Los desequilibrios demográficos se reflejan en las elecciones municipales francesas

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Las elecciones municipales celebradas a doble vuelta el mes de marzo en Francia puedan pasar a la historia porque, después de más de un siglo, París tendrá un alcalde de izquierda, el socialista Bertrand Delanoë. Pero el conjunto del panorama político no ha cambiado apenas con el leve avance del centro-derecha sobre la coalición de izquierda que gobierna la nación. Tampoco parece que haya tenido especial trascendencia el hecho de ser la primera consulta en que los partidos debían presentar obligatoriamente candidaturas paritarias de hombres y mujeres.

Preocupa sobre todo el incremento de la abstención y, de modo particular, la apatía de los jóvenes. En el conjunto del Hexágono, se ha llegado a un récord de abstención en elecciones municipales: en la primera vuelta fue un 33%, el más alto de los últimos 50 años (hasta 1989, solía estar entre el 20% y el 25%).

Además, no deja de ser inquietante que dos de cada tres de los seis millones de jóvenes de 18 a 25 años -el 15% del cuerpo electoral – hayan preferido no ejercer su derecho al voto. La juventud no refleja rebeldías ni anticonformismos más o menos libertarios, como en otros tiempos, sino una progresiva aceptación del statu quo, una acomodación a los cambios generales en el electorado adulto: si en 1981 el 63% de los menores de 25 años votó a Mitterrand, en 1995 el 53% apoyó a Chirac.

No es fácil, sin embargo, interpretar qué se esconde tras la abstención: si una falta de interés por la política y los políticos, o reticencia ante el compromiso. De hecho, a pesar de tantas declaraciones y experiencias sobre voluntariado, la realidad es que sólo el 11,5% de los jóvenes franceses participan en actividades de una asociación o movimiento, aunque dos de cada tres piensen en teoría que esa participación es un buen medio de lucha contra el egoísmo social (cf. La Croix, 19-III-2001).

Frente a la idea de los años 60 que veía a la juventud como fuerza de transformación social, la gente joven es hoy más bien individualista, valora la esfera privada, la familia -ha aumentado la proporción de los que siguen viviendo con los padres o abuelos – y el círculo de amigos. La tolerancia se confunde fácilmente con la indiferencia. La utopía global cede ante posibles aventuras personales. Desde luego, es más fácil que se movilicen ante una causa concreta que les afecta que ante la política en general, cuyos debates les parecen poco auténticos, y sus protagonistas, apenas creíbles.

Muy al contrario, llama la atención la participación activa en la política local francesa de personas jubiladas, de las que han salido la cuarta parte de los nuevos alcaldes. En total, se han presentado a las elecciones 39.404 varones y 16.229 mujeres entre 60 y 81 años; y nada menos que 1.183 y 630 de más de 81. Aquí no hay paridad: la igualdad en las listas de candidatos que presenta cada partido o agrupación se refiere al número total de varones y mujeres, sin tener en cuenta la edad.

Se podría pensar que ser mayor no es un obstáculo, sino más bien una ventaja, para intervenir en la vida municipal: quizá porque el ciudadano espera de los ayuntamientos servicios de proximidad y una dedicación intensa de los ediles, más fácil cuando los concejales no tienen otras obligaciones laborales o civiles. No se puede olvidar tampoco que el paulatino envejecimiento de la población hace que muchos electores prefieran depositar su confianza en personas también mayores, con idénticos o semejantes problemas, con mayor experiencia y, sobre todo, con tiempo libre. En cualquier caso, la última consulta gala confirma de modos inéditos la relativa influencia de la demografía en la política.

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