Los héroes detienen la barbarie

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Desde el 20 de agosto Le Monde ha publicado una serie de colaboraciones de autores especializados en áreas diversas que opinan sobre la idea del progreso. Max Gallo, escritor e historiador, aporta una visión que incita al inconformismo (28-VIII-96).

En primer lugar, este siglo ha demostrado de manera incontrovertible a todos los que creían en el desarrollo lineal, determinado mecánicamente, que la historia es sorpresa; vuelve del revés todas las predicciones. Pero este siglo ha confirmado también que no hay progreso acumulativo en la humanización de las relaciones humanas. (…)

Sin embargo, hay otra realidad histórica, presente en todas la épocas, y por tanto en el siglo XX. Al mismo tiempo que la suma de las barbaries «desangra» a los hombres, vemos que se levantan -en mayor o menor número, y con mensajes históricamente fechados- los «justos», «resistentes», «rebeldes», «héroes» y «santos». Se oponen al orden imperante. Son la otra cara de la historia. ¿El bien opuesto al mal? Sea como sea están ahí, imborrables, como un grano de humanidad inmerso en una maquinaria bárbara. Y, siempre en nombre de una idea de lo humano -con una visión del hombre, religiosa o laica-, obran libremente y sacrifican su vida. (…)

Ellos han intentado detener la máquina. Y, puesto que esta máquina continúa triturando hombres, la pregunta que se nos plantea no es tanto si el progreso existe como si somos capaces de rechazar un mundo insostenible. (…)

Pero la resistencia contra este mundo, la organización colectiva del rechazo, ¿son posibles sin «creer» en el progreso, sin utopía, sin ilusión, ahora que el siglo XX sella el fracaso de esa creencia, que el mundo parece opaco y que la historia se nos escapa a toda prisa? Cuestión crucial, si se considera necesario el rechazo de la inhumanidad, es decir, de lo que es. Pero esto supone entonces decretar dos postulados que fundan el rechazo de la barbarie y la historia de la rebelión de ciertos hombres contra ella. Hay que pensar que lo real es inteligible, ya que es posible una intervención concertada para modificarlo. Se pueden despreciar los postulados. Pero eso significa admitir que la barbarie es el horizonte insuperable de la historia humana.

Pues en cierta manera, la relación entre la barbarie y el progreso es equivalente a la que mantenemos con la vida y la muerte. La muerte existe. Está en nosotros. Y, a pesar de esa certeza, vivimos, amamos, tenemos hijos. Apostamos por la vida. Obramos como si la eternidad se nos ofreciese bajo la densa sombra de la muerte.

Para elegir este «rechazo» de la muerte que es el postulado de lo humano frente a la barbarie, es preciso aún que la visión que construimos del hombre no sea la del bárbaro que grita «¡Viva la muerte!». Es necesario que afirmemos nuestro deseo de más vida, contra este mundo productor de muerte. Es cuestión de energía, de voluntad, de decisión. Es eso lo que está por reconstruir. No la religión secularizada del progreso, sino la exaltación de la resistencia humana a la muerte, de la larga cadena de esfuerzos prometeicos.

Es uno de los envites de este momento histórico. Sumisión o resistencia. ¿Normalización o creatividad?

En el gran Cafarnaúm de las ilusiones jauresianas, todavía me gusta esta frase que no me parece ni optimista ni utópica, sino exacta y necesaria: «Lo que sigue siendo verdadero en medio de todas nuestras miserias -dijo Jaurès en 1903-, en medio de todas las injusticias cometidas o sufridas, es que es preciso conceder un generoso crédito a la naturaleza humana, si acaso no se posee el sentido de su grandeza y el presentimiento de sus destinos incomparables».

¿Quién dirige hoy este «discurso a la juventud»?

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