Pantallas en familia

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Si por algo se caracteriza el comienzo del segundo milenio es por la conquista que han hecho las pantallas de nuestro mundo. Las nuevas tecnologías y la gran variedad de dispositivos que existen en la actualidad se han adentrado de forma paulatina en nuestros hogares y han cambiado nuestro modo de vida y los hábitos de información, comunicación y entretenimiento que teníamos.

Cada vez se dedica más tiempo al uso y consumo de las pantallas, ya sea televisión, Internet, videojuegos, redes sociales, aplicaciones del móvil, etc. De hecho, nuestros comportamientos sociales y familiares son distintos debido al uso de estos avances tecnológicos. Cada vez más personas, sobre todo de las nuevas generaciones, quedan virtualmente para chatear, en vez de verse para hablar. En muchas ocasiones, hay más comunicación a través de estos aparatos que en persona.

Las estadísticas no hacen más que confirmarlo; están más enfocadas al consumo televisivo –es difícil medir un espacio tan poroso como el audiovisual- y difieren según el organismo que las mida y según los criterios que utilice –ahora también se ve televisión a la carta, por internet, en el móvil, etc.-, pero la tendencia es prácticamente la misma en los países desarrollados.

Hemos de poner en cuestión todo aquello que ahogue este asombro, este empuje que nace desde dentro del niño

Pantallas encendidas
Dedicamos de media 3 horas diarias a ver la televisión –habría que valorar si la vemos realmente durante ese tiempo o simplemente está conectada–; y más de 5 horas a otro tipo de pantallas como los móviles, tabletas, videojuegos, internet –que se utilizan incluso al mismo tiempo que tenemos la televisión encendida. De hecho, podemos estar viendo un programa y a la vez estar twitteándolo, o navegando por una aplicación que nos proponen desde ese espacio televisivo; o estar cocinando la cena y a la vez publicar en facebook un selfie con nuestro menú.

El informe que realiza en España cada año y cada mes la consultora audiovisual Barlovento Comunicación invita a la reflexión. El pasado mes de marzo según esta consultora cada persona vio una media de 132 horas de televisión. El consumo por persona y día fue de 255 minutos. Por su parte, el Instituto Nacional de Estadística refleja datos más conservadores, y limita el consumo televisivo a un máximo de 187 minutos diarios en días festivos o fines de semana.

Es muy gráfico el vídeo titulado “Look up” que circula por la red, y en el que se dice que “las redes sociales son todo menos sociales”, y que “ya no nos satisface hablar entre nosotros y mirar a los ojos de otra persona”, y que nos han hecho creer que si no entretenemos a nuestro hijo con un Ipad no somos buenos padres…

Esta exposición de niños y adultos, en ocasiones desmesurada y sin directrices familiares que la acoten, ha provocado que distintos organismos e instituciones se hayan dedicado a estudiar y analizar los efectos que puede provocar una sobreexposición y un uso inadecuado de los medios audiovisuales.

En EE.UU. se han puesto de moda los campamentos de verano en los que los chicos viven sin teléfono móvil y desconectados de Internet

Es el caso de un estudio de la Academia Americana de Pediatría (cfr. Aceprensa 30-10-2013), que propone poner a dieta a los niños y desaconseja absolutamente las pantallas a menores de dos años, por sus efectos negativos en su desarrollo, ya que a su juicio le dificulta entre otras cosas pensar e imaginar por sí mismos. La Asociación Japonesa de Pediatría también se ha sumado a este tipo de recomendaciones y aconseja restringir el uso de pantallas a modo de juguetes para bebés.

Entre los demás riesgos que entraña un consumo abusivo, los expertos citan la falta de comunicación, el sedentarismo, la obesidad o incluso los trastornos de conducta y atención en el entorno social.

Educar en el asombro
Sin embargo, hay otros problemas que, aunque pasen más desapercibidos, no son menos importantes, y atañen a los valores y los modelos de vida que se proponen en series televisivas y otros formatos audiovisuales como los videojuegos. Existe también cierta inseguridad al navegar por internet, como la suplantación de identidades en las redes sociales y el acceso a contenidos inapropiados. Ante todo esto, el papel de las familias es vital. Y la labor de alfabetización mediática imprescindible.

