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Un mundo global en fragmentos

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Alain Touraine no cree en la visión unitaria del mundo
La idea de que la humanidad camina hacia un mundo unitario suele presentarse como inevitable y necesaria: la sociedad de la información es imparable, cada vez estamos más cerca de todo y de todos. Esta repetida imagen es, para Alain Touraine -sociólogo y director de estudios de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París-, una representación ideológica y transitoria, un cuadro que se ha formado a partir de elementos dispares, mezclados arbitrariamente. Es lo que sostuvo en el Foro Cultural de la Fundación Argentaria, el pasado 23 de mayo, en una conferencia que aquí resumimos.

Un fantasma recorre Europa: la idea de que estamos entrando en un mundo distinto del de los cincuenta últimos años, que estaba dominado por Estados nacionales. Ahora se habla de un mundo global que, más que internacionalizado, estaría unido por algunas tendencias generalizadas.

Se trata de un mundo liberal, en el sentido de que la economía está regulada casi enteramente de manera interna, a través de «procesos», y no mediante un control político o social. En este mundo disminuye el papel de los Estados, y se va creando lazos de unión a través de la información, del consumo y de la comunicación de masas…

Fin del Estado voluntarista

¿Es esta una descripción acertada de nuestro mundo? Mi tesis es que esta representación del mundo es ideológica, una mezcla artificial de fenómenos de índole distinta, y que durará poco.

Sin duda, el actual periodo histórico es muy distinto al de la inmediata postguerra, que estuvo dominado por Estados movilizadores: desde los sistemas comunistas hasta la socialdemocracia de tipo europeo, desde los regímenes llamados nacional-populares de América Latina o la India, hasta los nacionalismos postcoloniales o los regímenes patrimonialistas de ciertas partes de África. En todas partes, incluso hasta cierto punto en la New Society de Kennedy o Johnson, se imponía esa imagen de un Estado voluntarista, con un proyecto unitario en lo económico, lo social y lo nacional, organizado por medio de instituciones.

No cabe duda de que hay una ruptura, pues no queda un solo país que rechace el modelo de la economía mundial integrada. Algunos países europeos y otros (Francia, Brasil, la India…) se resistieron a esta transformación básica; en Latinoamérica, hubo una enorme oposición a esta política de ajuste, que fue llamada dictadura del Fondo Monetario Internacional. Pero se llegó al final de una etapa. Casi todos los países pasaron por una fase de inflación fuerte o hiperinflación, que fue la fase final de los regímenes movilizadores. Y después hubo, como hoy, austeridad, en varios países europeos y por todo el mundo. Pero esta ruptura con los Estados movilizadores no basta para concluir que se ha creado un modelo coherente integrado y único.

Ya no hay un mundo lejano y otro cercano

Al menos hay cuatro fenómenos que se incluyen en esta misma visión del mundo global y que son, en mi opinión, totalmente independientes, heterogéneos.

El primer elemento -desde un punto de vista sociológico, el más permanente y básico- es la producción, difusión y consumo mundial de información. Existe una sociedad informativa que, hasta cierto punto, está desvinculada del resto de la sociedad: se trata de la sociedad virtual, de un mundo de imágenes y mensajes que pueden ser transformados (son los falsos acontecimientos, por ejemplo, el modo en que los mass media transmitieron la «matanza» de Timisoara [Rumania] o la guerra del Golfo; momentos en que el periodista no es tanto mediador como productor de realidad).

En esta sociedad, lo más interesante es que las categorías básicas de nuestra experiencia personal y colectiva han sido transformadas. Los analistas hablan de la compresión del espacio y el tiempo. Vivimos con gente, presenciamos acontecimientos que suceden en otros continentes y que en realidad pertenecen a otros siglos. En realidad, vivimos con gente de los siglos X, XV, XIX, y la vida internacional no tiene unidad espacial ni temporal.

No es que haya gente atrasada y gente adelantada; lo que sucede se parece más a una familia en la que conviven juntas diez generaciones. No hay un mundo lejano y uno cercano. Casi en cualquier ciudad pueden recibirse en un momento dado más noticias de un país lejano que de un suburbio de la propia ciudad o de un municipio vecino.

