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Opus Dei: fidelidad y creatividad

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Reproducimos algunos párrafos de una entrevista a Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, publicada en El País (Madrid, 31-XII-94).

Recordando que el Papa en su reciente Carta Apostólica ha hecho una fuerte llamada a la conversión, el periodista le pregunta si ve cosas que cambiar en el Opus Dei:

«Sí, nos sabemos pecadores que aspiran a amar con locura a Jesucristo y a los que la certeza del amor misericordioso de Dios da fuerzas para acometer el trabajo de cada día. Por lo que se refiere a cambios en el Opus Dei, le recordaré un dato que no se me va de la cabeza: cuando yo nací ya había sido fundado el Opus Dei. Fundar le correspondió al fundador. A sus sucesores compete la responsabilidad de ser fieles a la misión originaria y de profundizar con iniciativa en el legado que nos ha sido encomendado. Porque la historia no se detiene. Debe haber, pues, creatividad».

A propósito de la creciente participación de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, comenta: «El camino hacia el pleno reconocimiento de la igualdad de derechos y oportunidades de la mujer ha sido largo y a veces amargo. Aunque quedan injusticias, sobre todo en algunos países, se ha progresado mucho. Pero los logros conseguidos no pueden ocultar que, para defender la igualdad, en ocasiones se ha caído en actitudes agresivas contra la diferencia que existe entre el hombre y la mujer. Es preciso llegar a una nueva síntesis, donde tiene mucho que decir el sentido cristiano de la dignidad humana: nueva síntesis entre igualdad de derechos y reconocimiento de la diversidad en un contexto de respeto. Las mujeres del Opus Dei procuran vivir a fondo su existencia cristiana, tanto las madres de familia que gastan su vida en el hogar como las que descuellan en otras tareas».

En cuanto a las polémicas que tuvieron lugar hace dos años en España, con motivo de la beatificación de Josemaría Escrivá de Balaguer, explica: «Por mi parte, considero superadas esas polémicas, también porque fueron promovidas por una minoría. Pienso que supusieron el último capítulo de una etapa que terminó el 17 de mayo de 1992, en la plaza de San Pedro, un día que recuerdo siempre con emoción. Lo he comprobado, por ejemplo, con ocasión del fallecimiento de monseñor Álvaro del Portillo y de mi posterior nombramiento como prelado: hemos recibido una cantidad abrumadora de muestras de aprecio hacia la Obra y hacia nuestro fundador.

«Hay, sin duda, algunas excepciones. Tal vez inevitables, pues es lógico que se produzcan reacciones ante una presencia cristiana como la que los fieles del Opus Dei aspiran a promover, es decir, una presencia viva, que no se deje homologar por los rasgos agnósticos de la cultura hoy dominante en algunos ambientes: la historia de los primeros siglos de cristianismo me confirma en esa convicción».

Sobre los posibles aspectos preocupantes para el futuro del Opus Dei y, en general, para la Iglesia, destaca: «Desde luego, me duelen los signos de descristianización o de increencia y me inquietan la violencia y la pasividad ante la pobreza. No es posible no sentirse profundamente herido ante la multiplicación de conflictos y ante la miseria doliente que los medios de comunicación nos dan a conocer, al menos en parte, llamando así a nuestra conciencia. Esas personas que sufren son imagen de Cristo, portadoras de dignidad y merecedoras de respeto. Existen muchas realidades que se clavan en el alma y hacen daño.

«Pero son más los motivos de esperanza, como nos ha invitado a considerar Juan Pablo II en su carta sobre el tercer milenio».

El diario Avvenire (Milán, 6-I-95) recoge otras declaraciones de Mons. Javier Echevarría con ocasión de su consagración episcopal.

– En muchos aspectos, el Opus Dei ha anticipado el Concilio Vaticano II: baste pensar en la doctrina sobre el laicado o en el ecumenismo. Sin embargo, el cliché de «tradicionalismo», en el sentido más negativo del término, sigue siendo uno de los elementos de esa suerte de «leyenda negra» que persigue al Opus Dei. ¿Cómo se lo explica?

– El empleo de adjetivos como tradicionalista procede a veces de la aplicación de esquemas políticos, que falsean injustamente determinadas realidades. De esa acusación tampoco se han librado muchos otros sectores de la Iglesia, además del Opus Dei. El tiempo, sin embargo, ayuda a clarificar las cosas. Recuerdo que hace pocos años se decía del Opus Dei que era demasiado innovador, porque abría los brazos a los no católicos, a los paganos, a los ateos. Mons. Escrivá sonreía, porque sabía que el Opus Dei no es ni tradicionalista ni progresista: lo único que pretende es la santificación de las personas y de las tareas humanas del tiempo en que vivimos con la fuerza del Evangelio, que es y será siempre actual.

De todos modos, el Opus Dei, en cuanto que es una realidad de la Iglesia católica, es tradicional -no tradicionalista- en el sentido de que se basa en una Palabra, la de Cristo, el Evangelio, que le llega a través de la tradición y de la historia. Por lo demás, el Opus Dei ama el presente y se proyecta audazmente hacia el futuro, porque es el presente lo que debemos santificar y el futuro lo que debemos construir.

– Todos los Pontífices han tenido siempre en gran estima al Opus Dei, que por su parte ha demostrado en todo momento su fidelidad al Vicario de Cristo. Una fidelidad inoxidable, hasta el punto de que alguno, de modo quizá simplista pero elocuente, ha definido a la Obra como «el moderno ejército del Papa». ¿Cree que es una imagen acertada?

– En todo caso, el ejército del Papa es toda la Iglesia, en cuanto que todos los cristianos son igualmente responsables de su misión, como ha proclamado el Concilio Vaticano II. Sin embargo, hay que usar con precaución las metáforas militares: se puede comparar a la Iglesia con un ejército, pero hay que precisar que se trata de un ejército comprometido en una guerra «de paz y de alegría», de acuerdo con una expresión que le gustaba emplear al Beato Josemaría Escrivá. Las armas de la Iglesia son sólo la verdad y el amor. Los fieles de la Prelatura del Opus Dei intentan servir a esta verdad y a este amor, siempre con plena lealtad al Vicario de Cristo y en unión con toda la Iglesia.

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