Queda aún lejos la posibilidad de obtener títulos europeos

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La educación en el tratado de Maastricht
Jean Monnet, el inspirador de la Comunidad Europea, decía: «Nosotros no coaligamos Estados sino que unimos hombres». Para lograr este propósito, la educación y la formación deberían ocupar un lugar estratégico en las políticas europeas. Sin embargo, el tratado de Roma no tenía ningún capítulo sobre educación. Ha sido con el de Maastricht cuando ha empezado a hablarse de cooperación educativa entre los Estados miembros.

Parece, por fin, desearse que la educación se convierta en una inversión prioritaria en toda Europa para poner así de manifiesto la importancia de desarrollar los propios recursos humanos, la creatividad y diversidad de talentos.

«El objetivo de la Comunidad -se lee en uno de los muchos folletos informativos de la CE- es la mejora de la calidad y el reconocimiento mutuo de las diversas formaciones, incrementando los intercambios de información y de experiencias y favoreciendo la movilidad de los estudiantes» (1).

Todos estos buenos propósitos contrastan en la realidad con las múltiples dificultades con las que se enfrenta la «Europa de la Educación». Sin quitar importancia al hecho de que, por fin, en un tratado comunitario, Maastricht, la educación ha sido recogida en dos de sus artículos, el 126 y el 127, los expertos hacen notar que su plena eficacia requerirá un largo proceso.

Los Estados conservan sus competencias

Uno de los obstáculos para la ratificación del tratado de Maastricht es el temor de los países miembros a que se difumine su identidad. No es extraño, pues, que en un campo tan decisivo para la idiosincrasia nacional como es la educación, cada Estado prefiera conservar sus competencias. Todos desean mantener su autonomía porque, además, en muchos casos el sistema educativo nacional está descentralizado, lo que supone ya diferencias en la organización de la enseñanza. Esto hace difícil un hipotético modelo común de educación -en el supuesto de que fuera deseable-, aunque tan sólo sea en la estructura.

Los sistemas educativos de los doce países comunitarios encierran profundas diferencias: en los programas, en los horarios, en los sistemas pedagógicos -en ocasiones antagónicos-, etc. Si en la educación primaria y secundaria existen ya bastantes diferencias, éstas se acrecientan en el nivel universitario.

Como figura en los artículos del tratado de Maastricht referentes a la educación, los Estados se reservan las competencias sobre los contenidos y la organización de los estudios. «La Comunidad -dice el artículo 126- contribuirá al desarrollo de una educación de calidad fomentando la cooperación entre los Estados miembros y, si fuere necesario, apoyando y completando la acción de éstos en el pleno respeto de sus responsabilidades en cuanto a los contenidos de la enseñanza y a la organización del sistema educativo, así como de su diversidad cultural y lingüística». La acción comunitaria se limitará a favorecer la movilidad de los estudiantes y los profesores, y estimular la cooperación entre los centros educativos.

En la enseñanza superior la Comunidad presenta un importante retraso: la proporción de estudiantes es de 39 por mil habitantes, frente a los 66 de Japón y los 79 de Estados Unidos.

Para mejorar las posibilidades de intercambio de estudiantes y profesores en la enseñanza superior, estaban ya en funcionamiento desde hace tiempo tres programas de cooperación: Erasmus, Comett y Lingua. Con estos intercambios se espera conseguir «una mejor comprensión de las diversidades culturales como valores democráticos compartidos por todos los Estados miembros» (2).

El programa piloto ECTS (European Community Course Credit Transfer System) llega más lejos, ya que permite que al estudiante que haya seguido un periodo del curso en uno de los centros que participan en la red, le sea reconocido por otras universidades europeas.

Sin embargo, aún queda lejos la posibilidad de obtener títulos europeos, pues el tratado ha establecido una vía jurídica pero no ha supuesto un progreso notable hacia la armonización de los títulos o el reconocimiento de la formación recibida. Se ha logrado tan sólo un mínimo de lo que puede hacerse en el marco comunitario.

