Por qué leer los clásicos

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A propósito de un libro póstumo de Italo Calvino
La reciente publicación en España de Por qué leer los clásicos (1), uno de los libros póstumos de Italo Calvino, trae de nuevo a la palestra un debate cultural permanente. Simplificando, la opinión de Calvino es clara: «leer los clásicos es mejor que no leer los clásicos». Cuando los productos light y de usar y tirar copan la publicidad, y mientras el mero estar al día pasa por cultura, los clásicos revalidan su perenne actualidad y se alejan irónicamente de las repetidas profecías sobre su condena al olvido.

En la introducción a una de sus novelas más representativas, Si una noche de invierno un viajero, Calvino habla de los diversos tipos de libros que asaltan a un asiduo lector cuando entra en una librería. Entre otros, «los Libros Leídos Hace Tanto Tiempo Que Sería Hora de Releerlos y los Libros Que has Fingido Siempre Haber Leído Mientras Que Ya Sería Hora De Que Te Decidieses A Leerlos De Veras». En esta situación se encuentran a menudo los clásicos.

Para lectores de todos los tiempos

Etimológicamente, la palabra latina classicus designaba al ciudadano que, por sus bienes de fortuna, ocupaba el escalafón más alto dentro de las cinco clases en que estaba dividida la población romana a efectos de contribución militar. Poco a poco, este concepto hará referencia también a la idea de excelencia y prestigio. Por extensión, classicus scriptor designó en la escuela al autor que sobresalía por la belleza y corrección. Y ya en la Edad Media, escritor clásico era el maestro y modelo para los que se dedicaban a escribir.

A veces, se da a la palabra un sentido literal, para designar solamente a los autores y obras de la literatura griega y latina que han destacado por su agudeza para calar en los sentimientos y pasiones de los hombres.

Hoy día, el concepto clásico tiene un significado más amplio, pues es clásica una creación que puede ser actualizada por lectores de muy diferentes mentalidades. Para Pedro Salinas, humanista por encima de todo, «los clásicos son los escogidos por el sufragio implícito de las generaciones y de los siglos, por tribunales que nadie nombra ni a nadie obligan, en verdad, pero cuya autoridad, por venir de tan lejos y de tan arriba, se acata gustosamente».

Analizando la trayectoria de Italo Calvino, se comprende que se haya podido construir un libro póstumo con sus ideas sobre la literatura. El primer capítulo está dedicado a responder a la cuestión que da título a la obra, clave para poder entender los capítulos siguientes, que hablan de sus preferencias literarias, sus clásicos. Catorce definiciones de clásico hace Calvino; cada una es la síntesis de una línea de reflexión.

Calvino propone la relectura de los clásicos como ejercicio constante, no circunscrito a edades o estados de ánimo. Uno puede leerlos en la juventud, pero también en la madurez, quizá cuando se está «en las mejores condiciones para saborearlos». ¿En la juventud? Sí y no. En teoría, la mejor actitud será ir preparando el camino para que esta lectura sea muy provechosa. Pero tampoco pasa nada porque uno entre pronto en contacto con los clásicos, pues más adelante se los seguirá saboreando, ya que cada lectura es innovadora.

Los efectos de resonancia

Para Calvino, sólo durante la estancia en el colegio puede «imponerse», con métodos imaginativos, leer los clásicos. Estas lecturas primerizas servirán como trampolín para que cada lector, más adelante, descubra desinteresadamente «sus» autores y lecturas favoritas, sabiendo que «las elecciones que cuentan son las que ocurren fuera o después de cualquier escuela». Porque los clásicos atraen cuando entre ellos y el lector se establece una relación personal basada en el amor, y no en el deber o el respeto. Por ese motivo rechaza los desmesurados aparatos críticos que a menudo rodean a las obras clásicas, convirtiendo su lectura en una interminable selva de prólogos, introducciones, notas a pie de página, epílogos, descubrimientos biográficos… Calvino concluye que el clásico se sacude de encima todo este aparato crítico, muchas veces innecesario y que dificulta eruditamente el encuentro con el original, que es lo que hay que leer.

Para el escritor italiano, lo más sobresaliente de un clásico es su «efecto de resonancia». De ahí que Italo Calvino no considere como clásicos sólo a los libros de la antigüedad, sino a cualquier obra con una clara tendencia a la universalidad, aunque esté escrita para unos lectores concretos de un país determinado. El Quijote es uno de los muchos libros que reúnen estas características: a pesar de las intenciones particulares, el mensaje del Quijote no se cierra en los lectores españoles del siglo XVII, sino que sigue siendo universal, vigente, actual (y lo será también para futuros lectores). Y hemos puesto un ejemplo típico, indiscutible, pero lo mismo podríamos decir de novelas contemporáneas que han sabido acertar en su «efecto de resonancia» (El Señor de los Anillos sería un buen ejemplo). Por lo tanto, no es esencial la antigüedad, ni siquiera el empleo de un estilo clasicista, ni la supuesta autoridad moral.

Pasado y presente

La decisión de leer a los clásicos no significa refugiarse idílicamente en el pasado. Los clásicos deben abordarse desde una actitud actual, contando con el presente. Calvino recomienda alternar la lectura de los clásicos con la «sabia dosificación» de los libros de actualidad, que muchas veces -es lógico- resulta imprescindible leer. Un error extendido a la hora de juzgar a los clásicos es pensar que no resuelven las dudas de la cultura de nuestro tiempo. Es falso. Los clásicos no son ni de ayer ni de hoy: son perennes, ya que, entre todos, han ido formando una cultura profunda que tiene como nota distintiva acertar en los valores humanos.

