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Las lecciones que se aprenden en casa

publicado
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Educación y familia
Antiguamente los oficios se aprendían y heredaban de los padres. Hoy en día sacar buenas notas determina, en gran medida, el éxito en el mundo laboral. Pero escuela y familia no son dos ámbitos separados. Numerosos estudios indican que el éxito escolar depende, en buena parte, de los hábitos que uno aprende en casa.

Durante la década de los ochenta se produjo un fenómeno curioso en Estados Unidos. Según las ideas establecidas, los boat people recién llegados de Indochina no podían esperar que sus hijos alcanzasen un nivel muy alto de educación. Estos partían con muchas desventajas. En muchos casos, sus padres no hablaban bien el inglés y la mayoría no habían cursado la enseñanza superior. En muchas de las ciudades donde fueron a vivir no había establecida una comunidad de compatriotas que les ayudaran. Vivían en la penuria, en pisos pequeños donde no es fácil estudiar con tranquilidad. A menudo eran familias numerosas, lo que se consideraba una desventaja porque reduce los recursos económicos y no deja ni tiempo ni lugar para los estudios.

Asiáticos en EE.UU.

Así que, para muchos, los resultados que estos jóvenes obtuvieron en los exámenes no tenían explicación. Eran casi iguales a la media norteamericana en materias verbales (inglés hablado y leído) y mucho más altos en matemáticas y ciencias. Una investigación llevada a cabo por la Universidad de Michigan en 1992 descubrió que en el caso de los boat people, muchos factores que se consideraban desventajas fueron de hecho ventajas. Así describe ese estudio una tarde típica en una familia de refugiados: «Después de la cena, se quita la mesa, y empiezan los deberes. Los hijos e hijas mayores ayudan a los más pequeños. No parecen aprender tanto por el hecho de instruir sino por el de ser instruidos… Durante estos ratos se aprende muchísimo: normas, hábitos, actitudes, esperanzas, y también el contenido de las materias. Tal participación de los hijos demuestra cómo una familia numerosa puede animar y ayudar a todos a tener éxito académico».

Los padres -continúa el estudio- suelen leer a los hijos, lo cual es una ayuda, sea cual sea el idioma de la lectura. «Esto indica que las aptitudes lingüísticas de los padres no tienen un papel tan importante en el éxito escolar de los hijos. Otros aspectos de la experiencia en la familia -lazos afectivos entre padres e hijos, el refuerzo de valores culturales y compartir la sabiduría contenida en cuentos… o mostrar el valor de leer y aprender- se extienden a la escuela».

Un factor de peso

Esos resultados no deberían sorprender. Muchos estudios han confirmado lo que descubrió por casualidad en los años sesenta James Coleman, sociólogo de la Universidad de Chicago. Deseoso de saber por qué los alumnos de ciertas clases o de ciertas escuelas progresan más que otros en distintas situaciones, calculó la in-fluencia relativa de varios factores: desde el dinero gastado o el número de alumnos por clase, hasta la calidad profesional del maestro (años de experiencia, nivel de formación, etc.). Y descubrió que, efectivamente, algunos de esos factores pesan más que otros; pero mucho más importante aún es la familia.

Para empezar, se puede ver cuánto tiempo gasta un joven estudiando en casa. Un típico bachiller norteamericano dedica unas tres horas semanales, pero hay muchos que emplean el doble. Estos últimos son precisamente a los que se ha inculcado la importancia de la educación, del trabajo bien hecho, de ser responsables. Ahora bien, esos valores no se aprenden en la televisión: normalmente se aprenden en la familia.

Hoy se sabe -con datos empíricos- que obtienen mejores notas los jóvenes que siguen un estilo de vida típico de familias en las que los padres se esfuerzan en enseñar una serie de virtudes humanas, aun cuando el motivo no sea explícitamente académico. Por ejemplo, aprenden mejor los que viven conforme a un horario más o menos fijo, con unas horas establecidas de levantarse, comer, estudiar, jugar o dormir. También destacan los niños cuyos padres están pendientes de lo que hacen sus hijos: conocen personalmente a sus amigos, han visto los programas de televisión con ellos, etc.

