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Antonio Tabucchi, un fingidor

publicado
DURACIÓN LECTURA: 11min.

Un escritor entre Italia y Portugal

Hace unos diez años se puso de moda en toda Europa hablar de la nueva narrativa italiana. Como todas las modas, ésta pasó pronto, pero dejó huellas. ¿Qué ha sobrevivido de todo aquello? Tal vez el nombre del siciliano Gesualdo Bufalino, narrador tardío y de un barroco deslumbrante; también Claudio Magris, denso y reflexivo hasta en novelas tan cortas como Otro mar y Conjeturas sobre un sable; y, por supuesto, Antonio Tabucchi (Vecciano, Pisa, 1943), que ha venido publicando en España casi toda su obra desde 1984.

En los libros de Tabucchi se reúnen, desordenadas y como en inventario, muchas características de lo que quizá pueda ser la narrativa más «postmoderna» en toda su pureza: cierto clasicismo de estilo, constantes alusiones literarias, despreocupación por los experimentos formales, tendencia hacia el fragmentarismo y la brevedad, esa cualidad que Italo Calvino pedía para la literatura del próximo milenio. Sin embargo, cuando se advierte la importancia del elemento ético en sus personajes, parece imponerse una doble sospecha: o bien nos encontramos ante un moderno disfrazado, o bien lo que ocurre es que la literatura, en el sentido más auténtico de la palabra, no puede prescindir de hablar del hombre en todas sus dimensiones. Ni siquiera en tiempos de penuria cínica y cultivada como los nuestros.

Portugal, segunda patria

No obstante es evidente que la estética de Tabucchi es actual. Se trata de un escritor formado en la cátedra universitaria, y eso se nota. Sin ser un culturalista, no puede prescindir de la cultura, particularmente la mediterránea. Así como su contemporáneo Claudio Magris mira desde Trieste a Centroeuropa y su prosa se vuelve sesuda como pocas, Tabucchi se instala en España y, sobre todo, en Portugal, país que es para él una segunda patria. Es profesor de literatura portuguesa en las universidades de Génova y Siena, y director del Instituto Italiano de Lisboa. No en vano se ha atrevido a escribir su penúltima novela, Réquiem, en portugués.

Del país vecino toma ciertos valores semiolvidados en sociedades más «avanzadas», como son la cortesía, el arte del buen vivir (y el buen comer), esa complacencia en la pereza contemplativa, la saudade, en fin. La narrativa de Tabucchi está marcada por el retorno, la nostalgia, a la vez que por un cierto esnobismo involuntario que le lleva a preferir lo portugués a lo alemán, por ejemplo. Es decir, lo periférico a lo central. Todo, como se ve, bastante contemporáneo.

Pero hay todavía más indicios de actualidad. Hace algún tiempo un conocidísimo actor español declaraba que prefería mil veces como actitud vital la dignidad del perdedor que la sonrisa suficiente de quien está acostumbrado a ganarlo todo. Sabiendo, como se sabe, que a él no le han ido nada mal las cosas, uno se pregunta si no estará satisfecho consigo mismo. Es evidente que hoy día ir de perdedor queda estéticamente bien. Como ha apuntado Daniel Innerarity recientemente, el victimismo es una forma sutil y paradójica de obtener el poder.

Un héroe vencido de antemano

En la literatura actual parece más atractiva la solución de un héroe vencido de antemano, lo cual tiene el inconveniente de convertirse en un tópico amargo. Tabucchi no es una excepción, pero sortea el escollo mediante una ironía sana y un distanciamiento de estilo que, por fortuna, hacen de él un escritor ameno y elegante, no un existencialista démodé. Es inolvidable, por ejemplo, un texto de Los volátiles del beato Angélico en donde se comentan minuciosamente las excelencias de Lisboa para el posible suicida: desde las extraordinarias ofertas de las compañías de pompas fúnebres hasta las ventajas geográficas que permiten un perfecto chapuzón en el Tajo desde las alturas. Resulta curioso cómo lo que parece un elogio de la muerte voluntaria acaba convirtiéndose en una irónica apología de Lisboa, una ciudad a la medida humana, en donde la muerte no se oculta vergonzosamente, sino que forma parte de la vida cotidiana.

Pero no nos engañemos. Esto no quiere decir que Tabucchi sea un optimista. Muchas historias suyas plantean la búsqueda de una persona que nunca llega a culminar. Esa búsqueda es un pretexto para hablar de la imposibilidad de dar respuestas definitivas al destino del hombre en el mundo. Sus héroes suelen tener perdida la partida de antemano, pero no caen en la desesperación. Les sostiene quizá un instinto de supervivencia o un escepticismo tan grande que les impide creer en la falta de creencias.

