“Nacionalismo cauto” en la India: cómo aspirar a superpotencia sin hacer demasiado ruido

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Pocos analistas dudan a estas alturas de que los acontecimientos internacionales que se están desarrollando en la actualidad pueden producir un terremoto en la geopolítica mundial. Pero ya antes de estos hechos las piezas del tablero se estaban moviendo. Quizás el país que más haya cambiado su posición en los últimos años es la India. Para conocer mejor cuál es la situación del país, sus fortalezas, amenazas y retos, entrevistamos a Miguel Otero Iglesias, investigador principal del Real Instituto Elcano y especialista en Economía Política Internacional.

India no suele acaparar tantos titulares como China o Rusia. Sin embargo, hace poco los medios se hicieron eco de un hito demográfico: por primera vez el país había sobrepasado en habitantes al gigante asiático, convirtiéndose así en el más poblado de todo el mundo.

También ha destacado la prensa últimamente el papel central que la India ha desempeñado en algunas reuniones internacionales recientes: fue el país anfitrión en la última cita del G20 en septiembre, mismo mes en que participó activamente en la Cumbre de Asia Oriental. En julio había presidido el encuentro de la Organización de cooperación de Shanghái (OCS), y en agosto Narendra Modi, primer ministro del país, estuvo presente en la reunión del grupo BRICS (que une a las principales potencias no occidentales: Brasil, Rusia, China, Sudáfrica y la propia India) y dejó claro que su país aspira a tener una agenda propia, sin depender de China o Rusia, aunque colaborando con ellas.

Al empuje demográfico y geopolítico se le une el económico. India está creciendo a un ritmo mayor que China, y por supuesto que Europa. Además, su industria tecnológica, clave en la llamada “economía del conocimiento”, parece haber despegado definitivamente. El exitoso alunizaje, en agosto, de un artefacto espacial fabricado enteramente en el país ha supuesto su consagración en este campo. Ante la acumulación de indicios positivos, la primera pregunta para Miguel Otero es obvia:

¿Es ya la India una superpotencia mundial?

— Yo creo que todavía no. Para que un país pueda ser considerado como tal es necesario que tenga impacto y capacidad de influencia en todos los ámbitos. Me parece que solo puede hablarse de dos superpotencias en la actualidad: Estados Unidos y China, que no lo era hace diez años. Con respecto a ella, India lleva una década de retraso, aunque es verdad que su renta per cápita está aumentando a un ritmo mayor que la china (pese a que todavía es claramente inferior). Creo que India es aún una potencia media, aunque por tamaño geográfico y demográfico tiene más peso que el resto de potencias medias.

—¿A qué ámbitos te refieres cuando dices que una superpotencia debe tener influencia en todos ellos?

— En mi disciplina, la economía política, siempre nos fijamos en cuatro ámbitos: 1) la seguridad (la capacidad militar); 2) la producción (la economía en general, podría decirse: el PIB y la presencia de sus multinacionales en el mundo); 3) las finanzas, la fortaleza de la divisa y el acceso de la población al crédito, y 4) la transmisión de conocimiento y el desarrollo de tecnología.

—El crecimiento demográfico de la India es visto como uno de sus puntos fuertes. Sin embargo, que la media de edad sea tan baja (28 años, diez menos que en China) también supone un riesgo para un régimen tan asentado como el de Modi: mayor número de jóvenes suele equivaler a más demandas sociales.

— Es un riesgo si no creces lo suficiente como para “absorber” a toda esa población que se está creando. El dinamismo económico es positivo, en general, aunque implica una mayor dificultad en la gestión. De fondo está la cuestión del modelo económico de futuro que quiere el país para sí mismo. Por un lado, India podría convertirse en un hub manufacturero, porque tradicionalmente ha sido la industria, y la manufactura en particular, la que ha creado mucho empleo en ámbitos urbanos. Pero, por otro lado, el modelo que puede producir un mayor aumento de la renta per cápita es el centrado en el sector servicios, a través de la digitalización de la economía. India debe decidir en qué enfocar su producción, aunque no tiene por qué ser una elección excluyente.

