Los obispos cubanos piden cambios políticos que reconozcan el pluralismo

publicado
DURACIÓN LECTURA: 11min.

Propugnan el diálogo, también con los exiliados
Aprovechando la fiesta de la Patrona -el 8 de septiembre- y tal vez los cambios económicos recientes en la isla, la Conferencia Episcopal cubana ha hecho público un mensaje -titulado «El amor todo lo espera»- en el que pide erradicar «el carácter excluyente y omnipresente de la ideología oficial». El documento representa un cambio notable en la actitud de la Conferencia Episcopal, que hasta ahora se conformaba con resistir a la espera de tiempos mejores, sin decidirse a denunciar abiertamente el régimen castrista.

Los once obispos firmantes del documento se dirigen a todos los cubanos, incluidos explícitamente los políticos, «y a los que, dentro o fuera del país, aspiran a una participación efectiva en la vida política nacional». «La Iglesia no puede tener un programa político, porque su esfera es otra -dicen-, pero la Iglesia puede y debe dar su juicio moral sobre todo aquello que sea humano o inhumano».

«Hay incertidumbre y desesperanza»

Son casi diecisiete páginas sembradas de citas evangélicas, especialmente al comienzo, que fundamentan el carácter religioso del escrito. Esto no significa que se evada de la realidad social cubana, que describe detalladamente. «Las cosas no van bien, este tema está en la calle, en medio del mismo pueblo. Hay desconcierto, incertidumbre, desesperanza en la población».

Al episcopado le preocupa el deterioro moral del país, «el incremento de la delincuencia: robos, asaltos, la extensión de la prostitución y la violencia por causas generalmente desproporcionadas»; los altos índices de alcoholismo y de suicidio, la pérdida de los valores familiares, y el aborto: «La mortalidad infantil reducida es un logro de la Salud Pública cubana, pero la mortalidad por abortos de niños que antes de nacer mueren en el mismo lugar donde se consideraban más seguros, en el seno materno, es asombrosa, particularmente en jóvenes de edad escolar».

Se trata de un llamamiento de urgencia a la participación nacional en la reconstrucción del país.

El camino que proponen es el diálogo nacional, según señalan varios epígrafes del texto. «En Cuba hay un solo partido, una sola prensa, una sola radio y una sola televisión. Pero el diálogo al que nos referimos debe tener en cuenta la diversidad de medios y de personas (…). El pueblo cubano es un pueblo maduro y, si queremos ser ciudadanos del mundo del mañana, bien vale la pena ponerlo a prueba y reconocerle el derecho a la diversidad».

El escrito es nítido. Por ejemplo, los obispos deploran que se identifiquen «términos que no pueden ser unívocos, tales como: Patria y socialismo, Estado y Gobierno, autoridad y poder, legalidad y moralidad, cubano y revolucionario».

Políticas irritantes

En el aspecto económico, los obispos reconocen seguir con interés algunos cambios propugnados por el Estado -que ha permitido la privatización de bastantes pequeños negocios-, pero también señalan que «las necesidades materiales elementales están en un punto de extrema gravedad (…). La Perla de las Antillas ha dejado de ser la madre tierra, cansada ahora e incapaz de alimentar a sus hijos». A este respecto los obispos mencionan el embargo norteamericano y rechazan, seguidamente, «cualquier tipo de medida que, pretendiendo sancionar al gobierno cubano, contribuya a aumentar las dificultades de nuestro pueblo».

Precisamente acerca del embargo, los obispos cubanos indican que ellos realizaron personalmente algunas gestiones ante la Administración norteamericana para que lo suprimiera, especialmente en relación con los medicamentos.

Pero «en las graves circunstancias actuales parece que, si no hubiera cambios reales, no sólo en lo económico, sino también en lo político y en lo social, los logros alcanzados podrían quedar dispersos tras años de sacrificio». Por eso los obispos enumeran algunas «políticas irritantes» que deberían erradicarse:

– «El papel centralista y abarcador de la ideología que produce una sensación de cansancio ante las repetidas orientaciones y consignas. Las limitaciones impuestas, no sólo al ejercicio de ciertas libertades, lo cual podría ser admisible coyunturalmente, sino a la libertad misma. Un cambio sustancial de esta actitud garantizaría, entre otras cosas, la administración de una justicia independiente».

