Intelectuales ante la crisis

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De izquierda a derecha: Fabrice Hadjadj, Edgar Morin, Rémi Brague, Pierre Manent y Stephen Davies

 

Aunque no es fácil analizar con sosiego el momento que vivimos, desde el comienzo de la pandemia, intelectuales y pensadores intentan aportar algo de la luz sobre la crisis. No todos han sido igual de profundos.

En una extensa entrevista para Le Monde, Edgar Morin comenta que las incertidumbres que ha provocado la crisis “constituyen una oportunidad para comprender que la ciencia no consiste en verdades absolutas, sino que sus teorías son biodegradables a medida que se realizan nuevos descubrimientos”. El coronavirus puede servir como cura de humildad tanto frente a la compulsión del consumo como a los sueños transhumanos, al revelar que “aunque podamos retrasar la muerte por envejecimiento, nunca podremos eliminar los accidentes que pueden acabar con nuestro cuerpo, ni deshacernos de las bacterias y los virus”.

Como otros, también Morin admite que la experiencia del confinamiento tal vez contribuya a modificar las actitudes vitales, dando lugar a una existencia más saludable, tanto económica como ecológicamente. Desde un punto de vista existencial, pues, puede llevar “a cuestionar nuestra forma de vida, nuestras necesidades reales, nuestras verdaderas aspiraciones (…) Debería ayudar a abrir nuestras mentes, durante mucho tiempo preocupadas por lo inmediato, lo secundario y lo frívolo, a lo esencial, como el amor y la amistad”.

La crisis como corroboración

Pero quienes se dedican a esclarecer nuestras incertidumbres tampoco están exentos de observar lo que les rodea a través del sesgo de confirmación. Es lo que se deduce de lo publicado hasta ahora por Slavoj Žižek, para quien la pandemia marca el fin del capitalismo e invita a una reorganización global “que pueda controlar y regular la economía, así como limitar la soberanía de los Estados nacionales cuando sea necesario”.

La crisis “debería ayudar a abrir nuestras mentes, preocupadas por lo inmediato, a lo esencial, como el amor y la amistad” (Edgar Morin)

Este texto de Žižek, junto con los de otros intelectuales progresistas, como Judith Butler o Giorgio Agamben, han sido recopilados en un libro gratuito publicado con el título Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia.

Más Estado

El confinamiento de la población y la necesidad de vigilar la salud ha encendido las alarmas frente al recorte de las libertades y el refuerzo del poder del Estado. John Gray, a este propósito, predice el repliegue de la globalización y el retorno de un estatalismo hobbesiano, que obligaría a postergar el valor de la autonomía y a dar más importancia a las demandas de seguridad de los ciudadanos, lo que los dejaría inermes frente al poder.

“Para salir del agujero –explica el pensador británico– vamos a necesitar más intervención estatal, no menos, y además muy creativa. Los gobiernos tendrán que incrementar considerablemente su respaldo a la investigación científica y a la innovación tecnológica. Aunque es posible que el tamaño del Estado no aumente en todos los casos, su influencia será omnipresente y, de acuerdo con los criterios del viejo mundo, más intrusiva. El gobierno posliberal será la norma en el futuro próximo”.

Gurús apocalípticos

Por otro lado, si los gurús que se encargan de iluminar a la opinión pública, como Yuval Noah Harari y Byung-Chul Han, ya atisbaban un futuro sin esperanza antes de la pandemia, su pesimismo sobre el hombre tiñe aún más sus pronósticos sobre el mundo post-coronavirus. El coreano vaticina una erosión de la cooperación y la solidaridad y, por tanto, una versión más dantesca del capitalismo.

Harari, por su parte, avisa en Financial Times con un vago “nada será como antes”. Y apunta: “En estos momentos nos enfrentamos a dos decisiones especialmente importantes. Primero, hemos de elegir entre la vigilancia totalitaria y dar más poderes a la ciudadanía. En segundo término, entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global”.

“Esta crisis empujará hacia arriba la categoría de los cuidadores: no pueden seguir estando mal pagados” (Alain Touraine)

De lo que está seguro es que esta vicisitud no va a cambiar nuestra forma de afrontar la muerte: seguiremos pensando que se trata de un problema técnico, que tarde o temprano tendrá solución, explicaba en un artículo publicado en El Confidencial.

“La crisis actual podría hacer que muchas personas sean más conscientes de la naturaleza no permanente de la vida humana y sus logros. Sin embargo, nuestra civilización moderna en su conjunto probablemente irá en la dirección opuesta. Recordando su fragilidad, reaccionará construyendo defensas más fuertes”, escribe el autor de Homo Deus.

El impacto de la pandemia

Más confiado sobre el futuro se muestra el sociólogo Alain Touraine, quien, sin atenuar la gravedad de la situación y el riesgo de nuevas tendencias autoritarias, cree que “nos encontramos en un nuevo tipo de sociedad: una sociedad de servicios, como decían los economistas, pero de servicios entre humanos. Esta crisis empujará hacia arriba la categoría de los cuidadores: no pueden seguir estando mal pagados”.

