Preocupa la creciente afición al alcohol entre los jóvenes

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El gobierno español prepara una ley para prohibir una modalidad de consumo de alcohol en la vía pública conocida como «botellón». Esta práctica, muy extendida entre los jóvenes españoles, ha provocado las críticas de los vecinos de las calles y plazas más afectadas y cierta alarma social a causa de los riesgos para la salud y la seguridad.

La compra de bebidas alcohólicas a granel para consumir en la calle se practica en España desde hace décadas. Pero solo en los últimos años se ha extendido hasta el punto de ser «alarmante». Una de las excusas es el precio de los establecimientos de ocio, tanto de la entrada como de las consumiciones: por el precio de una copa, en la calle salen tres litros de un combinado. Pero también hay mucho de falta de imaginación. De ahí que algunos critiquen las soluciones del gobierno, fundamentalmente prohibicionistas, y echen en falta alternativas reales al consumo callejero.

Las medidas, aparte la prohibición del consumo en la calle -excepto en terrazas de bares, veladores o en fiestas patronales-, se dirigen a evitar la venta de alcohol fuera de los horarios comerciales y a los menores de 18 años, bajo multa de 3.000 a 135.000 euros. Para los jóvenes infractores habrá sanciones, como la retirada del permiso de conducir, y medidas reeducativas, en forma de «trabajos de interés social en beneficio de la comunidad».

El proyecto contiene otras medidas, como prohibir el consumo de alcohol en el lugar de trabajo, restringir la publicidad de bebidas alcohólicas en radio y televisión entre las 8 de la mañana y las 10 de la noche, y obligar a los hipermercados a tener cajas registradoras específicas para las bebidas alcohólicas. Pero el texto es un borrador, sujeto aún a cambios.

Si permitir el consumo en la calle no es una buena idea, la experiencia de otros países demuestra que prohibirlo tampoco es suficiente. En Estados Unidos está prohibido el consumo de alcohol en las calles, y la venta, en muchos Estados, a los menores de edad. Sin embargo, el grupo de población con la tasa más alta de consumo periódico excesivo es el de los jóvenes de 18 a 24 años. Los casos extremos se dan entre los 8 millones universitarios: cuatro de cada cinco consumen alcohol. De estos, el 31% beben en exceso, según el National Institute on Alcohol Abuse and Alcoholism (The Washington Post, 10-IV-2002).

El estudio afirma que cada año mueren 1.400 estudiantes y alrededor de 500.000 sufren accidentes a consecuencia del abuso del alcohol. Un estudio del gobierno, realizado en 1999, reveló que el 27% de los 7.000 universitarios entrevistados afirmaron haber conducido ebrios alguna vez el año anterior. Si se extrapolan los datos, 2,1 millones de estudiantes lo hacen en todo el país, y 3,1 millones de estudiantes montan con ellos.

El mayor peligro de sufrir algún percance como consecuencia del abuso del alcohol se da durante el primer año de universidad, recién estrenada la emancipación. Según Mark S. Goldman, profesor de psicología en la universidad de Florida del Sur, «casi todas la medidas que conocemos son ineficaces. La educación sobre el uso del alcohol no basta si no se intenta cambiar la cultura de los campus, que fomenta el abuso del alcohol».

No se espera que la ley española sugiera alternativas al entretenimiento juvenil, sencillamente porque las leyes pocas veces dicen cómo hay que aprovechar el tiempo libre. Como mucho, el gobierno podrá explotar el momento para recomendar a los padres y educadores que intenten mejorar la conducta de los jóvenes.

Una ley así no evita que los jóvenes beban demasiado, pero quizás tenga algún efecto beneficioso en los menores. Los adolescentes españoles se inician en el consumo de alcohol a los 13 años. Según la OMS, la extensión del consumo de alcohol que se ha producido en todo el mundo se debe, en parte, a su fácil acceso y los bajos precios. La ley «antibotellón» puede barrer de las calles el reclamo para los más jóvenes, quienes, cuando cumplen la edad de salir con los amigos, se ven abocados a hacer lo que hacen todos (como ocurre en los campus estadounidenses). Puede evitar que beban cantidades excesivas -el «botellón», al final, es más alcohol a menos precio-, muy perjudiciales para un organismo en desarrollo. Y por último, puede retrasar o incluso evitar que se acostumbren a un patrón de consumo semejante al de los drogadictos de sustancias estupefacientes, como es ya una realidad entre muchos adolescentes españoles.

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