Cualquier definición concreta de una ciudad ha perdido significado. No hay ciudades, es una ilusión. Los sociólogos destacan que en las «ciudades» gran parte de la gente vive en networks (redes), casi sin relaciones con gente de su alrededor. Muchas veces incluso hablan un idioma distinto al de la ciudad, leen otros diarios, ven otros informativos… En mi opinión, que México D.F. (Nueva York, Madrid, etc.) sea una ciudad carece de fundamento. Es cierto que hay 18 millones de personas en un espacio, pero no que formen una colectividad…

El predominio de la economía financiera

Por encima de estas redes de relaciones, en el mundo actual se produce un fenómeno, no nuevo pero pujante: la formación de una red financiera internacional. Ya en 1910 el economista Rudolf Hilferding empleó la idea de imperialismo, para referirse al predominio de un capitalismo financiero internacional sobre el capital industrial nacional. Hoy, el intercambio de bienes y servicios es una actividad marginal en el sistema internacional; representa sólo el 2 ó 3% del movimiento total de capital. Constantemente se mueven los capitales y se obtienen beneficios al margen de una actividad productiva o comercial.

A este proceso fundamental suelo llamarlo la desocialización de la economía. En el mundo actual, la tendencia unitaria descansa, en buena medida, en la formación de una economía financiera desvinculada de la industrial y comercial. Por supuesto, este mundo financiero está prácticamente por encima de cualquier control político y a veces incluso domina la política. Así, los conflictos entre compañías internacionales no se arreglan por ley -¿la ley de quién?-, sino que el propio mercado financiero se ha creado un sistema de control privado, el de las law firms, las grandes agencias de abogados afincadas casi exclusivamente en Nueva York y Londres. Éstas aplican un derecho, common law de tipo inglés, por acuerdo interno del mundo de los abogados internacionalistas. También se sabe que el futuro de un banco o gobierno -ha ocurrido hace poco con el gobierno sueco- depende en gran medida de las calificaciones que obtengan de las dos grandes empresas auditoras internacionales, Moodys y Standard & Purse.

Desarrollo y americanización

Un tercer elemento, casi opuesto al segundo, es la generalización mundial del desarrollo, la formación de nuevos países industriales. Empezó con el Japón, después con los «Cuatro Tigres» (Corea del Sur, Hong Kong, Taiwán y Singapur), luego hubo una serie de dragones asiáticos, Chile, Marruecos, en ciertos momentos Turquía, y finalmente China.

Tampoco esto es nuevo, pues los historiadores han señalado que el sistema capitalista no estuvo geográficamente concentrado. Pero interesa resaltar que no existe un sistema unitario, sino una competencia ampliada entre los muy viejos países industriales de Europa occidental, los nuevos de final del siglo XIX, los de ahora y los que mañana serán industriales. Es decir, junto a la unidad de una civilización informativa y la unidad abstracta desocializada de un sistema financiero se mantiene una pluralidad de centros, con una enorme diversidad de formas sociales y regímenes políticos a través de los cuales se realiza este desarrollo.

Finalmente, para indicar el carácter totalmente heterogéneo de estos fenómenos, aparece un cuarto elemento: la americanización. Los medios de comunicación han difundido moldes de consumo, incluso una visión histórica, que es al 90% estadounidense. Sin duda existe una hegemonía cultural (algo que no es bueno ni malo por definición). Pero no hay ninguna razón para pensar que la formación de esta civilización nueva -que es un fenómeno de la misma naturaleza que la «sociedad industrial» de fines del XIX y comienzos del XX- esté necesariamente relacionada ni con el triunfo del capitalismo financiero, ni con tal o cual hegemonía, ni con el pluralismo creciente de los focos de modernización y desarrollo.

El fin de la ilusión del mundo unido

A mi juicio, estos cuatro fenómenos no son aspectos del mismo sistema global. Se trata más bien de una formación de tipo histórico, en un momento dado. Algo así como lo que ocurrió en la época de la Reina Victoria: ella gobernaba en la sociedad industrial, representaba la hegemonía inglesa y cierto tipo de capitalismo industrial. Pero estos eran fenómenos distintos de ella. El capitalismo inglés no era un modelo que se impondría en todas las sociedades, como pensaron muchos coetáneos. Murió la reina Victoria y nadie piensa ahora que Inglaterra sea el centro del mundo.

Esta hipótesis es útil para observar la dinámica del mundo actual. De hecho, hoy en todas partes se empieza a salir de esta ilusión del mundo unitario -no de la sociedad informacional, en la que hemos entrado de lleno y seguiremos, pues no es coyuntural-. Nos adentramos ya en un periodo de reacción contra esta ilusión de una sociedad autosostenida a través del mercado y básicamente de los mercados financieros.

El retorno de los sistemas autoritarios

Junto a esta economía mundializada se descubren focos de oposición, culturas interpretadas por elites políticas que se movilizan contra un modelo único y utilizan su técnica para beneficio propio, como, por ejemplo, algunos gobiernos pueden usar el petróleo para financiar un proyecto político de naturaleza distinta. Obviamente, la meta del nuevo rey de Arabia Saudita o de Rafsanjani en Irán no es cooperar en la globalización del mundo, sino un proyecto político-ideológico de otra índole.