A veces sorprenden los efectos positivos indirectos que proceden del «simple» hecho de vivir como familia. Por ejemplo, parece que el comer juntos también es una ayuda eficaz para el aprendizaje de los niños, aunque nadie lo hace por esta razón. Quizá sea porque los padres así se enteran mejor de lo que sus hijos hacen en la escuela. Y también porque da a los niños la oportunidad de escuchar a personas mayores, y así se fomentan sus ganas de saber.

La importancia de la conversación

Muchos estudios subrayan la importancia que tiene para un niño el conversar con sus padres. Pues aunque no hayan hecho estudios secundarios, son intelectual y lingüísticamente muy superiores a sus hijos pequeños y además pueden hablar con ellos con plena confianza. Una razón de por qué los niños que pasan muchas horas diarias en guarderías avanzan más lentamente que otros, es precisamente porque suele faltarles esto. El divorcio u otras circunstancias que rompen esta relación de confianza o disminuyen mucho el tiempo disponible de los miembros mayores de la familia, también resultan perjudiciales.

Intencionadamente o no, los padres, cuando hablan con sus hijos, les ayudan a pensar, a escuchar y a expresarse. A partir de investigaciones sobre cómo se aprende a leer, William Bennett (entonces ministro de Educación de EE.UU.) escribió: «Cuando los niños aprenden a leer, están pasando del lenguaje hablado al lenguaje escrito. Enseñar a leer se basa en hábitos de conversación: cuanto mejor utilizan los niños el idioma hablado, tanto mejor aprenderán a leer el lenguaje escrito. Para leer con eficacia, los niños necesitan un vocabulario básico, algún conocimiento del mundo que les rodea, y la capacidad de hablar sobre lo que conocen».

«La investigación demuestra que hay una fuerte conexión entre leer y escuchar… Los padres y profesores deben promover la conversación sobre todo tipo de materias: asuntos de actualidad, la naturaleza, el deporte, las aficiones, las máquinas, la familia, emociones; en fin, sobre cualquier cosa que interese a los jóvenes… El conversar les ayudará a reflexionar sobre sus experiencias pasadas, y sobre lo que van a ver, hacer y leer en el futuro».

Siempre se ha recomendado que los padres lean a sus hijos. Algunos autores piensan que la eficacia de tal lectura -cosa bien comprobada- se debe tanto a la conversación que ocasiona como al contenido de lo que se lee.

Recursos educativos en el hogar

Por lo que se ha dicho hasta aquí, se ve que la familia presta una ayuda enorme a la escuela aun cuando no pretenda hacerlo. Pero también está claro que puede ayudar aún más cuando se lo propone.

Los niños son imitadores natos. Ven a los mayores escribiendo, y quieren manejar una pluma, aunque sus manos no tengan todavía la destreza necesaria para formar una sola letra del alfabeto. Algunos investigadores dicen que es a esa edad cuando los niños tienen más deseos de aprender. Sus dibujos no siguen ninguna norma adulta, pero tienen algún significado para ellos. Están intentando expresarse de alguna manera. Es muy interesante ayudarles a desarrollar esa creatividad; después aprenden a escribir mejor, y con más seguridad. Algunos aprenden a formar palabras, utilizando cartas con letras del alfabeto, o un teclado, etc. Pero aunque no aprendan a leer hasta más tarde, es muy útil animarles a redactar y a hablar de lo que están intentando expresar.

La familia puede ofrecer muchas oportunidades di-vertidas para leer, contar cosas, y también escribir (a través de cartas a parientes, por ejemplo). Muchos hogares son auténticos «learning resource centers» (centros de recursos educativos), con libros, periódicos, cintas, juegos, rompecabezas, crucigramas, y a veces ordenadores. Aprovechar todo esto es cuestión de imaginación, y muchas familias ya lo hacen.

La vida doméstica puede dar ocasión de practicar la aritmética, con preguntas como «Si queremos dar dos dulces a cada uno, ¿cuántos dulces hacen falta?».

Los padres pueden facilitar el acceso a otros recursos culturales de la comunidad: bibliotecas, música, deporte, etc. Lo más importante, sin embargo, es crear un ambiente en que los jóvenes tengan ganas de utilizar tales recursos. Por eso, no hay que olvidar cuánto ayuda el ejemplo de unos padres que sacan tiempo para leer y conversar sobre lo que han aprendido.

