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Racismo verde

publicado
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Betsy Hartmann, norteamericana, es una feminista que se declara a favor de los anticonceptivos y de que el aborto sea legal. A la vez, se opone al control de la población y le preocupa que los planes para limitar los nacimientos en el Tercer Mundo se justifiquen con argumentos ecológicos. Llama «racismo verde» a esta idea de que es necesario frenar la multiplicación de los pobres del planeta porque son una amenaza para el medio ambiente. Así lo dice en una entrevista publicada en New Scientist (22 febrero 2003).

Hartmann menciona varias organizaciones que promueven el «racismo verde». Una es la llamada Carrying Capacity Network, especializada en combatir la inmigración a Estados Unidos. Por ejemplo, acusa a los inmigrantes mexicanos de causar incendios forestales cerca de la frontera. También ha formado un grupo dentro del Sierra Club para abogar por una política de restricciones a la inmigración y de control demográfico. Otros paladines de esta postura se reúnen en torno a la revista Population and Environment, que tiene en su consejo editorial a Paul Ehrlich, el teórico maltusiano que escribió The Population Bomb, y psicólogos abiertamente racistas.

Luego Hartmann relata su propia experiencia acerca de población y medio ambiente. «En los años setenta me interesé por cuestiones de desarrollo, aprendí bengalí y viví durante una temporada en un pueblo de Bangladesh. Era la época en que Henry Kissinger decía que Bangladesh era un inválido sin brazos ni piernas, y organismos internacionales, como el Banco Mundial, iban allí y decían que el mayor problema era el crecimiento de la población. Promovían políticas coercitivas de control de la natalidad, como presionar a las mujeres para que se esterilizaran. Pero yo veía que el principal problema no eran los pobres. Nadie hacía tanto como los campesinos por la conservación del medio ambiente. Pero las políticas oficiales iban en contra de ellos. En el pueblo donde yo vivía, el mayor terrateniente de la zona era quien se embolsaba las ayudas del Banco Mundial».

Entonces, prosigue Hartmann, «empezó a preocuparme que los conflictos en torno a recursos como los bosques o la tierra se estuvieran planteando de tal modo que se señalara a la presión demográfica como el principal culpable». Esa perspectiva «es una ideología», añade Hartmann. «Desde los tiempos de las colonias, los occidentales han tenido lo que yo llamo una narrativa de la degradación, según la cual los campesinos pobres, al tener demasiados hijos, provocan presiones demográficas que degradan el medio ambiente y hacen que aumente la pobreza. Esas son las líneas fundamentales de la historia que siguen contando muchos ecologistas occidentales».

Así, «aun gente instruida y bienpensante tiene reacciones alarmistas ante las cuestiones de población. Creen que los pobres, al tener hijos, se crean sus propios problemas, y absuelven de responsabilidad a los demás. Hay incluso feministas comprometidas que toman la fecundidad de las mujeres como chivo emisario para los males del planeta. Es una especie de esquizofrenia ideológica. Expresiones como ‘bomba de población’ o ‘explosión demográfica’ alimentan el racismo».

Pero no se puede dar por supuesto que el aumento de la población dañe el medio ambiente. «En Brasil, las zonas menos pobladas suelen ser las que sufren mayor deterioro, por la explotación de minas o maderas, o a manos de los ganaderos. Y en algunas circunstancias la presión demográfica suscita innovación y mejores métodos de cultivo. No faltaba razón al economista Julian Simon cuando decía que el aumento de población proporciona no solo más bocas que alimentar, sino también más cabezas para pensar y más manos para trabajar».

El entrevistador pregunta a Hartmann si se pueden conciliar su postura sobre el aborto y su oposición al control de la natalidad. «Para muchos resulta difícil de entender. Mas para mí, la planificación familiar es una cuestión de derechos humanos y de salud de las mujeres, no de control de la población. Se trata de dar a las mujeres libertad para tener los hijos que quieran, no de echarles la culpa por toda una serie de problemas sociales».

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