El escritor hipócrita

El punto fuerte de Tabucchi no es la capacidad para imaginar historias originales, un defecto menos importante de lo que parece: a Flaubert y a Gógol les pasaba lo mismo. Tabucchi prefiere canibalizar experiencias ajenas, recoger relatos de otros para escribirlos él con sus palabras. Uno de sus primeros libros, Dama de Porto Pim, está compuesto a base de retazos de libros de viaje, presuntas conversaciones escuchadas en un barco, apuntes sobre la vida de las ballenas. Cuando el escritor reconoce su incapacidad para imaginar se convierte en un dramatizador de historias que no son suyas. Las oye o las lee en otros lugares, y luego adopta las personalidades de los personajes, los evoca en tal o cual actitud, se hace uno con ellos. De algún modo se transforma en los demás y su oficio tiene algo de teatral.

Pero, atención, esto tiene más importancia de lo que parece. Como se lee en Pequeños equívocos sin importancia, «el papel que uno asume acaba por convertirse en verdadero, la vida es experta en esclerotizar las cosas, y las actitudes se convierten en opciones». Uno tiene la libertad de escoger su papel o de buscarlo en otras personas. La madurez humana, la realización de la propia identidad, se produce mediante la adopción de determinados gestos que, en su realización cotidiana, se convierten en carácter. Así como la virtud es el hábito de hacer el bien, todo elemento formador o deformador de la personalidad se logra a partir de la actuación, de la acción de los gestos que hemos escogido, de forma que el papel asumido se hace verdadero con el tiempo.

No es extraño entonces que en las novelas y en los cuentos de Tabucchi nada sea tal y como parece. Siempre hay algo que se está ocultando, todos cumplen un papel y a veces lo abandonan para asumir otro. En Nocturno hindú, por ejemplo, el viajero juega a parecer un millonario y, al día siguiente de haber pernoctado en un burdel de Nueva Delhi, se aloja en el hotel más escandalosamente lujoso que se pueda imaginar. En realidad no es ni una cosa ni otra. Todo su itinerario por la India es la búsqueda de un amigo perdido hace muchos años que, en el fondo, es él mismo. Como es dudoso que al final lo encuentre, el verdadero rostro del protagonista se diluye en muchos otros sin que se sepa exactamente cuál de ellos es el verdadero.

Seguramente sería muy recomendable leer los libros de Tabucchi reconociendo cuántas veces los personajes, igual que su creador, imitan actitudes o se hacen pasar por otros. Este discípulo de Pirandello y Pessoa es un verdadero maestro del ilusionismo de la personalidad, un hipócrita en el sentido etimológico de la palabra. La vida es fingimiento, viene a decirnos, así que el escritor no hace otra cosa que imitar a la vida cuando transforma su personalidad y la de sus personajes.

Espléndido cuentista

Tabucchi es un espléndido cuentista, de registros tan variados como sorprendentes. Una cualidad suya nada desdeñable es la habilidad para el cultivo del microrrelato, apenas dos o tres páginas intensas que deben atrapar al lector y abandonarlo enseguida. En esos cuentos diminutos se limita a recrear una historia extraída de su bagaje literario: la trágica vida del poeta portugués Antero de Quental, o la no menos triste de Inés de Castro. Otras veces juega a imaginar la correspondencia fantástica entre el rey Sebastián de Portugal y Francisco de Goya, entre la ninfa Calipso y Ulises.

Pero donde probablemente ha acertado con más claridad, donde está el Tabucchi más personal, es en aquellos libros en donde ha retomado temas tan trillados como el sueño o el viaje, y los ha hecho suyos. Es verdad que alguna vez (La línea del horizonte) se ha dejado llevar por el hermetismo, y su estilo se ha hecho escueto en exceso. Pero en otras ocasiones más dichosas, Réquiem por ejemplo, ha obtenido resultados sorprendentes. En esta línea ha publicado el que tal vez sea su mejor libro, Nocturno hindú, premiado en Francia como la mejor novela extranjera del año en 1987. Ya sea el sol asfixiante de Lisboa o el fondo nocturno de la India, el clima alucinado e irónico de estas dos últimas novelas se logra a base de visitas inesperadas de viejas amistades, encuentros al azar con personas misteriosas, diálogos con fantasmas del autor.