En cualquier caso, Calvino quiere dejar bien claro que lo que define a un clásico no es, ni mucho menos, su utilidad. Y concluye con una acertada cita de Cioran: «Mientras le preparaban la cicuta, Sócrates aprendía un aria para flauta. «¿De qué te va a servir?», le preguntaron: «Para saberla antes de morir»».

La biblioteca de Calvino

El contenido de este primer artículo, que da título al libro, explica la selección de los autores y obras que constituyen los clásicos personales de Calvino. Esta selección es, también, una declaración de principios, influencias y fuentes. No extraña, por eso, la inclusión de capítulos dedicados a autores tan dispares como Ariosto, Borges, Joseph Conrad o Raymond Queneau. Las opiniones sobre la influencia de Borges en la literatura occidental e italiana son particularmente interesantes, pues Calvino destaca con especial agudeza el «escribir breve» como uno de los valores fundamentales de la narrativa borgiana: «Leyendo a Borges he tenido a menudo la tentación de formular una poética del escribir breve, elogiando su primacía sobre el escribir largo, contraponiendo los dos órdenes mentales que la inclinación hacia el uno y hacia el otro presupone, por temperamento, por idea de la forma, por sustancia de los contenidos».

El capítulo dedicado a Conrad demuestra la habilidad de Calvino para captar la esencia de sus autores preferidos: «Creo que hemos sido muchos los que nos hemos acercado a Conrad impulsados por un reincidente amor a los escritores de aventuras, pero no sólo de aventuras: a aquellos a quienes la aventura les sirve para decir cosas nuevas a los hombres, y a quienes las vicisitudes y los países extraordinarios les sirven para dar más evidencia a su relación con el mundo».

De la antigüedad clásica

De la antigüedad clásica destacan los artículos dedicados a la Odisea, la mitología en Ovidio, la tradición literaria persa, la Anábasis de Jenofonte y la Historia Natural de Plinio el Viejo. Así comienza el capítulo dedicado a Jenofonte: «La impresión más fuerte que produce Jenofonte al leerlo hoy día, es la de estar viendo un viejo documental de guerra, como vuelven a proyectarse de vez en cuando en el cine o en la televisión». De la lectura de Plinio, «el coleccionista neurótico», llama la atención sobre las referencias a hechos extraordinarios, como los misteriosos seres que habitan en las regiones limítrofes del mundo, los «arismapis», «tibíos» o los «astomios»: seres «sin boca, que viven oliendo perfumes».

El preferido de Calvino es el poema de Ariosto, Orlando furioso, al que dedica dos capítulos. En uno analiza su estructura y en el otro realiza una pequeña antología de octavas que quiere ser un homenaje a su poeta más elogiado. Y de Ovidio, el autor de Las metamorfosis, destaca su interés para hacernos visible el mundo de los dioses, «acercándonoslo tanto que lo vuelve idéntico a la Roma de todos los días, en cuanto a urbanismo, a divisiones en clases sociales, a costumbres».

Clásicos más recientes

En otros artículos, Calvino selecciona el libro favorito de un autor, que muchas veces no es el más nombrado. Por ejemplo, de Cyrano destaca El otro mundo, I. Los estados e imperios de la Luna; de Dickens, Nuestro común amigo («los comienzos de las novelas de Dickens suelen ser memorables, pero ninguno supera el primer capítulo de ésta, penúltima novela que escribió, última que terminó»); de Mark Twain, El hombre que corrompió Hadleyburg; de Henry James, Daisy Miller, y de Robert L. Stevenson, El pabellón de las dunas.

Otros capítulos están dedicados al concepto de amor en las novelas de Stendhal, la estructura invisible de los cuentos de Tolstoi, la trascendencia de Defoe («por este empeño y placer en referir las técnicas de Robinson, Defoe ha llegado hasta nosotros como el poeta de la paciente lucha del hombre con la materia, de la humildad, dificultad y grandeza del hacer, de la alegría de ver nacer las cosas de nuestras manos»), la ciudad-novela en Balzac, Pasternak y la revolución, las diversas lecturas de la obra de Hemingway, la filosofía de Raymond Queneau, y Pavese «y los sacrificios humanos».

Las reflexiones están escritas desde la experiencia de lectura de Calvino, no como si fuese un experto en teoría de la literatura. De ahí que el tono de los ensayos sea de admiración, respeto y amor por sus autores favoritos, sin dejarse llevar por un lenguaje erudito o técnico, propio de un libro para especialistas.

Por qué leer los clásicos es, así, una sugestiva invitación a que acudamos a las fuentes, a que cada uno vaya formando con las constantes lecturas sus propios clásicos personales.

Los clásicos en catorce definiciones

Estas son las catorce definiciones que hace Italo Calvino:

1. Los clásicos son esos libros de los cuales se suele decir: «Estoy releyendo…» y nunca «Estoy leyendo».

2. Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones de saborearlos.

3. Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.

4. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.

5. Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.

6. Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.

7. Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).

8. Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.

9. Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.

10. Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.

11. Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente o que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizá en contraste con él.

12. Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después aquél, reconoce enseguida su lugar en la genealogía.

13. Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.

14. Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.

____________________(1) Italo Calvino. Por qué leer los clásicos. Tusquets. Barcelona (1992). 278 págs. 1.945 ptas.

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