Secularización y modernidad, según Charles Taylor

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El filósofo canadiense Charles Taylor ha analizado la concepción del hombre propia de la modernidad en libros como Fuentes del yo: la construcción de la identidad moderna o La ética de la autenticidad. En buena parte, esta concepción se define como «desacralizada», en contraste con la visión de la era anterior. Sobre este tema, entre otros, habla Taylor en una larga entrevista de Alex Klaushofer para The Philosophers’ Magazine (Londres, otoño 2000).

Taylor no está de acuerdo con la interpretación que explica el paso a la modernidad, ante todo, como una «secularización», un «desencantamiento» por el que se perdió el sentido de lo sagrado. «Creo que la mayoría de mis amigos puramente secularistas funcionan con una idea simplista, que yo llamo modelo de sustracción. Según esto, en el pasado teníamos unos horizontes, como el horizonte del encantamiento, que eran ilusorios. De un modo u otro, logramos escapar de ellos: demostramos que no eran epistemológicamente válidos, y desaparecieron. Así que ha habido una especie de sustracción, y nos hemos quedado con una concepción de nosotros mismos y del mundo que es lo que resta cuando se quita lo otro». Taylor llama horizonte a las ideas generales implícitas sobre el mundo y el hombre que dan sentido a nuestras valoraciones y opciones. Así, la mentalidad moderna subraya la libertad individual de elección porque en su horizonte ya no hay un orden previo, de origen divino, al que plegarse: la norma básica es ser «auténtico», elegir el propio destino.

Continúa Taylor: «Es interesante comprobar que este modelo de sustracción es compartido tanto por personas que están muy a favor de esa evolución, como por muchas otras que la critican. Hay dos formas de entender el modelo de sustracción. Una es positiva: ‘nos hemos liberado’; la otra es negativa: ‘en los viejos tiempos teníamos una orientación porque creíamos en Dios o en algún horizonte; ahora que hemos perdido eso, todo se hunde’. Curiosamente, estos dos relatos coinciden mucho en la descripción de los hechos, aunque los valoren de maneras distintas. Pero creo que ambos están muy equivocados, porque hay mucha construcción de nuevas y sorprendentes concepciones de la vida humana, una masiva invención cultural que dejamos totalmente de explorar y captar si aceptamos el modelo de sustracción.

«Tomemos el individualismo. Algunos creen que de forma espontánea nos entendemos como individuos, y a la sociedad, como compuesta de individuos. Por el contrario, creo que no es menos sorprendente entendernos como individuos que entendernos como parte de un orden divino. Para pasar de lo uno a lo otro no bastaba desacreditar la concepción anterior: tuvimos que desarrollar un nuevo conjunto de perspectivas que privilegiaban nuestra identidad como individuos».

Al destacar los orígenes concretos de los presupuestos implícitos en que se basa la concepción moderna, Taylor abre la puerta a una crítica de la modernidad distinta de la reaccionaria tradicional. Pero surge entonces la duda de si es posible el diálogo entre concepciones diversas o cada cual permanece encerrado en su propio horizonte. Taylor explica: «Yo soy un católico con una fuerte perspectiva teísta, y aunque reconozco que cuando vienes de determinado ámbito, llegas cargado de ciertas ideas que no tendrías si vinieses de otro (en ese sentido, mi obra refleja mi punto de vista), no obstante creo que podemos y debemos razonar unos con otros. Esto significa que mis obras presentan dos dimensiones. Por una parte, ofrezco una descripción que, a mi juicio, otras personas, con otros puntos de vista, tendrían que aceptar. Por otra parte, también valoro todo de una determinada manera. (…) Pero no pretendo solo hacer que se acepten mis valoraciones: también aspiro a influir en los términos mismos del debate. (…) Creo, pues, que atender a lo que digo contribuiría a elevar el nivel general de la discusión. Dicho así, suena muy arrogante, pero entienda lo que quiero decir».

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