El reconocimiento de los títulos

La universidad española, en los últimos años, ha tratado de que sus licenciaturas se adecúen a las exigencias del mercado profesional europeo. La Comunidad Europea no exige una duración determinada para las carreras: tan sólo fija los mínimos a los que debe someterse una licenciatura para el reconocimiento mutuo de títulos y diplomas de enseñanza superior entre todos los Estados.

En cuanto al reconocimiento de los títulos a efectos de ejercer la profesión en otro país, existen directivas específicas para las carreras relacionadas con las Ciencias de la Salud. Hay además otra que regula el reconocimiento de los títulos que exigen una formación mínima de tres años. Los Estados han aprobado las normas necesarias para aplicar estas directivas y facilitar la libre circulación de los profesionales comunitarios. El país de acogida podrá exigir un examen de aptitud o un curso de prácticas, a elección del interesado, para ejercer determinadas profesiones.

La movilidad universitaria

Teóricamente, desde el 1 de enero de 1993 los estudiantes universitarios europeos pueden matricularse en cualquier centro de la Comunidad Europea. Los textos comunitarios son muy claros: no puede existir ninguna discriminación. Sin embargo, esta libertad es vista a veces con recelo: se temen los desplazamientos de estudiantes que no hayan encontrado plaza en su país de origen. Por otra parte, el reconocimiento de los títulos para proseguir los estudios en otra nación de la CE no se logra sin problemas.

A la hora de acceder a una universidad de otro país de la CE, el estudiante se encuentra con que la regulación no es uniforme. El estudiante español que haya aprobado el COU, si bien podrá acceder a cualquier universidad europea, estatal o privada, deberá acreditar suficiente conocimiento del idioma del país que le acoge. Además, habrá de cumplir las condiciones exigidas por cada universidad, que en algunos casos pueden incluir pruebas de selectividad, a veces mucho más duras que la española.

Si, tras iniciar la carrera en su propio país, el estudiante desea continuarla en otro país comunitario, lo más normal será que la universidad de destino analice la equivalencia de su plan de estudios con el de la universidad de procedencia y, en su caso, le pida un examen de las asignaturas no estudiadas.

En realidad, los frenos a la movilidad de los estudiantes son numerosos. El obstáculo de la lengua es el más invocado, pero no es el único. El programa Lingua tiende a remediar esta carencia idiomática, de modo que el estudiante pueda dominar idiomas extranjeros.

Otras dificultades provienen de que la cuantía de las becas, concedidas en los programas comunitarios citados, es muchas veces insuficiente para los gastos de estancia en el extranjero. Por lo que en ocasiones deben completarse con becas obtenidas en el país de origen o con los recursos propios.

Además, siguen existiendo los problemas estructurales y legales ya citados: la ausencia de armonización de los títulos y la heterogeneidad de los sistemas educativos.

Los estudios de nivel medio

No existe tampoco una homologación de los estudios medios. Por esta razón, un estudiante español de EGB, BUP o Formación Profesional que se traslade a un país comunitario para continuar sus estudios, tendrá problemas para matricularse en un centro educativo de su nivel. Lo más probable es que deba realizar un examen de convalidación, ya que la homologación no es automática. Sin embargo, si ha conseguido una beca del Ministerio de Educación y Ciencia, podrá disfrutar de ella en cualquier centro docente europeo con la única condición de que se halle reconocido por el Estado de ese país.

Muy tímidos han sido los intentos para armonizar estos estudios medios. Existe un Bachillerato Internacional Europeo que suele estudiarse en centros bilingües, pero que no tiene un reconocimiento oficial de los Estados: solamente aporta su prestigio institucional.

También se intenta realizar manuales comunes. En esta línea, editoriales de distintos países han publicado ya un texto sobre Historia europea escrito en colaboración por profesores de diversos países.

En cuanto a la organización, horarios y calendario escolar, no tiene mucho sentido plantearse una armonización en países con climas tan distintos como, por ejemplo, Dinamarca y España.

Enseñar en el extranjero

Los profesores estaban algo olvidados en los programas europeos. El programa Lingua les permite ampliar su formación en el idioma que enseñan en su país, y el programa Arion, dirigido a los directivos escolares, financia visitas de estudio de una semana a un centro educativo de otro país comunitario.

