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Tenemos un problema con el islam, y hay que reconocerlo

Fuente: The Wall Street Journal
publicado
DURACIÓN LECTURA: 4min.

En su reciente discurso en Arabia Saudí, el presidente norteamericano Donald Trump hizo ver su deseo de revivir el Estado-nación como el vehículo político primario para el encuentro con el islam. En The Wall Street Journal, el articulista Sohrab Ahmari afirma que, para el filósofo francés Pierre Manent, esa es una buena idea.

“Tenemos un gran problema con el islam –me dijo–, y es imposible resolverlo a través de mantras individualistas, globalistas o de derechos humanos”.

Según Ahmari, Occidente ha tenido de sí mismo el concepto de ser el imperio de los derechos y las normas liberales. Como los derechos son universales, dicho imperio podía abarcar a todo el planeta e incluir a todos, aun a los musulmanes. Pero eso no ha funcionado, tal como lo prueban los últimos ataques yihadistas en el Reino Unido, por lo que “tiene sentido considerar alternativas”.

En Francia, dice el periodista, el gobierno ha llamado a hacer frente al terror islamista con un refuerzo militar y de inteligencia. Pero el nuevo presidente Emmanuel Macron generalmente esquiva las preguntas más profundas, e irresueltas, sobre comunidad y pertenencia que obsesionan a la sociedad francesa.

“No hay tal cosa como una sola cultura francesa. Hay cultura en Francia, y es diversa”, ha dicho el presidente francés. Estas afirmaciones superficiales han llevado a Manent a concluir que Macron se ha embebido de las “opiniones aceptables, políticamente correctas” que prevalecen en las élites transatlánticas sobre el islam y la nacionalidad. En estos círculos, incluso sugerir un problema con el islam es mal recibido, dice. “Todo lo que digan sobre la situación estará determinado por su objetivo, que es probar que no hay problema con el islam”.

Según el articulista, Manent considera el islam como un credo poderoso y rotundamente objetivo, cuyos adherentes son la comunidad de fieles o umma, y que a dondequiera que se difunde lleva un manojo de “costumbres autoritarias”. “Ello contrasta con el cristianismo, con su énfasis en el asentimiento interno y subjetivo al Redentor, con sus distinciones entre la Iglesia visible e invisible, entre Dios y el César”.

Imperio sin emperador

A diferencia del cristianismo, Manent señala que el islam descansa en una geografía política que divide el mundo entre la “casa de sumisión”, donde reina la fe, y la “casa de la guerra”, donde aquella no reina. Como forma política, el islam se parece más a un imperio. El problema, para los musulmanes y para Occidente, es que desde el colapso del imperio otomano en 1924, “ha sido un imperio sin emperador”.

Continúa Manent explicando que, para las clases profesionales de Occidente, las únicas fuentes aceptables de comunión política son, por un lado, el individuo autónomo, y por la otra, la humanidad como un todo. “Podemos ir a dondequiera en el planeta, trabajar dondequiera; esas nuevas libertades son entusiasmantes”. Nos consideramos “ciudadanos del mundo’”.

Manent, católico y liberal clásico según la tradición de Alexis de Tocqueville, estima que, para la mayoría de la gente, la humanidad es “demasiado numerosa y heterogénea” para permitir una experiencia real de comunión. Por ello, “no puedo probar que el Estado-nación es la única forma viable, pero de lo que estoy seguro es que para vivir una vida humana plena, necesitas de una vida en común y de una comunidad. Es una idea, griega, romana y cristiana”.

Hay sin embargo un problema mayor en el patrón transnacionalista: que en realidad no es universalista. Cuando el islam mira a Europa, no ve una unión con normas de procedimiento, vínculos de comercio y estilos de vida caleidoscópicos. Lo que ve es una colección de estados-nación particulares. Más importante: ve la cruz.

Occidente, sin embargo, ha relegado la fe a la esfera puramente privada, en la que el creyente, en su fuero interno, comulga con el Todopoderoso. Mas para los fieles del islam, la dimensión pública y política del cristianismo todavía sigue brillando.

Esto lleva a otro giro en el pensamiento de Manent: “En las actuales circunstancias, las relaciones entre Europa y el mundo musulmán serán menos tensas si aceptamos este marco cristiano, mientras al mismo tiempo garantizamos, por supuesto, que cada ciudadano, cualquiera que sea su religión o si no profesa ninguna, tiene iguales derechos”. En otras palabras, el mundo musulmán se avendría más fácilmente con Occidente si los occidentales reconocieran lo que ellos mismos son.

Es necesario así un contrato básico: “Nosotros aceptamos a los musulmanes, pero ellos tienen que aceptarnos”, dice el filósofo. En Francia, ello puede significar rebobinar la laïcité, el secular dogma oficialista que restringe muchas expresiones públicas de la fe. “No te fastidiaremos por tu velo o por lo que comas. En los almuerzos escolares, habrá disponible comida sin cerdo. Es tonto y malo decir: ‘Que coman cerdo o que no coman nada’. Los musulmanes no deben ser mirados siempre desde la sospecha”.

Pero entonces, añade Manent, los franceses pueden reclamarles reciprocidad a los musulmanes. “Ustedes pertenecen realmente a Francia. Así que pueden volverse hacia esta nación europea y centrar sus vidas en ella, que no es y nunca será un país musulmán”.

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