Cooperar con los padres

En vez de preguntarse cómo pueden cooperar los padres con la escuela, quizás sea mejor enfocarlo al revés: ¿cómo puede cooperar la escuela con los padres?

Como la familia es la escuela de valores y virtudes humanas por excelencia, una función importante del colegio es reconocer y manifestar la importancia de la familia, reforzar la autoridad de los padres y tener confianza en ellos; también debe ayudar a los hijos a ver lo atractivo de la institución familiar. Que esto no siempre ocurre es un hecho bien conocido. Por ejemplo, en no pocos sitios se imparte a los adolescentes una educación sexual que incluye el uso de anticonceptivos e información sobre el aborto, a través de la escuela y a espaldas de los padres.

En cuestiones morales, a veces las clases dan la impresión de que cada alumno es un universo autónomo, que escoge sus valores sin escuchar a personas «viejas» que intentan «imponer» un sistema ajeno. Hay metodologías muy usadas para enseñar a los jóvenes a reflexionar sobre valores -por ejemplo, «Values Clarification» en EE.UU.- que ponen en tela de juicio, de manera más o menos sutil, el ambiente familiar. Se discute sobre cuestiones como: ¿Qué es lo que más te preocupa de tu familia?; ¿quién en tu familia te aflige más, y por qué te sientes así?; ¿si tus padres riñeran constantemente, qué querrías que hicieran: divorciarse, y que tú vivieras sólo con uno de ellos; seguir juntos y ocultar sus sentimientos verdaderos por el bien de sus hijos?» (resolver el conflicto de modo definitivo, reconciliarse, no se incluyen entre las alternativas).

Paul Vitz, profesor de psicología de la Universidad de Nueva York, examinó los libros de texto más usados en escuelas públicas de EE.UU. Vio que en ellos no aparecen en ningún lugar las palabras «matrimonio», «boda», «esposo/a». La gente tiene hogares, por supuesto, pero no está claro sobre qué se funda la vida doméstica. Es más, han aparecido libros y cuentos que tratan a los hogares irregulares como si fueran normales (algunos niños tienen dos «madres»), y matrimonios tradicionales como si fueran infelices. Cuentos clásicos que presentan el matrimonio como meta ideal -Blancanieves, La Bella y la Bestia, Cenicienta, La Bella Durmiente- son, según algunos, «sexistas». Para sustituirlos, ahora hay libros como Los Dinosaurios se divorcian o ¿Tengo yo un padre?

Maestros en casa

Muchas escuelas, de hecho, solicitan la cooperación de los padres, y se quejan de la escasa respuesta que obtienen. Sin embargo, algunos autores, como Jacqueline Jordan Irvine en su libro Black Students and School Failure («Estudiantes negros y fracaso escolar»), piensan que la causa de tanta apatía se encuentra muchas veces en la escuela.

Lo que se pide a los padres es más bien marginal, dice Irvine: ayudar a organizar fiestas o excursiones, asistir a reuniones de comités cuyas sugerencias no pueden cambiar lo que ocurre en las aulas, etc. «Lo que parece importantísimo para los padres negros es su papel de maestros en casa. Es el papel que prefieren y el que está directamente unido al éxito de sus hijos».

A muchos padres les gusta ayudar directamente en la instrucción de sus hijos. Podrían leer a sus niños, o escucharles leer; ayudarles a memorizar, o averiguar cuánto han podido aprender por su cuenta. Algunos profesores piden que los padres firmen los deberes de sus hijos, no tanto para asegurar que los estudiantes hagan su tarea, como para dar a los padres una oportunidad de hablar con sus hijos de sus estudios. Cuando se sabe que los padres quieren ayudar, se puede pensar en otros tipos de tarea, como hacer experimentos fáciles con utensilios que se encuentran en la cocina, etc.

Otra ventaja de este enfoque es animar a los padres que no se dan cuenta de lo mucho que pueden hacer. Así lo dice un comentarista: «Si comparamos el educar a niños con una comida, la mayoría de los norteamericanos piensan que la escuela ofrece los platos fuertes mientras la familia contribuye sólo con el postre».