En los últimos años se está formando también un modelo político cultural asiático, que en realidad es algo semejante al de los países industriales de hace 120 años (Alemania y Japón). Consiste en la vinculación de un liberalismo económico con un nacionalismo cultural dentro de un marco político autoritario. Este autoritarismo es la forma político-social de los nuevos países industriales, como Singapur, Indonesia y China. Y es un hecho que en estos países y en Rusia los dirigentes comunistas se transforman no en empresarios, sino en dirigentes autoritarios y básicamente nacionalistas.

En mi opinión, el futuro no será el modelo norteamericano, de la sociedad civil, económica, con contradicciones pero sin controles sociales. El futuro será la reintroducción de modelos a nivel nacional, social, de clase, etnia y religión.

Actualmente no se puede describir el mundo como global. La única descripción posible es la de un mundo conectado financiera y económicamente, y a la vez fragmentado cultural y políticamente. No hay que sobrevalorar ninguno de los dos fenómenos. Fukuyama se equivocó al pensar que tras la caída del muro de Berlín todos los países aceptarían el mismo modelo (economía de mercado, democracia parlamentaria, tolerancia cultural). Y tampoco se puede decir, como sostiene Huntington, que el mundo actual no está dividido por conflictos de clase o nacionales, sino por otros conflictos mucho más profundos, de tipo cultural, con fronteras entre religiones: la famosa guerra de los dioses de la que hablaba Max Weber al final del siglo pasado.

Lo que ocurre es que el mundo económico, cada vez más integrado, se desvincula del mundo de la cultura o de las culturas. La modernidad está en crisis porque las mediaciones sociales y políticas, las normas, las formas de organización de la sociedad desaparecen, y reina la anomia. Aunque cada uno participe en la economía mundial, una persona se define cada vez menos por su posición social, y más por su herencia cultural, su mundo psicológico personal.

No estamos en un periodo de postmodernidad, sino de desocialización. En el mundo periférico, dependiente, dominado, eso significa movilización en contra de estas fuerzas en nombre de una nación, de una religión o de una etnia, movilización a veces puramente defensiva (fundamentalista, palabra poco acertada). Y casi siempre se trata de volver a controlar la modernidad, la sociedad informacional, dentro de valores y formas de poder casi siempre autoritarias, muy distintas de la supuesta la sociedad unitaria.

Para integrar lo individual y lo colectivo

En nuestro mundo observamos como una forma de desocialización la privatización de lo público. Si hace 20 años se tendía a politizar lo privado (movimientos de mujeres o feminismo, huelgas, sindicatos), ahora se observa la tendencia contraria. En el mundo religioso, por ejemplo, las Iglesias pierden fuerza… y al mismo tiempo renacen las sectas. Cobran importancia los debates -tal vez más en Estados Unidos- sobre la vida sexual, sobre las orientaciones morales, la moda, las comidas… Se van formando cotos privados, y se incuba una fuerte ideología contra la intervención de la ley o el Estado en estos campos. Los debates que más éxito tienen en televisión son los problemas de bioética, mientras que, si se discute sobre la privatización o estatalización de empresas, todos se aburren.

Lejos de un mundo unificado dentro de la lógica economicista y utilitaria que pretende predominar, vivimos un mundo económico desocializado, un mundo cultural igualmente desocializado, con un vacío entre los dos.

La lógica de la situación no es plantear la utopía de un modelo unido autocontrolado y coherente. El problema es moral, pues no hay solución automática, autorregulada, institucional para integrar las dos partes, la experiencia individual y la colectiva. Como principio de resolución propongo la propia voluntad del individuo de vincular la razón instrumental con la identidad cultural, de unir el proyecto con la memoria, el mundo de los signos con el de los significados, la economía y la cultura.

Pero, en cualquier caso, no conviene aceptar la imagen de un mundo guiado por un sistema básicamente económico. Hay que dar la prioridad a procesos democráticos de reconstrucción del control social y no a la formación de una nueva ola de regímenes autoritarios y totalitarios. Pues estamos saliendo de un siglo que, al menos en Europa, no estuvo dominado por el progreso económico, sino por los regímenes autoritarios o totalitarios. Dentro de mil o dos mil años, el siglo XX será simbolizado no por un cohete, sino por un campo de concentración. En buena parte depende de nosotros evitar que lo sucedido en Europa en el siglo XX, pase en el siglo XXI en el mundo entero.

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