— Hace poco se ha sabido que Apple está moviendo parte de la producción de sus smartphones de China a la India. Al mismo tiempo, la industria del país no quiere limitarse a un papel de “fabricante”, sino que desea intervenir en la parte creativa; en concreto, está invirtiendo mucho dinero para posicionarse como líder en el desarrollo de IA. ¿Es este un ejemplo de esa tensión que comentabas?

Miguel Otero Iglesias.

— India, igual que China, aspira a estar en todo el proceso. Es cierto que, en una economía cada vez más digitalizada, es el factor intelectual-creativo, el factor humano, el que va a diferenciar unas economías de otras en cuanto a su renta per cápita. No obstante, cuanto más digitalizamos nuestra economía, más elementos tecnológicos necesitamos: más ordenadores, más móviles, más infraestructura digital, y todo eso hay que producirlo.

Tradicionalmente, India ha optado por un Estado intervencionista en la economía, y quizá por eso no ha crecido tan rápido como China

India, como cualquier gran potencia, anhela conseguir lo que se conoce como autonomía estratégica, y eso requiere, como he dicho, tener capacidad suficiente en todo el proceso: desde la investigación al marketing y la creación de marca, pasando por la fabricación, evidentemente.

Esto, por cierto, puede llevarnos a un mercado más proteccionista, menos liberal e interdependiente. En este contexto de rivalidad entre grandes potencias, India no quiere quedarse atrás.

—Lo cierto es que India tradicionalmente ha seguido una política económica proteccionista. ¿No ha querido o no ha podido lanzarse abiertamente a competir en el libre mercado?

— Efectivamente, India siempre ha optado por un Estado desarrollista, con mayor presencia de lo público en la economía. Se puede decir que esta ha sido su forma de organizar la sociedad, y quizás por eso no ha crecido tan rápido como China.

Entre los economistas existe el debate de cuándo es el momento apropiado para “abrirse al mundo”. Es cierto que si no desarrollas tu propia industria, acabas dependiendo excesivamente de los vecinos. Este es el planteamiento que ha prevalecido en India: primero crecer internamente, luego liberalizar. Pero también es cierto que sin el capital extranjero –técnico, económico y humano– no es fácil desarrollarte suficientemente como para poder llegar a competir con los demás. En India, este debate sigue abierto.

— Otro anuncio reciente relacionado con el diseño de la política económica india es que el gobierno se ha comprometido a crear un corredor comercial entre el Golfo Pérsico, India y Europa, como una especie de respuesta a la llamada “nueva ruta de la seda” puesta en marcha por China. ¿Tiene este proyecto una finalidad más bien comercial o política?

— Lógicamente, tiene un componente geopolítico de alternativa a China, algo que también interesa a Occidente, porque estos países quieren un contrapeso a China en el mundo asiático, además de tener acceso “seguro” a los combustibles del Golfo. Al mismo tiempo, si acaba desarrollándose, tendrá un efecto económico importante para India. Pero una cosa es diseñar un proyecto sobre el papel y otra, muy diferente, poder llevarlo a cabo. A China le está costando, aunque hay quien dice que tampoco le importa, porque en el camino está enredando a varios países africanos en la “trampa de la deuda”: la que contraen con el gigante asiático para poder construir sus infraestructuras. El proyecto de la India es muy ambicioso, pero hay que esperar para ver si también es realista.

— Hablemos ahora propiamente de política. ¿Qué papel quiere jugar la India en el nuevo tablero geopolítico? ¿Cómo aspira a conciliar su alianza con Estados Unidos con su rol dentro de los BRICS, donde China y Rusia presionan para armar un bloque alternativo a Occidente?

— Desde sus inicios como país independiente del Imperio Británico, India siempre ha optado por el no alineamiento, por ejemplo, durante la Guerra Fría. Y creo que esta sigue siendo su visión estratégica: quiere mantener la libertad para colaborar con diferentes actores.

Lógicamente, hay una rivalidad, incluso geográfica, con China. Los dos países han vivido siempre de espaldas. En India existe el continuo temor de que el gigante chino alcance demasiada influencia en la región, y por ello busca hacer de contrapeso. Por ahora, como su renta per cápita es seis veces inferior a la china, le interesa tener buenas relaciones con Estados Unidos. A la vez, Rusia ha sido tradicionalmente un aliado, aunque sus posturas en la política internacional actual puedan divergir en algunos puntos.