– «El excesivo control de los Órganos de Seguridad del Estado, que llega a veces, incluso, hasta la vida estrictamente privada de las personas. Así se explica ese miedo que no se sabe bien a qué cosa es, pero se siente, como inducido bajo un velo de inasibilidad».

– «El alto número de prisioneros -continúa el texto- por acciones que podrían despenalizarse unas y reconsiderarse otras, de modo que se pusiera en libertad a muchos que cumplen condenas por motivos económicos, políticos u otros similares».

– «La discriminación por razón de ideas filosóficas, políticas o de credo religioso, cuya efectiva eliminación favorecería la participación de todos los cubanos sin distinción en la vida del país».

Reconciliarse con los exiliados

En el documento se pide que llegue el momento del perdón y la amnistía. Los exiliados juegan un papel importante en la reconciliación nacional propugnada por la jerarquía. «Hoy se admite que los cubanos que pueden ayudar son precisamente aquellos a quienes hicimos extranjeros. ¿No sería mejor reconocer que ellos tienen también el legítimo derecho y deber de aportar soluciones por ser cubanos?». Como esta pregunta, otras muchas intentan buscar soluciones desde una perspectiva nacional, «sin que nadie pueda erigirse en único defensor de nuestros intereses o en árbitro para nuestros problemas», un claro alegato por la democracia (palabra que no se menciona en ningún momento del texto).

En la búsqueda de soluciones «se hace imprescindible un proyecto económico de contornos definidos», más que medidas coyunturales de emergencia. «No excluimos que exista dicho proyecto, pero su desconocimiento no contribuye a potenciar las energías reales de los hombres y mujeres de nuestro país».

«Hemos pedido al Señor -concluyen los obispos- dirigir este mensaje en su lenguaje de amor, sin lastimar a ninguna persona, aunque cuestionemos sus ideas en diversos aspectos, porque de lo contrario Dios no bendeciría el humilde servicio que queremos prestar (…). Revitalizar la esperanza de los cubanos es un deber de aquellos en cuyas manos está el gobierno y el destino de Cuba y es un deber de la Iglesia, que está separada del Estado, como debe ser, pero no de la sociedad».

Fidel Castro abre la mano para recuperar la economía, pero mantiene el control político

Fidel Castro ha cumplido 67 años. El fogoso, corpulento y precoz líder que se convirtió en el paradigma revolucionario de toda una generación, es sólo un recuerdo. Hoy, canoso, ronco y con varios kilos de más, Castro se encuentra ante un dilema aún más crítico que el de la noche previa a la toma del Cuartel Moncada: sacrificar Cuba a los pies del mito ideológico del socialismo o emprender un rumbo de reformas que implicarían la negación de la revolución que él mismo encabezó.

«Socialismo o muerte», sigue diciendo Castro y así lo repiten paneles callejeros y letreros en instituciones públicas. Sin embargo, en la realidad cotidiana, el dólar norteamericano, símbolo supremo del «imperialismo yanqui», comienza a convertirse en la única moneda capaz de adquirir los bienes necesarios para vivir decentemente.

¿Qué hay en la mente de Castro? Según algunos, el líder cubano, aleccionado por la cada vez más grave escasez, ha decidido cruzar el Rubicón de las reformas económicas siguiendo el modelo chino de introducir el capitalismo bajo un férreo control del aparato político. Para otros, las reformas económicas son sólo malhumoradas concesiones que no anulan la voluntad de resistirse a un proceso de reformas como el que se emprendió en el Este europeo.

El programa de emergencia

Desde la Revolución, la economía cubana había vivido artificialmente de los subsidios de la URSS y del intercambio con los países del bloque soviético, que representaba más del 80% de su comercio exterior. Casi todo esto se fue a pique con la caída del comunismo en Europa, que generó un desabastecimiento de bienes de consumo y de repuestos para las fábricas.

En 1990, el líder cubano, reacio a toda reforma capitalista, se vio obligado a desempolvar un programa económico de supervivencia que había sido diseñado durante la década de los 60, ante la eventualidad de que Estados Unidos decidiera atacar a Cuba. Rebautizado con el nombre de «Periodo especial en tiempos de paz», el programa concentraba esfuerzos principalmente en dos áreas: «racionalizar» -es decir, disminuir- el consumo de petróleo y de los productos básicos que son adquiridos con divisa fuerte, y potenciar la producción agrícola aumentando las horas de «trabajo voluntario» y la reconversión de gente de la ciudad a los trabajos campesinos.

