Un caso de censura políticamente correcta en Alemania

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Colonia. Las declaraciones del antiguo consejero de Hacienda de la Ciudad-Estado de Berlín por el Partido Social Demócrata (SPD) y actual vicepresidente del Bundesbank, Thilo Sarrazin, en una entrevista concedida a la revista Lettre International, han despertado en Alemania una viva polémica sobre el éxito en la integración de los extranjeros de cultura islámica. Parece romperse así el tabú que impedía considerar la política de los últimos dos decenios en pro de una sociedad “multicultural” como fracasada o tan solo ponerla en tela de juicio.

Sin embargo, las invectivas que han lanzado contra Sarrazin la mayoría de los políticos hablan un idioma distinto: no solo la Comunidad Turca en Alemania exigía su dimisión del Bundesbank, sino que también un elevado número de políticos del SPD reclamaban su expulsión del partido. Especialmente duro -pero al mismo tiempo tópico, por ser la acusación estándar que repite una y otra vez- fue el comentario del Consejo Central de los Judíos en Alemania, cuando su secretario general exclamaba: “Tengo la impresión de que, con su ideario, Sarrazin haría todos los honores a Göring, Goebbels y Hitler”.

Thilo Sarrazin es conocido por sus provocadoras declaraciones; así, cuando el entonces consejero de Hacienda, en julio de 2008, fue preguntado por el aumento de precios que estaba experimentando la energía, de cara al invierno, declaró: “Si los gastos energéticos llegan a ser tan elevados como los alquileres, alguno tendrá que plantearse si no puede vivir, con un grueso jersey, a una temperatura ambiente de 15 ó 16 grados”, una respuesta que muchos consideraron como puro cinismo.

Vivir del Estado que se rechaza

¿Provocación o cinismo? He aquí la cuestión que diferencia a los admiradores de los detractores de Thilo Sarrazin. ¿Son las declaraciones que aparecen en la entrevista y que se han convertido en piedra de escándalo, sencillamente una provocación o suponen algunas de las frases una vejación denigratoria? Por ejemplo: “No me parece digno de reconocimiento quien vive del Estado, al tiempo que rechaza ese mismo Estado, no se ocupa debidamente de la educación de sus hijos y solo piensa en producir pequeñas niñas con velo islámico”.

Ahora bien, en el debate despertado por las opiniones de Thilo Sarrazin llama la atención, en primer lugar, que sus declaraciones se han sacado de contexto. El tema principal del texto era la mala situación financiera de Berlín, para la que el antiguo Consejero de Hacienda aportaba datos históricos, desde la tremenda “sangría” debida a la aniquilación de los judíos por los nazis hasta la inmigración de quienes “consideraban a Berlín como una plataforma para darse la buena vida”, pasando por el “éxodo de la clásica burguesía trabajadora”. Como razón de la miseria económica de Berlín, Sarrazin no mencionó principalmente a los emigrantes, sino los cambios en la estructura de la población: “Las personas que gustaban de desempeñar una profesión fueron sustituidas por personas que gustaban de pasárselo bien”.

A este contexto en el que Sarrazin hablaba de “turcos” y “árabes” que rechazan el Estado mientras que viven de él, se refirió por ejemplo Oswald Metzger -antiguo político de los Verdes, actualmente cristiano-demócrata- en un debate televisivo con otros políticos y periodistas, celebrado el 7 de octubre. Sin embargo, no consiguió encauzar por ahí el debate; los otros participantes prefirieron recurrir al genérico tema de la “integración”, en el que cada uno podía referir sus propias experiencias. Quedaba así frustrada, sin embargo, la posibilidad de hablar abiertamente, en la televisión, de aquellas cuestiones que por regla general solo suelen tratarse en ámbitos privados.

La integración, ese problema

En este estado de cosas, cabe preguntarse: las declaraciones de Sarrazin, ¿han roto realmente un tabú, como alguno afirma? Hay serias dudas: por un lado, los problemas de la integración no se habían silenciado en absoluto hasta ahora; recientemente Basam Tibi, catedrático de Göttingen experto en islam, escribía en Die Tagespost: “La integración de los musulmanes en Alemania no se ha conseguido en absoluto; así lo demuestra la existencia de sociedades paralelas, de enclaves, en las grandes ciudades como Berlín”.

Por otro lado, resulta poco útil que los políticos reaccionen lanzando acusaciones de racismo, cuando se hace referencia a un hecho, en lugar de tratar de sus causas: quien se atreve a hablar abiertamente de la falta de capacidad, o de voluntad, de integración desata las histéricas iras de los sospechosos habituales. El periódico populista Bild citaba al conocido politólogo Arnulf Baring: «Objetivamente, nadie puede refutar a Sarrazin: Alemania tiene un problema de gran calado con los emigrantes de Turquía y del ámbito árabe; solo que, en el país de los hipócritas y de la corrección política, quien se atreve a decir las cosas claras, es inmediatamente aniquilado«.

Un tabú inmencionable

En el caso Sarrazin llama la atención un segundo aspecto, posiblemente más grave: los ataques de la clase política contra Thilo Sarrazin son diametralmente opuestos a la opinión de los ciudadanos “de a pie”: mientras que, por ejemplo, el sindicato “ver.di” tilda las declaraciones de Sarrazin de “radicales de derechas” y la jefa del grupo parlamentario de los Verdes Renate Künast las denomina “denigratorias”, a la mayoría de los ciudadanos lo que les molesta es precisamente esa crítica. En el Frankfurter Allgemeine Zeitung, el editor Berthold Kohler escribía: “En la mayoría de las numerosas cartas que nos llegan se aprecia indignación… en unos pocos casos por Sarrazin, en la gran mayoría por la crítica que se le está haciendo. El tenor es: se está atacando y amenazando con la pérdida de su cargo a alguien que ha dicho la verdad”. En un comentario en el foro de lectores de la revista Spiegel se podía leer incluso: “No entiendo esas críticas; yo solo conozco a gente que en las declaraciones de Sarrazin no encuentran nada censurable”.

¿Hay sencillamente una diferencia entre la opinión pública y la publicada? ¿O no es más cierto que este caso prueba que existe un tabú que prohíbe referirse públicamente a ciertos temas? Que la opinión de una aplastante mayoría de la población no pueda tratarse abiertamente en público, sino quede relegada al ámbito de los foros de discusión de Internet, es un fenómeno cuyo peligro para la sociedad democrática no debe subestimarse.

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