¿Xenofobia o “simplemente” violencia?

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La agresión a una joven ecuatoriana en un tren de Barcelona por un vándalo violento no habría despertado tanta indignación social en España y en países latinoamericanos si no hubiera habido imágenes de los golpes. Doce días después de la agresión, el vándalo fue detenido y el juez de guardia lo acusó de un delito de lesiones con el agravante de racismo, dejándolo en libertad provisional con cargos hasta el juicio. Es lo que suele ocurrir en estos casos conforme al Código Penal. Ni la acusación particular ni el ministerio fiscal se personaron en la primera comparecencia ante el juez.

Dos días después, todas las televisiones emiten el vídeo grabado por las cámaras de seguridad del tren en el que viajaban víctima y agresor. Y empieza la indignación y el protagonismo mediático. Es el fascinante poder de la televisión. El mismo que hace que un conocido del agresor pida entre 500 y 1.000 euros por contar cosas: “Lo que está claro es que no voy a echar mierda a un amigo gratis” (El País, 26-10-07). Y el que ha provocado que el tercer protagonista del vídeo, un joven argentino que mira hacia otro lado mientras se produce el ataque y que ni siquiera se interesa por el estado de la chica después, haya recibido “muchos insultos” de los vecinos, que lo han reconocido y le recriminan su pasividad.

Nadie podrá recriminar lo mismo a Daniel Oliver, un universitario que acudió a mediar en la paliza que un joven propinaba a su novia. El agresor le pegó un puñetazo que le hizo caer y abrirse la cabeza, lo que le provocó un edema cerebral que lo mató tras siete días en coma. Aunque el agresor niega que pegara a su novia y esta respalda su versión, los testigos de la paliza son numerosos. Un compañero del fallecido alaba su valentía: “Cuando la gente ve el vídeo de la chica a la que pegan en el tren se lleva las manos a la cabeza, pero nadie fue para levantarse y decirle al chaval: ‘¡Eh!, ¿pero de tú de qué vas?’ Yo veo muy bien lo que hizo Daniel”.

Se ha insistido en el carácter xenófobo de la agresión en Barcelona. El entorno del agresor ha señalado que se trata de una persona desequilibrada, violenta y sin ideología (nada, pues, de skin, ultraderechista, etc.), con una situación familiar resquebrajada, y que incluso tiene amistad con otros inmigrantes del barrio. La corrección política corre el riesgo de que el problema latente se desenfoque.

Escenas incluso más impactantes que la del tren de Barcelona se han producido recientemente en Madrid, pero protagonizadas por extranjeros y sin cámaras que conmovieran al ciudadano. Hace unas semanas fueron detenidos los miembros de una banda que robaba a parejas mientras el cabecilla, boliviano, violaba a la chica. Estos días, también, se celebra un juicio contra un marroquí acusado de violar a una menor de 14 años, a la que reanimó tras un primer desmayo para continuar violándola.

Aumento de la delincuencia

En el acto de apertura del año judicial, el fiscal jefe de la Comunidad de Madrid atribuyó a una parte de la inmigración el aumento de la delincuencia, especialmente en los delitos de violencia doméstica y la de menores. En su discurso, el fiscal insistió en que no debe equipararse la condición de extranjero con la de delincuente, pero no escondió algunos datos que respaldan su afirmación.

El 60,58% de los agresores en casos de violencia doméstica en Madrid durante 2006 fueron extranjeros (sobre todo peruanos y bolivianos), y también lo eran el 61% de los detenidos que pasaron a disposición judicial y el 56% de los menores internados por asuntos de delincuencia juvenil. El fiscal jefe ofrece causas, como las dificultades de integración o las diferencias culturales a la hora de algunas consideraciones de delitos.

Pero esto no es suficiente para la delegada del Gobierno en Madrid, que censuró las palabras del fiscal jefe y exigió “mucho cuidado con equiparar delincuencia con inmigración”. Tampoco habría que equiparar una agresión como la de Barcelona con un clima de racismo generalizado. La corrección política corre el riesgo de desenfocar el problema, que no parece de racismo, sino de violencia pura y dura.

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