Una fe que cambia la vida

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Redescubrir los contenidos de la fe, abrir el corazón a lo que se cree para emprender el camino de la conversión y comprometerse a dar un testimonio público son tres retos que plantea Benedicto XVI en la carta apostólica Porta Fidei, fechada el 11 de octubre de 2011 y con la que se convoca el Año de la Fe.

Desde el inicio del documento, el Papa recuerda la unidad profunda que existe entre la vida cotidiana y la fe; ésta transforma a los creyentes desde lo más íntimo. “‘La puerta de la fe’ (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma”.

Al Papa le preocupa que, en la sociedad actual, esa unidad quede a menudo desdibujada: “Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas”.

Para responder a esa crisis, Benedicto XVI ha decidido convocar un Año de la Fe, que comienza el 11 de octubre de 2012, coincidiendo con el 50º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. En esa fecha se celebrarán también los 20 años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por Juan Pablo II. Además, ese día dará comienzo la Asamblea General del Sínodo de los Obispos. El Año terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013.

“El Año de la Fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor”

Profundizar en los contenidos de la fe

No es la primera vez que la Iglesia celebra un Año de la Fe. En 1967, dos años después de clausurarse el Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI proclamó un año parecido. “Concluyó –escribe Benedicto XVI– con la Profesión de fe del Pueblo de Dios, para testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado”.

Ahora, coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II, Benedicto XVI invita a reflexionar sobre los textos dejados en herencia por los Padres conciliares. También propone meditar durante este año el Catecismo de la Iglesia Católica. En él, dice el Papa, “se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe”.

A través de las páginas del Catecismo “se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia”. Por eso, para el Papa, una conclusión lógica es que durante este tiempo los cristianos tendrán “la mirada fija en Jesucristo”.

“La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación”.

“La fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado”

La fe invita a la conversión

El conocimiento de los contenidos de la fe ha de llevar al cristiano a poner el corazón en sintonía con las exigencias que se desprenden de esas creencias. En este sentido, “el Año de la Fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo”, escribe el Papa.

La fe lleva al hombre a una nueva vida; le introduce “en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La ‘fe que actúa por el amor’ (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre”.

Más adelante, el Papa vuelve sobre esta idea: la fe es “un don de Dios” y es también “un acto de la libertad”. Por eso, “el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios”.

Comunicar la fe

La comprensión de la fe como un acto de la libertad lleva al Papa a afirmar “la responsabilidad social de lo que se cree”. “La fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. (…) La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe”.

Benedicto XVI hace un llamamiento a favor de “una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”. La fe se puede comunicar como “una experiencia de gracia y gozo”, dice el Papa, cuando se descubre el amor personal de Dios.

El testimonio de los creyentes, a través de su vida y sus palabras, se hace especialmente necesario ahora que “muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico ‘preámbulo’ de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios”.

Al final de la carta, el Papa se refiere a las pruebas que hacen madurar la fe: “La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: ‘Cuando soy débil, entonces soy fuerte’ (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte”.

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