Los problemas de contar calorías

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Las “dietas milagro” y los programas contra la obesidad frecuentemente descansan sobre la premisa de que reducir calorías significa perder peso. Pero medir el aporte o el gasto calórico no es tan sencillo, y la calidad de las calorías consumidas importa tanto o más como su cantidad.

La conocida presentadora norteamericana Oprah Winfrey anunció recientemente que había perdido 11 kilos “comiendo pan todos los días”, gracias a una dieta diseñada por una compañía de la que posee el 10% de las acciones. Inmediatamente, el valor de la empresa en Bolsa subió un 20%.

En la misma semana, un informe presentado en la sede de la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertaba de que la tasa de obesidad infantil ha aumentado del 4,8% al 6,1% desde 1990. Más de 41 millones de niños en todo el mundo ya sufren este trastorno.

Las calorías de los alimentos no procesados son mucho menos “pesadas” que otras

Si se preguntara a cualquiera cuál es el gran enemigo en la guerra al sobrepeso, probablemente no dudaría en contestar: las calorías. Frecuentemente se ha explicado que para evitar engordar basta con aplicar una simple ecuación: gastar al menos tantas calorías como se consumen. Por tanto, hay que sumar las que tienen los alimentos del día, consultar el monitor de actividad física o “pulsera inteligente” para saber cuántas ha quemado, y sacar la diferencia.

Sin embargo, esto no es tan sencillo, advierte un análisis de The Atlantic que resume las averiguaciones de los especialistas. En primer lugar, el número de calorías que aparece en el empaquetado de los alimentos no es siempre fiable, ya que existen diferentes métodos para computarlas. Por otro lado, una salsa añadida a un plato puede modificar sustancialmente su aporte calórico. Las aplicaciones utilizadas por algunos consumidores para controlar su alimentación no siempre tienen en cuenta estos detalles.

En lo que se refiere al gasto de calorías, el cálculo tampoco es fácil. Algunas máquinas para realizar ejercicio requieren información sobre la edad, el sexo y el peso del usuario, pero no sobre una cuarta variable que es tan importante como las anteriores: su estado de forma. Sin embargo, indicadores como la capacidad aeróbica o el porcentaje de grasa tienen una influencia importante en la capacidad de la persona para quemar calorías. Parecidas limitaciones se han atribuido a las pulseras inteligentes, el artículo de moda en el mundo del fitness.

Mejor no echar tantas cuentas

Los errores en el cálculo o la obsesión por no ingerir demasiadas calorías pueden acabar produciendo trastornos en la alimentación: si creo que estoy gastando más de lo que realmente estoy haciendo, consumiré demasiadas calorías al intentar equilibrar la ecuación. Por otro lado, tratar de reducir drásticamente mi consumo diario puede resultar en episodios alternos de hambre y atracones, que son poco saludables.

El gasto en calorías depende de la forma física de cada persona, algo que no siempre tienen en cuenta los medidores más comunes

Pero, con todo, el mayor problema de contar calorías estriba en el error de pensar que todas las que se consumen son asimiladas de la misma forma por el cuerpo, con independencia del alimento del que provengan. En realidad, el metabolismo personal de cada uno y la fuente de origen de las calorías hacen que la cantidad de energía acumulada sea muy diferente en cada caso.

Varios científicos han señalado que, más que la cantidad, importa la calidad de las calorías consumidas. Por ejemplo, las que provienen de los carbohidratos refinados son especialmente peligrosas, porque provocan un aumento en la producción de insulina. Cuando este proceso se descontrola, reducir la cantidad de calorías puede ser incluso peor. En cambio, algunos alimentos no procesados que contienen un alto nivel calórico y de grasas (aceite de oliva, frutos secos e incluso chocolate) producen el efecto contrario, y pueden ayudar a perder peso.

En fin, es más prudente consultar al médico que a la pulsera inteligente.

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