Pero no parece realista pensar, como Harari, que todo va a cambiar, explica Stephen Davies, del Institute of Economic Affairs. “Lo que la historia enseña es que las epidemias importantes pueden tener consecuencias relevantes, pero también que no son independientes de la situación anterior”. Normalmente, las crisis no cambian el mundo radicalmente, pero impulsan tendencias ya existentes.

Sin embargo, a diferencia de otras pandemias anteriores, el impacto de la actual puede ser superior, tanto cultural como psicológicamente, ya que se está viviendo “como una experiencia compartida”, gracias a las nuevas posibilidades de comunicación.

Además de las consecuencias políticas, apuntadas por otros pensadores, Davies sostiene que la pandemia tendrá dos efectos culturales importantes. Por un lado, servirá para “alejarnos del individualismo, aproximándonos a formas culturales más comunitarias”, entre las que se encuentra, ciertamente, la nación, pero no solo.

“La otra consecuencia es paradójica. Por un lado, se producirá un retorno de la seriedad y un repentino alejamiento de la frivolidad y la autocomplacencia intelectual (una tendencia que lleva tiempo en marcha). Al mismo tiempo, también volverá el hedonismo en el día a día. Siendo la naturaleza humana como es, se pueden manifestar los dos fenómenos en una misma persona”.

Las paradojas del poder

Pierre Manent detecta las contradicciones de las decisiones adoptadas, como que las normas del confinamiento permitan sacar al perro pero no el ejercicio de la libertad de culto. Y con sorpresa constata la aparición de la cara menos amable del Estado. “En nombre de la salud –sostiene en una entrevista para Le Figaro– se decreta el estado de alarma (…) Pero la velocidad, la extensión e incluso el entusiasmo con que se puso en marcha el aparato represivo contrastan dolorosamente con los retrasos, la falta de previsión y la indecisión de la política sanitaria, ya sea en relación con las máscaras, los tests o los posibles tratamientos frente al virus”.

Para Manent, la pandemia constituye tanto el final de la “fantasía europea” como de la globalización. Es necesario recuperar el marco nacional de la democracia para evitar la degeneración moral y política del liberalismo. Pero, sobre la situación actual, lo que teme es que se refuerce el poder omnímodo del que goza el Estado mediante el establecimiento de un estado de alarma permanente.

“Nos hemos entregado al poder del Estado hace ya mucho tiempo, pero esta tendencia se ha agudizado en los últimos años. La espontaneidad del discurso público es objeto de una especie de censura previa, que excluye del debate las cuestiones más importantes de nuestra vida en común, e incluso de nuestras vidas personales, como la inmigración o las relaciones sexuales”.

Afrontar la pandemia con esperanza

En una entrevista al mismo medio francés, Rémi Brague mantiene que la situación creada por el coronavirus ha quebrado la primacía de la economía, posponiendo la búsqueda del lucro para atender a los más vulnerables. También ha revelado la ambivalencia del hombre ante la muerte. De un lado, el ser humano se enfrenta a ella y emplea todos los recursos a su alcance para detenerla; por otro, sin embargo, lo ve como algo supremo, distinto de cualquier otra experiencia.

“La pandemia ha descubierto la ambivalencia del hombre ante la muerte, sostiene Brague”

En este sentido, explica cómo los numerosos fallecimientos quiebran uno de los ritos básicos de la cultura humana: los funerarios. Sin embargo, la ola de solidaridad evidencia que todavía las sociedades occidentales se encuentran impregnadas de valores religiosos: “Creer que se debe ayudar a las víctimas, independientemente de quiénes sean y, especialmente, sin tener en cuenta la religión que profesen, su puesto en la sociedad o su edad, es decir, simplemente porque esas personas son mi ‘prójimo’, es una creencia de origen cristiano”.

Tanto Brague como Fabrice Hadjadj recomiendan afrontar la crisis con esperanza, no con optimismo, puntualizan. La esperanza, señala Hadjadj en una entrevista, es la otra cara del grito, la mañana esplendorosa que nace tras las pesadillas.

Hadjadj, maestro de la paradoja, subraya lo irónico que resulta que una sociedad digitalizada, que solo parecía temer a los virus informáticos, se vea desbordada por un minúsculo microbio. ¿No manifiesta esta crisis las excesivas expectativas que había puesto el hombre en su propio poder? A pesar de que se corre el riesgo de dejarse arrastrar por la pandemia informativa durante el confinamiento, también puede ser una ocasión para redescubrir, precisamente, el significado, siempre nuevo, de la cultura o para reinventar la vida familiar.

Así, escribe en un artículo para La Vie, “el virus, transmitido en su mayor parte por portadores sanos, transforma los gestos de ternura en gestos mortales y hace que el ademán de tomar distancia, la puerta cerrada y el alejamiento sean las muestras de una nueva, pero problemática, forma de caridad”.

La tragedia recuerda al hombre su condición de criatura y le obliga a plantearse, más allá de la urgencia diaria, las preguntas fundamentales de la vida. “¿Qué es lo que queda, después de todo?”, se pregunta el mismo Hadjajd. Responde: “La caridad desnuda. La de los cuidadores y la de los enfermos, la de los moribundos y los vivos, más vivos que nunca porque estuvieron cerca del abismo”.

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