Con la apertura del mercado único europeo se abren mejores perspectivas para su incorporación al trabajo en otros países comunitarios. El tratado desea fomentar la movilidad, para equilibrar los déficits de profesores en algunos países y el exceso, con el consiguiente paro, que existe en otros.

Así pues, los profesores europeos podrán inscribirse en los concursos convocados para los funcionarios públicos si cumplen los requisitos que en ellos se exigen a los profesores nacionales. Ésta será la condición en Francia, Italia, España y Grecia, países en los que el profesor universitario de un centro estatal es unfuncionario público. Por el contrario, en Gran Bretaña y Bélgica los contratos de los profesores son libres: no dependen de una oposición pública, lo que facilitará muchísimo la incorporación de buenos profesores de otros países.

La formación profesional

La formación profesional es una de las prioridades educativas y a ella se dedica todo un artículo, el 127, del tratado de Maastricht. Las autoridades comunitarias han recomendado reiteradamente a las españolas que si no quieren perder el tren de Europa han de mejorar su sistema de formación profesional. Debe intensificarse la cualificación y mejorar la formación profesional inicial y permanente para facilitar la inserción y la reinserción en el mercado laboral.

En las reuniones de Bruselas se considera modélico el planteamiento alemán de la formación profesional, que corre fundamentalmente a cargo de las empresas. Los jóvenes alemanes pueden aprender en ellas uno de los 450 oficios reconocidos por el Estado. Para ello siguen un aprendizaje simultáneo en una empresa y una escuela profesional, en las que pueden cursar varios grados de capacitación y especialización a los que acceden tras pasar diversas pruebas.

También hace tiempo que se viene actuando a través de los programas Petra y Eurotecnet -especialmente dedicado a las nuevas tecnologías-. Estos programas están dirigidos a la formación profesional de los jóvenes europeos, y les permiten adquirir uno o dos años de formación suplementaria para mejorar su cualificación.

También la Comunidad, mediante el Fondo Social Europeo, ha financiado diversas acciones de formación profesional en varios campos.

José Manuel CerveraEstudiantes sin fronteras

En Europa, estudiar fuera del propio país es una práctica cada vez más corriente. En el curso 1989-1990 la CE presentaba una movilidad del 5% entre universitarios y bachilleres; en el curso actual este porcentaje se sitúa en el 10%. De esta proporción, el 6% corresponde al programa Erasmus, que este año cuenta con un presupuesto de 90 millones de ecus (unos 12.600 millones de pesetas).

Los estudiantes que participan en el programa Erasmus han aumentado en un 60% en los dos últimos cursos. En el curso 1990-1991 eran 50.000, y ahora son 80.000. El 12% de ellos (9.600) son españoles. A su vez, 9.700 estudiantes procedentes del resto de Europa cursan estudios en España merced a dicho programa.

Las universidades francesas y británicas son las preferidas por los estudiantes españoles que se han acogido al programa: 2.200 alumnos estudian en Francia y otros tantos en el Reino Unido; 1.150 han optado por universidades italianas y 1.024 por las de Alemania. Las carreras más solicitadas son los estudios empresariales (24%) y los idiomas (20%).

Además del programa Erasmus, existen convenios suscritos entre universidades españolas y del resto de Europa que facilitan la movilidad de los estudiantes.

Este movimiento de alumnos será cada vez más necesario, según Michael Vorbeck, director de la División de Enseñanza Superior e Investigación Pedagógica del Consejo de Europa. En una reunión sobre movilidad de alumnos y reconocimiento de títulos, celebrada recientemente en Barcelona, Vorbeck señaló que una especialización «precoz y demasiado estrecha» no servirá de mucho en la nueva Europa: se valorará sobre todo una sólida cultura general y el dominio de al menos una lengua extranjera.

De ahí la importancia de la movilidad estudiantil. Lo de menos es la armonización de los sistemas educativos, dice. Según él, el futuro modelo europeo de enseñanza no debe ser uniforme, sino que las distintas autoridades educativas de cada país deben tener plena autonomía para establecer los métodos y planes de estudios.

José María Aresté _________________________(1) Educación y formación, Folleto informativo de la Comisión de las Comunidades Europeas, junio 1991.(2) Ibid.

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