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¿Por qué EE.UU. ya no escucha?

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En un artículo publicado originalmente en The Washington Post y traducido en Le Monde (9 agosto 2002), Clyde Prestowitz, presidente del Economic Strategy Institute, advierte que el apoyo extranjero que había recibido EE.UU. tras los atentados del 11 de septiembre, está resquebrajándose.

Prestowitz, que ha hecho recientemente una gira por catorce capitales asiáticas, europeas y latinoamericanas, ha comprobado que «en el extranjero son muchos los que están convencidos de que EE.UU. quiere controlar su porvenir y que, a pesar de sus discursos sobre la democracia, los derechos humanos y el librecambio, no piensa más que en sus intereses».

«En el curso de seis semanas de viaje, ¡cuántas veces no he oído acusar a EE.UU. de traicionar los principios que invoca por actuaciones cínicas motivadas por sus intereses nacionales!». Entre otros ejemplos, se refiere al doble lenguaje en la política comercial. «Generaciones de negociadores americanos han remachado que Japón, la Unión Europea y otros debían reducir sus subvenciones agrícolas y abrir sus mercados en sectores políticamente sensibles (microprocesadores, films, carne, arroz…). Ahora, cuando EE.UU. aumenta sus propias subvenciones agrícolas y restringe las importaciones de acero y de madera de construcción, invocando la necesidad política, estos países se indignan».

Entre todas las causas de desafección hacia la política americana, Prestowitz destaca dos: el conflicto israelí-palestino y el unilateralismo americano.

«Sobre Oriente Medio, la brecha que separa a EE.UU. de casi todos los demás países no puede ser más profunda». Los americanos tienden a considerar a Israel como un país aliado. «Pero las gentes con las que he hablado en el extranjero, aunque condenan los atentados suicidas y lamentan las víctimas israelíes, no olvidan la situación desesperada de los palestinos, víctimas desde hace cuarenta años de una ocupación legalmente discutible. Por todas partes por donde he ido, los dirigentes me han hecho observar que exigir el fin de las violencias palestinas sin mencionar la ampliación de las colonias israelíes es injusto y va en contra de los fines buscados».

Prestowitz advierte también que es imposible, como pretende a menudo EE.UU., tratar el conflicto árabe-israelí como un conflicto local que puede ser confinado en su esfera geográfica. En países como Indonesia y Malasia -importantes en el plano estratégico, tradicionalmente partidarios de un islam moderado, y que no tienen ningún interés político o económico en Oriente Medio-, las posiciones se radicalizan. «El conflicto árabe-israelí sale en todas las conversaciones, y numerosos amigos de América han llegado a la conclusión de que EE.UU. ataca al Islam».

«La percepción en el extranjero de un nuevo unilateralismo americano representa un peligro todavía más serio». Un cierto número de acciones de EE.UU. -rechazo del tratado de Kyoto sobre el calentamiento del planeta, rechazo de los acuerdos para crear el Tribunal Penal Internacional, prohibir las minas antipersonas, o asegurar el control de las armas químicas y bacteriológicas; sin contar la política de «acciones preventivas» que podría implicar un ataque a Irak- «han convencido a los observadores extranjeros de que los EE.UU. ya no sienten la necesidad de consultar a sus amigos, si es que sienten necesidad de tener amigos».

Prestowitz refiere que un ex comisario europeo, considerado como uno de los mejores amigos de América, le ha recordado que después de la II Guerra Mundial los EE.UU. apoyaban la creación de instituciones internacionales, el respeto de los procedimientos, la preeminencia del derecho. «Ahora -ha agregado- volvéis a ser todopoderosos y el mundo atraviesa un nuevo periodo de reestructuración, pero ya no habláis con nadie y parecéis dar la espalda a lo que habéis defendido ardientemente durante un siglo».

Los extranjeros están frustrados por no poder dar su opinión e influir en la política exterior americana, que, sin embargo, les afecta directamente. Prestowitz sugiere algún remedio paliativo. «Cuando la Casa Blanca estime necesario, como a veces ocurre, ir a contra corriente de la opinión internacional, debería molestarse en explicar por qué y proponer alternativas».

También el Congreso, que dispone de poderes que le permiten dar su opinión sobre la política exterior, podría escuchar el testimonio de personalidades extranjeras. «Imaginemos un cara a cara, ante una comisión parlamentaria, del delegado americano de comercio y del comisario europeo de comercio. El Congreso y el pueblo americano estarían mejor informados, y nuestros amigos de ultramar se sentirían menos frustrados exponiendo públicamente lo que hoy nos dicen en privado. Y, lo que es más importante, con un oído atento, EE.UU. no malgastaría una preciosa buena voluntad y tendría la garantía de no encontrarse en el campo de ‘América contra el resto del mundo'».

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