizá de forma desmedida, a los escritores populares y mediáticos y a las editoriales que los han apoyado, en detrimento de otros escritores que se podrían calificar de más literarios. Y llama la atención el desconocimiento, o deliberado silencio, de la labor ejercida por aquellas editoriales que no se alinean en la concepción progresista de la cultura que el autor defiende. En cambio, idealiza las aportaciones de algunos editores, valorados de manera casi exclusiva por las implicaciones políticas de su trabajo editorial. También se echa en falta un análisis crítico de otros canales de promoción de los libros: las revistas y los suplementos literarios.

Del empacho político al «bestseller» culto

Durante los años setenta la política invade todo, y es entonces cuando un grupo de editores, la mayoría simpatizantes de la izquierda, consolidan su presencia en el panorama cultural español. Así resumía el editor Jorge Herralde su papel durante esos años: «Yo estaba en contra del franquismo y del capitalismo, me interesaba la izquierda radical y mi vocación como editor era el debate y la intervención». Sin embargo, después de la muerte de Franco las cosas no siguieron el rumbo previsto. Por ejemplo, en 1976 el primer puesto en las listas de libros más vendidos no lo ocupaba ningún título de política, historia o sociología, ni ninguna novela comprometida, sino El diccionario de Coll, del humorista José Luis Coll, que vendió ese año 300.000 ejemplares. Los años siguientes rebajarían también la preocupación de los lectores por la reinterpretación de la historia en clave marxista y por las llamadas a la revolución cultural y social.

Los cambios sociales propiciaron también importantes transformaciones en la industria editorial. Carlos Barral, uno de los máximos exponentes de la edición durante los años del franquismo y de la denominada gauche divine (la izquierda cultural barcelonesa, que mezclaba la lucha política con buenas dosis de entretenimiento burgués, glamour y buena vida), los sintetiza así: «Sin ningún pudor por parte de sus practicantes y sus aspirantes, la literatura era una cuestión de mercado y se hablaba de ella en los términos que hasta entonces habían sido privativos de la infraliteratura y la escritura para el consumo. Por fin los escritores eran productores, pero en el peor sentido de la palabra». Barral se quedó fuera de esta evolución, que, por otra parte, fue asimilada por la mayoría de los editores de la transición. Una nota en común del mundo editorial tanto catalán como madrileño es la endogamia editorial: «Los que deciden las tendencias se mueven en un círculo pequeño». (Curiosamente, casi treinta años después, los protagonistas siguen siendo los mismos).

En los años ochenta se abrió paso el bestseller culto: Umberto Eco (El nombre de la rosa), John Kennedy Toole (La conjura de los necios), Milan Kundera (La insoportable levedad del ser), Marguerite Yourcenar (Memorias de Adriano), Patrick Süskind (El perfume), y las novelas de Patricia Higsmith y Marguerite Duras. Estas obras consolidaron una imagen de marca, que tanto contribuyó, por ejemplo, al posterior prestigio literario de las editoriales Anagrama y Tusquets.

El papel del agente

Vila-Sanjuán destaca cómo en el mundo editorial hay un antes y un después con la entrada en escena a finales de los setenta de la agente literaria Carmen Balcells, quien cambió la situación de importantes autores en lengua española. Así justifica ella su trabajo: «El editor es un ser arrogante por naturaleza; el escritor es un ser endiosado por naturaleza; y el intermediario entre ambos tiene que conciliar posiciones». Carmen Balcells empezó a llevar la representación de importantes escritores españoles e hispanoamericanos, que dejaron en sus manos la renovación de sus contratos, los adelantos y los derechos de autor. Si, a juicio de algunos, su política de millonarios anticipos puso en peligro el sistema editorial español, para otros permitió a un buen número de escritores sacar el máximo partido económico a sus obras y profesionalizarse.

La irrupción de Carmen Balcells coincidió con la creación por parte de un grupo de editores de lo que se denominó «nueva narrativa española», etiqueta que aglutinaba a un conjunto de escritores menos comprometidos políticamente y con una concepción de la literatura más europea. Poco a poco, empezaron a publicar y a vender Eduardo Mendoza (su libro La verdad sobre el caso Savolta marca un hito), Rosa Montero, Félix de Azúa, Jesús Ferrero, Juan José Millás, Álvaro Pombo, Javier Marías, Antonio Muñoz Molina, Almudena Grandes, Luis Landero…, y los escritores del grupo de León: José María Merino, Juan Pedro Aparicio y Luis Mateo Díez.

La voracidad de los grandes

La década de los noventa son años de nervios y cambios en el mundo editorial. El progresivo proceso de concentración y absorción de editoriales será compatible con la aparición de pequeños sellos (Pre-Textos, Trieste, Quaderns Crema), que aportan dinamismo y calidad literaria en un panorama cada vez más en manos de las grandes editoriales. En 2000 estas pequeñas pero cuidadosas editoriales aumentan con El Acantilado, Minúscula, Metáfora, etc.

