Pena de muerte y eutanasia en Estados vecinos

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Contrapunto

Paciente de 76 años, ciego, sordo, en silla de ruedas, confinado de por vida entre cuatro paredes. ¿No sería más compasivo proporcionarle una «muerte digna» con una inyección letal? Pero en este caso la inyección letal era la ejecución de un condenado a muerte. Schwarzenegger, gobernador del California, bajó el pulgar ante la solicitud de clemencia de Clarence Ray Allen, un preso que estaba en esas condiciones.

Allen cumplía condena de cadena perpetua por asesinato, pero en 1980 ordenó la muerte de tres personas, estando en la cárcel, y pasó al corredor de la muerte. El 17 de enero fue ejecutado a las doce y un minutos, como exige la ley californiana. Es el preso de más edad que se ha ejecutado en el Estado desde que se reinstauró la pena de muerte en 1976. Lo que ha conmovido e indignado a la gente sensible ha sido la edad y el estado de salud del indio Allen.

California limita al norte con Oregón. Allí las noticias de ejecuciones no son tan espectaculares. Sin embargo, con la ley en la mano, si una persona lo pide por escrito; lo reitera de viva voz dos veces en menos de quince días entre una y otra; y un médico confirma que su esperanza de vida no sobrepasa lo 6 meses, le puede recetar un dosis letal de droga.

El Departamento de Justicia intentó en su día penalizar a los médicos que hicieran eso, apelando a una ley de 1970 (Controlled Substances Act). Sin embargo, el Tribunal Supremo acaba de decir que «se excedió» y confirma su doctrina al respecto: dejar en manos de cada Estado la regulación de la eutanasia.

Aquí lo que conmovería a la gente sensible es que no se permitiera a los médicos recetar dosis letales. Porque la edad y el estado de salud de los solicitantes suele ser estilo Allen.

Ignacio F. Zabala

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