La misma idea -responsabilizar a padres que se muestran más bien pasivos- es otro argumento de peso en favor de la libertad de enseñanza. Muchos padres piden que el Estado reconozca su derecho de escoger libremente la escuela. Otros no cooperan con tales campañas, pero si de hecho existiera esa libertad, es muy probable que antes de elegir una escuela para sus hijos, estudiarían las alternativas, reflexionarían, y por fin se comprometerían más activamente.

David Kolf¿El diploma se hereda o se gana?

¿El origen social es determinante para tener éxito en la escuela y conseguir luego un buen empleo? Este problema clásico de la democratización de la enseñanza sigue siendo motivo de debate. Dos estudios recientes, uno francés y otro británico, ofrecen distintas vertientes del asunto.

En Francia, en los últimos veinte años el nivel de formación de los jóvenes ha aumentado de modo general. Entre los 15 y los 29 años, uno de cada dos jóvenes prosigue hoy sus estudios, contra uno de cada tres en 1975. Sin embargo, el origen social parece bastante decisivo a la hora de alcanzar cierto nivel académico, según pone de manifiesto un estudio del INSEE (INSEE Première, «Les inégalités devant l’ecole», nº 400, IX-95). Mientras que el 19% de los hijos de obreros consiguen hoy el título de bachillerato (el doble que antes), alcanzan ese nivel el 72% de los hijos de cuadros directivos.

El «capital escolar» de los padres, sobre todo el del padre, es un factor clave. Entre las personas de 25-39 años, el 56% tienen un título superior si su padre lo tenía, pero son sólo el 8% en caso contrario. La profesión paterna parece influyente no sólo por motivos económicos, sino también porque la adquisición de las normas escolares por los hijos está favorecida por la familiaridad de su ambiente social con el sistema escolar. En el caso de la madre, cuanto más estudios ha hecho, mayor es la probabilidad de éxito escolar de sus hijos. La ayuda proporcionada por la madre al estudio de los hijos parece crecer con su nivel de formación. Del estudio francés se desprende que la democratización de la enseñanza debe pasar por formas de ayuda al trabajo escolar de los alumnos de origen social modesto.

¿Y cuál será el factor más determinante para la futura carrera profesional de los jóvenes? El talento y la motivación influyen más en el éxito que el origen social, asegura el estudio británico, que contradice ideas generalmente admitidas. El estudio del Economic and Social Research Council se basa en la trayectoria de 7.000 adultos nacidos en la misma semana de 1958, y concluye que los alumnos con buena inteligencia y dedicación obtienen buenos puestos profesionales, con independencia de su origen social.

La investigación mantiene que factores en los que los sociólogos suelen hacer énfasis, como las condiciones materiales de la casa, el contacto de los padres con la escuela o el «capital cultural» de los padres, tienen sólo una influencia relativamente poco importante. «En cambio, factores que los sociólogos a menudo ignoran -como la capacidad intelectual de los individuos y la tenacidad a la hora de trabajar con un determinado objetivo- resultan ser mucho más importantes».

El estudio, dirigido por el profesor Peter Saunders, de la Universidad de Sussex, averiguó que el 63% de los hijos cuyos padres eran de clase media ocupaban puestos de cuadros directivos a la edad de 33 años, al igual que el 28% de los nacidos en familias con padres con escasa o nula formación profesional, y el 37% de los que tenían un origen social intermedio. Estas proporciones eran prácticamente las mismas de los representantes de cada grupo que, en los tests de capacidad a los 11 años, habían quedado situados entre el 40% más destacado. Lo cual demuestra la importancia de la inteligencia individual.

Sin embargo, entre los alumnos que no habían destacado por su talento, dos quintas partes de los jóvenes de clase media y un quinto de los de clase modesta habían llegado a alcanzar puestos laborales de clase media, lo que el estudio atribuye al esfuerzo y al trabajo duro.

Para los niños de origen social más bajo, el talento, la motivación y la actitud positiva hacia el trabajo son los factores más determinantes para su éxito laboral. Para los hijos de clase media que descendieron en la pirámide laboral, la inteligencia y la motivación resultan ser también las principales razones.

ACEPRENSA_________________________Fuentes Principales:



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