Durante estos años tiene lugar la desaparición de Argos Vergara y Bruguera, que tanto publicaron durante las décadas anteriores, y la entrada de las multinacionales en la industria editorial española, como Bertelsmann y Mondadori. También en la década de los ochenta Alfaguara se consolida con su nuevo propietario, Jesús de Polanco, y Planeta comienza a ampliar su negocio con la adquisición de editoriales de la competencia -Seix Barral, Destino- y la creación de nuevos sellos, como Temas de Hoy.

El nuevo panorama afectó a la calidad de los libros que se publicaban. La asimilación de las técnicas de marketing influye incluso en el proceso de creación de un libro. Lo explica bien la editora Imelda Navajo, actualmente directora de La Esfera de los Libros, en unas declaraciones que realizó cuando dirigía el grupo Planeta: «La edición es un negocio con mucha tradición, que ha de incorporar técnicas que le permitan competir en igualdad de condiciones con otros productos de ocio, como el vídeo o los nuevos soportes. Y los profesionales de la edición deben contar cada vez más con dos vertientes: calidad humana e intelectual y una formación económica importante, porque se les va a exigir mucho y no basta con que publiquen lo que a ellos les gusta».

Es en el género de la no-ficción donde más se aprecian las nuevas tareas del editor. Surge así el libro de encargo, consecuencia de una idea del editor después de pulsar los estudios de mercado. Coincide con la etapa de apoteosis de Temas de Hoy y los libros de Jesús Cacho sobre Mario Conde. También fueron éxitos de ventas el libro sobre el Rey de España escrito por José Luis de Villalonga y el de Pilar Urbano sobre la Reina.

Uno de los nuestros

Un capítulo muy interesante de Pasando página está dedicado a las sinergias y guerras mediáticas que surgen entre los diferentes grupos de comunicación. La polémica empezó en los años noventa y no ha cesado desde entonces, sobre todo por el peso que en medios culturales tiene desde hace años todo lo que se publica en el diario El País. El escritor Juan Manuel de Prada denunció, a propósito de los libros que representaban a España en la Feria del Libro de Guadalajara (México) en 2000, la influencia de factores extraliterarios: «Hay que considerar -decía- que algunas editoriales forman parte de complejos entramados empresariales que controlan prestigiosos medios de comunicación, y por tanto las novedades de sus catálogos son ruidosamente acogidas en las radios, periódicos y cadenas de televisión que pertenecen a su misma sociedad».

Apenas un año después, el también escritor Juan Goytisolo, en las mismas páginas del diario El País, levantó mucha polvareda al señalar el partidismo cultural que apreciaba en las páginas de ese periódico: «En el campo cultural verifico a menudo la fuerza de estas presiones y la existencia de un lo nuestro y lo ajeno, de un nosotros y ellos que justifican un muy diferente trato según pertenezcan o no al grupo multimedia o, lo que es peor, sean amigos o no de quienes pinchan y cortan». Conviene no olvidar que en los noventa publican en Alfaguara Antonio Muñoz Molina, Julio Llamazares, Juan José Millás, Manuel Vicent, Manuel Rivas, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, José Saramago, escritores excelentemente tratados en las páginas de cultura, en los dominicales y en el suplemento literario de El País.

En este periodo, la mayor presencia de las técnicas de marketing en la elaboración y promoción de las novedades literarias llevó al auge de los departamentos de prensa de las editoriales -desde entonces, pieza clave del mundo editorial- y a la conversión de las presentaciones de libros en ingeniosos espectáculos con el fin de aparecer como sea en los medios de comunicación.

La publicidad de un premio literario

En otro momento de Pasando página se describe la importante función que desempeñan los premios literarios en la promoción y venta de libros. Vila-Sanjuán analiza la historia, los ganadores y las características de los más antiguos (Nadal, Planeta) y de los más recientes, como el Premio Primavera, que promueven la editorial Espasa y El Corte Inglés; el Premio Alfaguara Internacional; el Herralde de novela y el Fernando Lara, también de la editorial Planeta. Por lo general, se acepta que los premios son parte del montaje publicitario, sin que hayan triunfado las alternativas promovidas por otras editoriales para buscar otra manera de destacar algunos títulos.

Vila-Sanjuán intenta destacar los ingredientes positivos que han aportado los premios al mundo editorial: «Han cumplido la función de conferir visibilidad a unos cuantos libros elegidos en un panorama de sobreabundancia y sobreinformación editorial. Han servido también a los editores para multiplicar ventas y consolidar imagen de marca, y también les han sido útiles para fichar firmas nuevas y conservar a escritores susceptibles de irse a la competencia. Por eso, y a falta de otro sistema mejor, se han mantenido, a pesar de los periódicos debates sobre la ética de su funcionamiento».