Simultáneamente, se emprendió un intento de obtención de divisas, privilegiando la diversificación agrícola -para romper el monocultivo de la caña de azúcar- y tratando de introducir en los mercados mundiales uno de los pocos éxitos de la industria cubana: los productos farmacéuticos.

Sin embargo, pese a los esfuerzos de un pueblo que se acostumbró a trabajar más, comer menos y desplazarse a pie o en bicicleta, el plan de emergencia fracasó. La falta de tecnología y de maquinaria adecuada imposibilitó la diversificación de la producción agrícola; mientras que la exportación de vacunas y antibióticos al primer mundo se encontró con un mercado altamente competitivo y atestado de regulaciones que Cuba no podía afrontar.

Los cubanos sentían, además, que el reloj de la historia caminaba al revés: con los alimentos, desaparecían también los vehículos motorizados de transporte, las máquinas industriales y los tractores, para ser reemplazados respectivamente por las bicicletas, la mano de obra y la yunta de bueyes.

Ganar imagen internacional

La crisis obligó a Castro a dar un nuevo paso en busca de divisas. Para atraer el turismo incurrió en la primera «herejía» socialista: permitir la entrada del capital internacional, inicialmente restringido a la inversión en infraestructura hotelera.

Las reformas permitían a Castro ganar terreno en un plano más importante: la imagen pública internacional, de la que dependía el envío de ayudas. Fue justamente sobre el aspecto político y diplomático donde Castro comenzó a poner el acento, una vez comprobado el fracaso de las reformas económicas. A finales de 1992, mientras aliviaba la represión interna, decidió lanzar una ofensiva internacional para convencer al mundo de que Cuba era una nación pacífica injustamente agredida por el embargo comercial norteamericano, que debía ser levantado.

A esta nueva táctica han obedecido los últimos cambios en la política exterior cubana, que comenzaron con el nombramiento de Roberto Robaina como nuevo ministro de Exteriores. A ella se han debido también las declaraciones hechas por Castro a mediados del presente año, durante un encuentro internacional que congregó en La Habana a la crema de las organizaciones marxistas de América Latina: «La lucha armada no es el camino de los países del continente para resolver su situación». Por primera vez, el líder cubano, que en la década de los 70 se ufanaba abiertamente de exportar el modelo cubano, dijo que su deseo era que las guerrillas latinoamericanas trabajaran para lograr «una paz negociada».

Apertura a la iniciativa privada

En un discurso pronunciado a fines de junio, el ministro de Economía, Carlos Lage, anunció un paquete de medidas que incluía la legalización de la tenencia de dólares. Este decreto abre bastantes posibilidades, ya que no establece un límite a la posesión de divisas, ni diferencias entre quienes pueden usarlas, y tampoco obliga a dar explicaciones sobre la forma como se obtienen.

No menos significativa es otra de las innovaciones: «la posibilidad» de un pago de compensación por propiedades confiscadas después de la revolución de 1959.

La apertura a la iniciativa privada se ha manifestado también en la reciente legalización del trabajo por cuenta propia en más de cien oficios, si bien aún está prohibido utilizar mano de obra asalariada (ver servicio 117/93).

La última reforma adoptada prevé la parcelación y la reorganización en cooperativas de las enormes granjas estatales. Aunque esto no supone la privatización de la agricultura, las cooperativas tendrán el usufructo de la tierra por tiempo indefinido y serán las dueñas de la producción. Pero deberán venderla al Estado a través de la granja que las integra o en la forma que el Estado decida. Con todo esto se espera aumentar el rendimiento, ya que los ingresos de los trabajadores dependerán de la producción alcanzada.

¿Cómo compatibiliza Castro estas reformas con su socialismo? Como siempre, con su retórica: «Duele, pero debemos ser inteligentes… Uno no salva la revolución sólo con decisión, coraje y heroísmo; también se la salva con inteligencia, y nosotros tenemos el derecho de inventar cosas para sobrevivir en esas condiciones sin dejar nunca de ser revolucionarios».

Otros, en cambio, consideran que el Comandante está en la posición desesperada del ajedrecista perdedor: cada pieza que entrega no le salva la vida, sino que demora inútilmente el jaque mate.

Alejandro Bermúdez

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.