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Responsabilidades públicas y privadas

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En una conferencia pronunciada durante el último congreso del Partido Conservador británico, celebrado en Blackpool en octubre pasado, el ministro del Tesoro, Michael Portillo, propugnó el fomento de la responsabilidad personal de los ciudadanos. Ofrecemos algunos párrafos de su intervención, publicada en Nueva Revista (Madrid, XII-93).

(…) A mediados de los ochenta logramos llevar las finanzas públicas a una posición segura. Esto requería buena voluntad para resistir varios años de restricción del gasto público y altas tasas de interés, así como un importante aumento de los impuestos en 1981. Sabíamos entonces, como sabemos ahora, que un endeudamiento excesivo es:

Inmoral, porque obliga a nuestros hijos a pagar mañana para que nosotros vivamos hoy por encima de nuestras posibilidades.

Debilitador, porque pretende, contrariamente a lo que dicta el sentido común, que el Estado moderno puede hacer milagros y seguir gastando hasta que vuelvan las vacas gordas.

Peligroso, pues hay que suponer que un gobierno que adquiere montañas de deudas estará interesado en que haya inflación. No se debe dudar de que mantener estable la moneda es la primera responsabilidad económica del gobierno.

(…) Si un gobierno cree que una política es buena para el país, debe ponerla en práctica, aunque sea impopular. Si hacemos cosas impopulares, no es porque no nos demos cuenta de que no gustan a la gente. Las hacemos porque creemos que son necesarias para el bien del país. (…) Hacer sólo lo que es popular no es gobernar. Escoger qué puntos apoyar dentro de un programa político es cenar a la carta: un lujo que un partido en el gobierno no puede permitirse. Y es puro escapismo pensar que los eslóganes dicen cómo resolver nuestros problemas de la noche a la mañana.

Un gobierno que eludiera las decisiones difíciles y estuviera a bien con todos se podría considerar más simpático. Se podría pensar que un gobierno que escatima esfuerzos y da recompensas fáciles sería popular. En realidad, un gobierno de ese tipo es el más insolente, ya que demuestra que no le importa nada más que su propia popularidad. Demuestra que está dispuesto a engañar a la gente mientras retrasa la cura. Cuando, por fin, se ve obligado a actuar, el problema generalmente ha empeorado, con lo que la cura es más dolorosa. Sobre todo, un gobierno de ese tipo, al dejar de hacer todo lo que debería haber hecho, perdería la autoridad para gobernar y no podría convencer a los electores para que volvieran a apoyarle.

(…) Un gobierno puede dirigir la sociedad, pero no puede crearla. Sus poderes son, gracias a Dios, limitados. Los valores de una sociedad proceden de sus miembros, y los que la orientan en una u otra dirección proceden tanto de la Iglesia como de los negocios, de los medios de comunicación como de la política. Pero las acciones de los gobiernos tienen consecuencias. Tanto si un gobierno se suma pasivamente a la opinión de moda, como si mantiene sus principios en contra de la moda, influirá en los valores de la sociedad.

(…) Según los ideólogos progresistas, hay que envolver los juicios sobre las personas y sus acciones en una niebla de relativismo moral. Sostienen que lo que la gente hace o logra se debe a la educación, a las oportunidades que ha tenido o a los condicionamientos sociales: a cualquier cosa menos a una decisión individual o una responsabilidad personal. Nadie tiene la culpa, sólo la sociedad.

(…) Se utilizan eufemismos para hacer a todas las personas unisexuales y uniformes. Pero -y esto es aún peor- se describe la conducta humana sin referencia a las cualidades humanas. No hay bien ni mal, no hay colores puros en el espectro de la conducta. Todas las acciones son relativas. Se subvierten los juicios de valor. Se abusa del lenguaje para abolir los estigmas. Los que hacen juicios de valor son «políticamente incorrectos», el único estigma que queda en un mundo políticamente correcto. Este movimiento se disfraza de una cierta intención liberal. Pero, desde luego, su intolerancia con otras formas de pensamiento es totalitaria. En esto, como en muchas otras cosas, se parece al socialismo. Al buscar la abolición de las distinciones pretende, al igual que el socialismo, imponer una pseudo-igualdad.

(…) Además, en política social el Estado ha adoptado una actitud de estudiada amoralidad. Nuestro sistema asistencial apenas tiene en cuenta si la gente ha llegado a necesitar la ayuda del Estado como consecuencia de una política razonable o irrazonable, responsable o irresponsable. Hoy, el que se atreva a distinguir pobres dignos e indignos se asegura la repulsa general: señal del triunfo de la «corrección política». Como en Un mundo feliz de Aldous Huxley, si puedes desterrar las palabras podrás prohibir los pensamientos. Así que nuestro sistema tiende a tratar por igual a los desafortunados y a los irresponsables, a los ahorradores y a los derrochadores. En consecuencia, perjudica al previsor y desmoraliza al trabajador.

Estamos decididos a seguir restituyendo poder a los individuos y queremos que, a cambio, los individuos acepten más responsabilidad. (…) Sostenemos que es deber de todo individuo asumir toda la responsabilidad que pueda en sus propios asuntos. Así transferimos poder y capacidad de decisión a los individuos. Cada vez hay más personas que son propietarios de sus viviendas, cada vez ahorran más, compran acciones y tienen derechos dentro de sus sindicatos.

(…) Vivimos en una sociedad violenta; hay mucho miedo al crimen. ¿Es culpa del gobierno? Si la justicia es lenta, sí. Si la justicia es incierta, si las penas son demasiado leves, sí.

Pero ¿y las otras causas que contribuyen al aumento de la delincuencia? ¿Y las actitudes inculcadas por los padres a los hijos, la moral que se enseña en las escuelas, los valores que difunde la televisión, el ejemplo que dan los líderes, la indiferencia de tantos y la tolerancia de otros?

Mientras la gente crea que la delincuencia es sólo cuestión del gobierno, seguirá habiendo una epidemia de criminalidad. Cambiar esta situación llevará muchos años, porque exige un cambio de actitudes. Pero sólo progresaremos si las normas de nuestra sociedad y nuestra política hacen al individuo responsable de sus acciones.

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