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Astrid Lindgren: Cómo escribir para los niños

publicado
DURACIÓN LECTURA: 4min.

Semblanza

Astrid Lindgren, fallecida el 28 de enero pasado, fue una escritora de literatura infantil popular y de calidad. Entre la multitud de premios que obtuvo, nunca se le concedió el Nobel, aunque fue la candidata local varios años y muchos deseaban esa concesión porque se vería como un espaldarazo a una literatura considerada menor.

Astrid Lindgren nació en Näs (Suecia) el año 1907. De sus padres y de los años de niñez, «una infancia libre de reprimendas y regaños», habla en los relatos autobiográficos incluidos en Mi mundo perdido. En uno, al preguntarse por qué tiene recuerdos tan felices, explica que los hermanos Lindgren «tuvimos dos cosas que hicieron de nuestra niñez lo que afortunadamente fue: sensación de seguridad y libertad. Nos sentíamos seguros junto a unos padres que tanto se querían y que siempre tenían tiempo para nosotros, cuando les necesitábamos, pero que por lo demás nos dejaban jugar y retozar libremente por el maravilloso lugar que Näs representaba para unos chiquillos. Desde luego éramos educados con disciplina y en el temor de Dios, como requerían las costumbres, pero en nuestros juegos disfrutábamos de una libertad estupenda, y nadie nos vigilaba. Y nosotros no cesábamos de jugar y jugar, rayando casi en el milagro que no nos matásemos».

«Sin embargo, toda aquella libertad no significaba que siempre estuviéramos libres de obligaciones. Asignarnos algunas tareas era lo más natural del mundo. A los seis años ya teníamos que ayudar a arrancar remolachas y ortigas para las gallinas, y, a medida que fuimos creciendo, también nos hacían colaborar, si era preciso, en las tareas de la cosecha. (…) Cada cual tenía que hacer lo que le había sido encomendado. Creo que fue una enseñanza muy útil y que luego nos ayudó a luchar en la vida sin lamentarnos demasiado, aunque el trabajo resultara a veces monótono».

De su madre también recuerda Astrid Lindgren su frase «¡domínate y sigue!», cuando la veía distraerse en las tareas de la casa. «Una frase así no se olvida: ‘¡Domínate y sigue!’ No sé cuántas veces me la repetí yo, cuando deseaba rehuir un trabajo desagradable que, sin embargo, tenía que hacerse». Y de su padre, además de su «maravillosa confianza en la vida, una inquebrantable alegría de vivir y una consoladora certeza de una continuación de la existencia en el Más Allá», evoca su profundo amor por su madre, hasta el punto de que «no cesaba de hablar de ella y ensalzar sus virtudes (…) cuando contaba noventa y cuatro años y yacía animoso y contento y en su lecho del hogar para ancianos que fue su postrera morada en el mundo».

«Pippi Calzaslargas» y otros libros

Cuando en 1944 Astrid Lindgren tuvo que guardar reposo debido a una torcedura, decidió poner por escrito algunas historias que había contado a su hija Karin, cuando estaba enferma en 1941 y le pidió un relato sobre Pippi Calzaslargas, «un nombre que acababa de pasar por su cabecita febril». Con el deseo de complacerla, Lindgren se inventó una chiquilla pelirroja y extravagante de trenzas tiesas. Cuando envió el primer manuscrito a la editorial, decía en su carta que esperaba «que no informasen a la Oficina de Protección del Menor», pues era consciente de que Pippi era la primera protagonista-niña rebelde de la literatura, y que a los ojos de padres y pedagogos conformistas, trituraba por completo el tradicional molde «niña buena y educada». La editorial primera rechazó su historia, pero otra más pequeña aceptó el reto y el éxito premió su audacia de atacar cualquier formalismo educativo y proponer ir al fondo del alma del niño para poder educarle.

Además de los libros de Pippi, Astrid Lindgren escribió libros de fantasía, de misterio, de aventuras policiacas y, sobre todo, de vida cotidiana de niños. Estos últimos, inspirados en su propia infancia y repletos de anécdotas divertidas sin que falten toques dickensianos, no son hoy muy conocidos porque resulta difícil la identificación del niño de aquí y ahora con aquellos ambientes y personajes. Pero son magníficos en sí mismos y porque reflejan cómo la libertad, limitada y medida por el afecto, es el ámbito mejor para la educación.

La escritora sueca tenía la sensata convicción de que no es ético escribir relatos haciendo guiños a los adultos por encima de las cabezas de los niños. Consideraba una «desfachatez para con el niño» escribir para ser ocurrente y chistoso ante los críticos. En su opinión, los libros para chicos deben redactarse buscando que lenguaje y contenido formen un conjunto armónico, para lo que hay que tener en cuenta la edad del destinatario, por supuesto, pero dejando claro que «la sencillez nunca es una vergüenza (…) porque lo sencillo no tiene por qué ser trivial ni pobre». La receta que aconseja, y que toma de Schopenhauer, es que «hay que emplear palabras corrientes y decir cosas extraordinarias». En su caso, ella lo consiguió escribiendo Pippi para su hija y «para la niña que hay en mí y que aún sigue hambrienta de libros».

Luis Daniel González

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