En realidad, estos textos son un conjunto disperso de anécdotas sin rumbo fijo, de anécdotas de un viajero errante. No hay historias continuadas ni sólidas construcciones argumentales, sino tan sólo astillas, retales, fragmentos de viaje. Se arguirá con cierta lógica que este tipo de literatura parece poco amena y muy artificial. Pero lo cierto es que la experiencia del viaje en soledad, para quien lo ha hecho con frecuencia, está llena de azares, de episodios sueltos, e incluso de decisiones absurdas para vencer el aburrimiento. De esta materia se han hecho Réquiem y Nocturno hindú.

Un personaje para sostener una novela

El prestigio de Tabucchi ha crecido mucho gracias al éxito reciente de Sostiene Pereira, una novela sobre un periodista portugués durante la Lisboa salazarista y la Guerra Civil española. A sabiendas de que me enfrento al gusto mayoritario de público y crítica, creo que la última novela de Tabucchi está por debajo del resto de su producción. En primer lugar, Sostiene Pereira no es la mejor introducción a Tabucchi porque resulta la más extensa y convencional de sus novelas. No se trata aquí de juzgar la discutible y maniquea interpretación que hace de nuestra Guerra Civil, sino de preguntarse por qué la trama sigue un rumbo tan previsible. Antes de la mitad de la novela, el lector sabe (o debiera saber) que el protagonista va a sufrir una toma de conciencia política, que va a salir de su neutralidad porque es demasiado honrado como para quedarse indiferente ante la evidentísima realidad de que la justicia está del bando republicano.

Cuando se llega a esta conclusión, se hace inevitable que el joven protegido vaya a morir trágicamente a manos de la policía secreta portuguesa. Para colmo, utilizar las lecciones de un psiquiatra como medio para obtener la conversión sociopolítica de Pereira es un recurso demasiado ingenuo en un autor tan inteligente como Tabucchi.

Ni siquiera en el plano formal se libra Sostiene Pereira de ciertos desmayos. El estribillo «sostiene» no se sostiene desde dentro del relato. Al principio resulta un ejercicio de virtuosismo, luego acaba por cansar sin que se justifique su machacona repetición de forma suficiente.

Y, sin embargo, en descargo del relato, hay que decir que Tabucchi ha logrado algo poco frecuente: un personaje de carne y hueso, no de papel. El protagonista, gordo, católico y sentimental, con esas dudas teológicas de andar por casa y ese corazón irreprochable, se convierte en un ser entrañable para el lector. Él es el gran éxito de la novela.

Crear personajes no es tarea fácil. Para hacerlo se requieren grandes capacidades de observación y de síntesis, dos virtudes que poseían en gran medida los novelistas clásicos del siglo XIX. Nuestro siglo ha sido, en cambio, el de la atomización del personaje, que pasó a ser un hombre sin atributos (Musil, Kafka), un atormentado «alter ego» (Unamuno), un monólogo interior (Joyce, Woolf) o una marioneta en manos de la maquinaria imaginativa de su autor (Borges). La trayectoria de Tabucchi hasta ahora no ha sido muy diversa de sus antecesores más inmediatos.

En el modelado de sus viajeros tal vez intervenga el modelado de ese yo que se aburre y que se intenta conocer a la vez que escribe, tal y como se encuentra en su compatriota Italo Svevo. Sólo por eso tal vez merezca atención ese pequeño punto de inflexión que supone Sostiene Pereira. No son tan frecuentes las novelas de personaje hoy en día. Hacia donde se dirigirá la obra de su autor a partir de ahora quizá nos confirme si su posición se irá haciendo todavía más personal. ¿Qué se puede esperar de alguien que ha asegurado que la literatura como puro juego le parece nociva? Pues probablemente que es un insatisfecho. Y ya se sabe que el reino de la literatura es de aquellos que se resisten a la imperfección, por muy lúdica y divertida que ésta se nos presente.

Antonio Tabucchi en español:

Casi toda la producción narrativa de Tabucchi ha sido traducida al español por la editorial Anagrama:

-Libros de cuentos: El juego del revés (1986), Dama de Porto Pim (1984), Los volátiles del beato Angélico (1991), El ángel negro (1993), Pequeños equívocos sin importancia (1987).

-Novelas: Sostiene Pereira (1995), Nocturno hindú (1985), Réquiem (1994), La línea del horizonte (1988). Los últimos tres días de Fernando Pessoa (1996).

-Entrevistas: Carlos Gumpert, Conversaciones con Antonio Tabucchi (1995).

Javier de Navascués

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