Catherine L’Ecuyer, madre de cuatro hijos, investigadora en temas educativos y autora del libro Educar en el Asombro, trata en su blog este tema y alerta sobre los riesgos del abuso del mundo multimedia: “sin tratar de demonizar las nuevas tecnologías (…) hemos de poner en cuestión todo aquello que ahogue este asombro, este empuje que nace desde dentro del niño y que le hace cuestionarse, interesarse, imaginarse, buscar, averiguar, inventar… en definitiva, capaz de pensar, que es lo propio de la persona”.

L’Ecuyer, en un artículo publicado en la revista Salud Total, sobre salud infantil y educación, explica que es cada vez más común ver a los niños usar tablets y smartphones: “en Estados Unidos el 50% de los menores de 8 años lo usan. En España, los niños se inician con la tablet a los 3 años. Tienen su primer teléfono con 11 y su smartphone con 13 años. Con 10 años el 93% de los niños usa el ordenador y el 87% Internet”. La investigadora reconoce a su vez que a pesar del uso generalizado que se hace de estos dispositivos, “hoy por hoy, no existe ningún estudio que nos diga que un niño necesite una pantalla para su buen desarrollo”.

Ya un estudio realizado por la Universitat Oberta de Catalunya sobre las TIC en la educación española, se planteaba si el uso de los ordenadores mejoraba o no la didáctica y los resultados académicos de los alumnos.

Campamentos de verano sin Internet
Pues bien, en plena vorágine audiovisual son las familias las que deben poner orden y tomar decisiones sobre los hábitos que quieren inculcar a sus hijos. Quizá las vacaciones estivales pueden ser un buen momento para poner “a dieta” a nuestros pequeños. En EE.UU. se han puesto de moda los campamentos de verano en los que los chicos viven sin teléfono móvil y desconectados de Internet, para centrar toda su atención en el deporte, la naturaleza, el compañerismo, e incluso la solidaridad. Un artículo del Wall Street Journal se hace eco de esta corriente y detalla las ventajas de la desconexión temporal de las nuevas tecnologías, aunque los responsables del campamento suban fotos de los chicos a Internet para que las vean los padres.

Este tema de la desconexión también se ha trasladado a la educación. Y llama la atención que sea la opción elegida por ejecutivos del Silicon Valley, que a pesar de trabajar en compañías como Google, Yahoo o Apple, prefieren que sus hijos se eduquen al margen de los ordenadores. Los llevan a escuelas privadas donde la tradicional pizarra y la tiza, el papel y el lápiz, y la aguja y el hilo son las principales herramientas en su aprendizaje.

“En Google y en todos estos sitios hacemos la tecnología tan fácil que la puede usar cualquiera. No hay razón por la que los niños no puedan aprenderlo cuando sean mayores”, explica un empleado de la compañía estadounidense y padre de dos hijos que apuesta por este tipo de escuelas.

Ante la colonización que han hecho las pantallas de nuestro espacio y nuestro tiempo, en vez de reprobarlas o entregarse por completo a ellas, lo más útil es informarse, conocerlas y a su vez enseñar a los nuestros.

Existen asociaciones de consumidores y usuarios de los medios, como es el caso de aquellas que forman parte de la federación ICmedia, que se dedican a colaborar en la mejora de la calidad de los contenidos audiovisuales y a apoyar a las familias en la protección de los públicos infantiles en el entorno de las pantallas.

Estas asociaciones proponen que los adultos, además de alfabetizarse en el mundo digital, tomen conciencia de la importancia de enseñar y acompañar a los menores en el consumo audiovisual. Entre otras pautas, sugieren fijar un horario, limitar el tiempo que se le va a dedicar, inculcar normas sobre la atención que se dedica a la mensajería instantánea en momentos como las comidas o durante las horas de estudio, ver la televisión en familia, navegar por internet en algún lugar público del hogar, como es la sala de estar, o favorecer la dedicación de un tiempo de desconexión en el que sea prioritaria la relación entre padres e hijos.

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