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Las consecuencias de la eutanasia

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Con motivo de una propuesta a favor de la cooperación médica al suicidio que se ha presentado en el Parlamento británico, el Card. Basil Hume, primado católico de Inglaterra, escribe en The Times (Londres, 27-XI-97) sobre los peligros que entraña autorizar cualquier forma de eutanasia.

Una ley que permita la eutanasia, incluso en casos limitados, tiene todas las posibilidades de conducir, como en el caso del aborto, a la difusión de esa práctica. En Holanda, hace trece años, los tribunales declararon legal la eutanasia activa en ciertas circunstancias. Aunque las leyes holandesas requieren el consentimiento explícito del paciente, muchos miles de enfermos han encontrado la muerte por eutanasia sin haberlo pedido expresamente; y recientes decisiones de los tribunales holandeses han declarado lícita la muerte de bebés con deficiencias. La experiencia holandesa confirma que, una vez que los médicos -u otros- están autorizados a juzgar si una vida humana es digna de ser vivida (como inevitablemente hacen siempre que practican la eutanasia voluntaria), se llega inexorablemente a la eutanasia involuntaria. En efecto, si matar a los pacientes puede ser beneficioso para ellos, ¿es razonable privarles de ese beneficio cuando sean incapaces de solicitarlo?

Legalizar la eutanasia tendría otras consecuencias graves. Una de ellas sería que se dejaría de apreciar la aportación que han de hacer los ancianos y los incapacitados. La sensación de no ser queridos, de suponer una carga para sus familias y un costo para la sociedad, socavaría su autoestima. Lo que hoy es un derecho a la muerte, mañana se convertiría en un deber de morir.

Se corrompería la relación entre médicos y pacientes. Los pacientes, en tantos casos extremadamente vulnerables, tienen que poder confiar en los médicos. No es fácil que confíen a menos que estén seguros de que los doctores nunca estarán dispuestos a matarlos, y de que no tienen derecho alguno para preguntarse si sus pacientes son dignos de recibir cuidado y tratamiento.

Además, si la eutanasia se legalizara y se presentara como una opción «rentable», se debilitaría la motivación humanitaria para buscar formas verdaderamente compasivas y eficaces de cuidar de los que sufren y de los moribundos. Una parte sustancial de los recursos de los hospitales públicos se invierte en pacientes que están en sus últimos años de vida. Es evidente el atractivo económico de la eutanasia. Sería una peligrosa e insidiosa tentación.

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