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París es un Kioto plus

publicado
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COP21, París 2015
Los dignatarios celebran el Acuerdo de París (foto: SG COP21)

El Acuerdo de París sobre el cambio climático, aprobado el 12 de diciembre, ha sido saludado como un gran éxito. Pero es un éxito relativo: supone lo máximo en que, hoy por hoy, podían coincidir 195 naciones, y poco en comparación con el objetivo original.

El nuevo Acuerdo sustituye al Protocolo de Kioto (1997), que expiró en 2012 (la prórroga hasta 2020, acordada en la Conferencia de Doha, en 2012, no llegó a obtener suficientes ratificaciones). Entonces, los países desarrollados (PD) admitieron su responsabilidad por la mayor parte de las emisiones de gases con efecto invernadero acumuladas hasta aquella fecha y se comprometieron a reducirlas un 5% con respecto a las de 1990. A los países en desarrollo (PED), que habían contribuido poco al problema pero emitían cada vez más, se dio quince años de gracia y una promesa de ayudas para prepararse por parte de los PD. Después, también ellos –al menos los más grandes– tendrían que obligarse a bajar emisiones.

Los países ricos no se han comprometido a ayudar a los países en desarrollo con una financiación determinada

Las negociaciones para el tratado que debía suceder al Protocolo de Kioto han resultado infructuosas hasta ahora. Los PED se han negado aceptar reducciones obligatorias: supondrían, alegan, hacerles pagar sus necesidades crecientes de energía a un precio que no pueden asumir, en vez de usar los combustibles baratos con que en su día los países ricos alimentaron su desarrollo. Así, India dice que ha de seguir aumentando su consumo de carbón durante quince años más antes de empezar a recortar sus emisiones.

Por su parte, los PD se han resistido a pagar la factura que les presentan los PED por adoptar energías limpias. Siempre han dicho que ayudarán, pero no han querido comprometerse con una cantidad. Los 100.000 millones de dólares anuales continuamente citados vienen de una promesa de la anterior secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, en la fracasada Conferencia de Copenhague (2009). Dijo que a partir de 2020, los PD aportarían esa suma recurriendo a diversas fuentes, principalmente privadas. Las cuentas de este proyecto son inciertas.

Obligados a dar cuenta

¿Qué ha cambiado en París? Se ha destacado que el Acuerdo es vinculante. Pero en cuanto a las obligaciones concretas que adquieren las partes, en esencia estamos como en Kioto. Solo los PD se comprometen a reducir emisiones; a los demás se les incita a hacerlo. En cuanto a la ayuda económica a los PED, los 100.000 millones desaparecieron en la última revisión del proyecto y solo queda una exhortación genérica a los PD para que faciliten la financiación.

Lo nuevo es que todas las partes, excepto las más pobres (los “países menos adelantados”, en la terminología de la ONU) y los pequeños Estados insulares, se obligan a presentar unas metas quinquenales, que en cada ocasión serán más exigentes que las anteriores, y dar cuenta de su cumplimiento. Los PED tendrán que proponerse, si no reducir las emisiones, al menos frenar el aumento desde cierta fecha. El objetivo común, no vinculante, es alcanzar el techo “lo antes posible” para reducirlas rápidamente a continuación.

El que no haga algo, quedará mal

Todo lo demás en el Acuerdo son recomendaciones, reconocimiento de la necesidad de actuar, declaraciones de buena voluntad. No es superfluo que se hayan recogido expresamente en el texto, pero no obligan.

Después de Kioto, los países en desarrollo deberían adoptar metas obligatorias, pero el Acuerdo de París renuncia a ello

Esto responde a la estrategia impulsada por los norteamericanos a la vista de que muchas naciones no admitirían metas concretas ni plazos fijos. Entre ellas, los Estados Unidos mismos, pues pese a la voluntad del gobierno de Obama, el Senado, dominado por los republicanos, no daría su preceptivo plácet. Y tampoco firmarían China ni la India, que entre las dos suman cerca de la cuarta parte de las emisiones mundiales. Pero se espera que el temor a quedar en evidencia ante todo el mundo en la revisión obligatoria mueva a los Estados a actuar.

Muy bien puede ocurrir así. Antes de que comenzara la conferencia de París, más de 180 países habían comunicado sus planes. Uno de los últimos fue la India, que promete aumentar el recurso a la energías renovables de modo que en 2030 sus emisiones se hayan multiplicado por 3 en vez de por 7, como ocurriría si continuara la tendencia actual. Esto llegó después de que Estados Unidos y China dieran un impulso decisivo a las negociaciones al anunciar un pacto bilateral en que se fijaban objetivos y se comprometían a cooperar.

Para que el sistema funcione, los países han de estimar las emisiones mediante métodos precisos y reconocidos, que permitan hacer comparaciones, y publicarlas con total transparencia. El Acuerdo de París establece sistemas de auditoría y programas de ayuda a los PED que la necesiten para que sus mediciones sean fiables.

No será fácil ni barato

El texto contiene otros puntos dignos de mención. Como todo el mundo ha subrayado, no aspira solo a que el calentamiento de la Tierra no llegue a 2º C, límite que se considera imprescindible para evitar los mayores desastres; dice que no se debería pasar de 1,5º C. También pone de relieve la necesidad de proteger los bosques, y sugiere que se podría fomentar esto mediante subvenciones supeditadas a resultados. Asimismo, dedica un artículo a las pérdidas y daños causados por el cambio climático, y confirma a un organismo consultivo ya existente en su misión de prevenirlos, disminuirlos y evaluarlos.

En todo caso, son deseos sin fuerza legal. En el papel, París es un Kioto mejorado. Todo depende ahora del esfuerzo real de los países por reducir las emisiones. Y conseguirlo no será fácil ni barato.

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