“A la India le gusta ser vista como un poder blando, que no es agresivo por su inherente pacifismo, y con el que se puede tratar”

Por otro lado, las heridas del pasado colonial aún no han cicatrizado del todo. En ese sentido, India se considera una especie de portavoz del sur global, o, como me gusta llamarlo, el sur plural. Los dirigentes del país piensan que estamos en un periodo de transición hacia un mundo más multipolar y menos bipolar, y que India puede constituirse en uno de esos polos.

— Más allá de sus relaciones con las otras potencias, ¿cuál dirías que es la ideología preponderante hoy en el país? Desde Europa, no es fácil definirla con nuestras categorías de izquierda y derecha. Sabemos que gana Modi, y poco más.

— Diría que es el nacionalismo, el nacionalismo hindú. Existe un orgullo en la sociedad por el hecho de que el país esté “jugando en las grandes ligas”, de que Modi lo esté llevando ahí. Como sabemos, la frontera entre patriotismo y nacionalismo es muy vaga, de lo que dan fe las tensiones crecientes con la población musulmana.

Al mismo tiempo, se trata de un nacionalismo pragmático o cauto. Están orgullosos de ser quienes son, no quieren ser China, ni Estados Unidos, ni Europa, pero a la vez les gusta ser vistos como un poder blando, que no es agresivo por su casi inherente pacifismo, y con el que se puede tratar.

— ¿Es este nacionalismo un bálsamo suficientemente eficaz para calmar el malestar social por la desigualdad? No hay que olvidar que sigue vigente un sistema de castas.

— Lo de las castas actualmente es más una norma social que propiamente legal, pero, ciertamente, cuando uno viaja a India sorprenden mucho las diferencias entre la élite del país, cosmopolita y bien formada, y el resto de la población. El llamado “ascensor social” aún no funciona como en China. Allí encuentras muchas personas en puestos de poder –en el ámbito privado y en el público– que provienen de entornos obreros. Esto es algo que casi no ocurre en India. Los que alcanzan el éxito casi siempre han nacido en ambientes privilegiados. Supongo que este es un proceso que vendrá con la modernización del país, con la urbanización, con el desarrollo industrial. India es aún un país muy rural. Con todo, algunos elementos más clasistas de la sociedad empiezan a romperse, aunque esto todavía no ha llegado a la cima.

— ¿Cómo se ha posicionado el gobierno en los dos últimos grandes conflictos internacionales: la guerra de Ucrania y la de Israel?

— En la guerra de Ucrania ha adoptado una posición neutral: ni avala a Putin ni se une al bloque occidental. Y, al mismo tiempo, sigue comprando petróleo a Rusia igual que antes. Esto es una muestra de esa estrategia de jugar a varias bandas de la que he hablado antes. En cambio, en el conflicto en Oriente Medio, se ha posicionado claramente a favor del gobierno israelí. En gran medida, porque a India no le interesa que se radicalice el mundo musulmán ni que su influencia crezca, porque tiene un problema dentro de sus fronteras con su propia población islámica.

— ¿Se puede decir que India es una democracia plena? Si no, ¿qué le falta?

— Para empezar, hay que señalar que fuera de Occidente, hay muchos países que no compran el relato que divide al mundo en democracias versus autocracias. India es uno de ellos. Dicho esto, si tomamos por válidos los estándares que utilizan organismos como las ONG o similares, se podría decir que los puntos flacos del país serían la falta de protección a las minorías (por ejemplo, como he comentado, la población no hindú) y la muy mejorable libertad de prensa. En este sentido, es interesante que desde Europa y Estados Unidos se muestra más indulgencia con las violaciones de derechos humanos en la India que en China, porque interesa crear ese antagonismo. A la vez, dentro de la India existe la impresión de que Occidente trata con excesiva dureza a Modi. Es un contraste curioso, que, una vez más, habla de esa habilidad del gobierno indio para “nadar y guardar la ropa”.

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