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Los católicos y la izquierda: el choque está hoy en la ética

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La perspectiva de una alianza entre la preocupación católica por la justicia social y los ideales de la izquierda ha estado presente a menudo en la política europea. Todavía hoy grupos de católicos que se consideran «progresistas» y personalidades del socialismo buscan esta convergencia, bajo el estandarte común de la solidaridad social. Pero esto ya no responde al actual debate político, afirma Ernesto Galli della Loggia, que certifica el fin en Italia del «cattocomunismo» en un artículo publicado en «Corriere della Sera» (18 junio 2006).

El artículo del influyente analista político ha provocado debate en un momento en que el nuevo gobierno de Romano Prodi se enfrenta a la difícil tarea de mantener unida una coalición en la que conviven políticos del área católica, como el mismo Prodi, junto a radicales y socialistas.

Galli della Loggia señala, en primer lugar, el cambio sustancial en la agenda política de los países occidentales. La lucha entre trabajo y capital, entre la visión capitalista y la socialista, ya no es el tema crucial. Los grandes problemas actuales -la competencia global con nuevos actores como China y la India, la avalancha migratoria, la crisis demográfica, la insostenibilidad del gasto asistencial, el declive de la estabilidad laboral- no nacen del conflicto entre capital y trabajo.

Además, en Europa Occidental, todo lo que afecta al ámbito económico-social depende más de Bruselas que de los parlamentos y gobiernos nacionales. Y desde Bruselas se ha impuesto una visión liberal, que no deja espacio para «terceras vías».

Hoy día el debate político en los países europeos tiene que ver cada vez más con «temas éticos sobre la existencia humana y los estilos de vida, casi siempre planteados por los progresos de la ciencia». Actualmente lo que enciende el debate político son cuestiones como la reproducción artificial, la autodeterminación ante la muerte, el matrimonio y la adopción entre homosexuales…

En segundo lugar, la desindustrialización ha hecho desaparecer la base tradicional de la izquierda -obreros industriales, pequeños agricultores, empleados modestos- , que ha sido sustituida por funcionarios, profesores, periodistas, magistrados y otros miembros de la media y alta burguesía. Estos grupos están interesados en la protección pública de sus ingresos y estatus, pero no conservan nada de las viejas posturas de la ética pública de la izquierda, con su hostilidad hacia todo lo que oliera a individualismo, hedonismo o materialismo «burgués», ni de su concepción de la vida como compromiso, ni de su moralismo quizá un tanto hipócrita.

«Hoy los nuevos grupos de referencia de la izquierda están inmersos en una atmósfera que aparece dominada por la más radical subjetividad, por una moral de tipo individualista-libertario (se tiene derecho a hacer lo que se quiera, con tal de no dañar a otro; el Estado no debe inmiscuirse), dispuestos a identificarse con todas las modas, los tics, los gustos, los consumos de la modernidad, con tal de revestirlos con una pátina de ‘elegancia’».

Estos cambios, dice Galli della Loggia, han socavado la posible convergencia en Italia entre la izquierda radical y los católicos, que hoy se encuentran en campos enfrentados en las guerras culturales. En el terreno de los valores, que en otro tiempo parecía propicio a un encuentro entre católicos y comunistas, las diferencias son cada vez más radicales. Los ex comunistas «aparecen totalmente absorbidos en un horizonte burgués que no se distingue en nada del resto de la sociedad italiana, un horizonte definido por un fuerte subjetivismo ético, un impulso hedonista-consumista, un programático relativismo cultural, tentado incluso de gestos anticlericales».

«El mundo católico y la Iglesia se encuentran en el lado opuesto: empeñados, como pueden y saben, en luchar contra el bagaje ético e ideológico que hoy tiene más apoyo en la izquierda. La suya es una batalla desesperada, pero, al menos a mi juicio, noble e importante como a menudo lo son las batallas de las minorías contra las opiniones, y el inevitable conformismo, de las mayorías.»

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