Pasando página es un buen resumen de todo lo que ha sucedido en el mundo editorial español durante estos intensos años. Vila-Sanjuán destaca cómo en un nuevo contexto empresarial los editores han asumido su papel de promotores de ideas, anticipándose a los gustos del público y fabricando modas, autores y tendencias que han canalizado sus intereses.

Tiempo de editores

La evolución de la industria editorial española desde el siglo XIX hasta nuestros días es el tema de otros recientes estudios: Historia de la edición en España, 1836-1936, obra colectiva de Jesús A. Martínez Martín (3), y Tiempo de editores. Historia de la edición en España, 1939-1975, del escritor y periodista Xavier Moret (4).

Mientras que el volumen de Xavier Moret está escrito como reportaje periodístico, el dirigido por Jesús A. Martínez está hecho desde una perspectiva académica. Los diferentes trabajos que constituyen este libro analizan el entorno empresarial de la figura del editor durante el siglo XIX y casi la primera mitad del siglo XX. También se describe cómo se comercializaban los libros, las ventas en librerías y en la calle, y la evolución del mercado americano.

Para escribir Tiempo de editores, Xavier Moret se ha basado en muchas entrevistas personales, en la documentación que le han aportado las editoriales y en la lectura de bastantes libros de memorias. Moret destaca la labor que realizaron Josep Janés, Luis de Caralt, Josep Vergés, José Manuel Lara, la familia Bruguera, Juan Grijalbo, Manuel Aguilar, Carlos Barral, Germán Sánchez Ruipérez, Jorge Herralde, Esther Tusquets, Beatriz de Moura… Destaca especialmente el trabajo realizado por Josep Janés, fallecido en 1959, que editó 1.600 títulos en veinte años.

La revolución de Planeta

La aparición de José Manuel Lara en el mundo editorial no fue en principio muy bien recibida, pues Lara no era el típico editor que procedía del campo literario; al contrario, con palabras del fundador de Planeta, «saber de literatura es malo para un editor».

Este libro es, sobre todo, un homenaje a los editores que convirtieron su trabajo en un instrumento de oposición al régimen de Franco. Según Moret, la política represiva del franquismo convirtió España en un erial cultural, afirmación que contrasta con la abundante información que proporciona sobre las iniciativas editoriales de la época y los escritores que se dan a conocer. Muchos de los testimonios que se aportan hablan de la arbitrariedad de los censores, de la falta de coordinación y de las fáciles estratagemas para publicar obras inconvenientes para el régimen. Por ejemplo, Luis de Caralt declaraba que «en lo cultural corren muchas falsas imágenes sobre nuestra posguerra. En contra de lo que se cree, en aquellos años hubo, en cierto modo, una explosión literaria superior, creo, a la que tuvo lugar durante la Segunda República. La censura, ciertamente, era un problema, pero un problema más grotesco que grave».

Otro testimonio sobre la edición durante el franquismo puede encontrarse en las cartas que se escribieron Miguel Delibes y su editor Josep Vergés desde 1948, cuando Delibes gana el Premio Nadal con La sombra del ciprés es alargada, hasta 1986. La abundante correspondencia que se ha publicado (5) muestra cómo son las relaciones entre los escritores y sus editores. Aunque poco a poco surge una intensa corriente de amistad, los temas que más aborda Delibes son de orden administrativo: liquidaciones, adelantos, porcentajes, tiradas, ventas, etc. Llama la atención el sentido práctico de Delibes, su preocupación por todos los aspectos relacionados con la edición (estaba obsesionado con las erratas) y con la promoción de sus libros, además de la creciente afinidad que siente por su editor en Destino: «De poco valen los contratos si no hay una amistad y afecto por medio». Indirectamente, estas cartas describen la evolución literaria de Delibes y sus ideas sobre la literatura, a la vez que toman también el pulso a la vida cultural española.

Adolfo Torrecilla____________________(1) Sergio Vila-Sanjuán. Pasando página. Autores y editores en la España democrática. Destino. Barcelona (2003). 726 págs. 24 €.(2) Jason Epstein. La industria del libro. Anagrama. Barcelona (2002). 195 págs. 13 €. T.o.: Book Business. Publishing Past, Present and Future. Traducción: Jaime Zulaika.(3) Jesús A. Martínez Martín (ed.). Historia de la edición en España, 1836-1936. Marcial Pons. Madrid (2002). 528 págs. 29,50 €.(4) Xavier Moret. Tiempo de editores. Historia de la edición en España, 1939-1975. Destino. Barcelona (2002). 397 págs. 21 €.(5) Correspondencia, 1948-1986. Miguel Delibes/Josep Vergés. Destino. Barcelona (2002). 448 págs. 22 €.

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