Las chicas van bien; los chicos, depende

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Sigue evolucionando el debate sobre quién padece más los defectos de la enseñanza en EE.UU., los chicos, las chicas o todo lo contrario. Aunque el debate comenzó hace más de treinta años (en los setenta ya se decía que los profesores favorecían a los chicos porque levantaban más la mano en clase…), se puede fijar el comienzo de la historia reciente a principios de los noventa, cuando la American Association of University Women publicó el informe «How Schools Shortchange Girls», donde denunciaba que las escuelas públicas discriminaban a las chicas. Un «buen guión», con muy pocos datos científicos, muy aplaudido dentro y fuera de EE.UU., y que generó más de mil nuevos estudios. Las chicas eran las víctimas y la solución, erradicar el sexismo en forma de modelos educativos masculinos.

Tuvo que ser una feminista -Christina Hoff Sommers- la que avisara, unos años después, de que se le había dado la vuelta al planteamiento. Ahora el modelo educativo se había feminizado (la insistencia en que la supremacía masculina era inaceptable creó en la escuela el sentido de que la propia masculinidad era un mal social) y eran los chicos los que tenían problemas, dentro y fuera de las aulas (ver Aceprensa 177/00). El análisis generó nuevos estudios que confirmaban la crisis. Los chicos eran ahora las víctimas y la solución, muy difícil: un estilo educativo por género.

El mensaje debió de llegar a destino porque el Departamento de Educación estadounidense aumentará pronto el número de escuelas públicas de educación diferenciada. Entre otras razones, para ofrecer las alternativas que prevé la ley No Child Left Behind a los alumnos de los malos colegios. La educación diferenciada prácticamente desapareció del escenario público en los ochenta, aunque regresa lentamente. El curso pasado había 44 colegios públicos de educación diferenciada en todo el país, y ya hay muchos que quieren adoptar la fórmula. La duda está en si será un proceso pacífico o si ya se están redactando las demandas contra colegios que enseñan de forma diferente a chicos y chicas.

Las chicas van más rápido

Aún es pronto para hablar de la «tercera parte» del debate pero Education Sector -un «think tank» de reciente creación y financiado, entre otros, por la fundación Bill & Melinda Gates- ha publicado el informe «The Evidence Suggest Otherwise: Truth About Boys and Girls» que afirma que la crisis académica de los chicos se ha exagerado: «La verdadera historia no es que los chicos lo hagan peor que antes, sino que las chicas lo hacen mejor que nunca», afirma Sara Mead, responsable del informe.

A simple vista, el estudio conecta con el comienzo del debate y da por supuesto que se ha puesto remedio a la hipotética discriminación de las chicas porque ahora «las chicas están mejor que nunca». Más que una respuesta a la tesis de la crisis de los chicos, trata de obviarla: nunca existió; si la hubo, se exageró; y, en cualquier caso, el éxito de las chicas no se ha conseguido a costa de los chicos.

El «informe Gates» utiliza datos del National Assessment of Educational Progress, un estudio federal que mide el progreso educativo desde 1971. Según esas cifras, en los últimos treinta años las notas de los chicos han mejorado y hay más chicos que terminan la secundaria y llegan a la universidad. Aunque tanto los chicos como las chicas procedentes de familias con bajos ingresos se han quedado rezagados respecto de los de las familias medias, los chicos han mejorado en primaria y secundaria y llegan mejor preparados a la universidad. En definitiva, el pesimismo sobre la situación de los chicos se debe a un análisis inadecuado y a no querer reconocer que aunque los chicos han mejorado, las chicas han ido más rápido.

¿La clase o el género?

El informe reconoce que hay algunos grupos de chicos -hispanos, negros e hijos de familias pobres- que tienen serios problemas. «Pero su problema principal es la raza y la clase social, no el género», afirma Mead. Las diferencias en lectura entre este grupo y el de los chicos blancos es gigantesca pero el informe afirma que no ha ido a peor: desde 1992, los negros han mejorado más en lectura que la media de los blancos e hispanos de ambos sexos.

Entre 1971 y 2004, los chicos de 9 años han mejorado 15 puntos en lectura -en una escala de 500- y las chicas, 7, con lo que conservan 5 puntos de ventaja respecto de los chicos. Los chicos de 13 años han mejorado 4 puntos y las chicas, 3, con lo que les superan en 10 puntos. Por último, los chicos de 17 años han bajado un punto y las chicas lo han subido, con lo que la diferencia es de 3 puntos a favor de las chicas.

Otro argumento anticrisis es el de los trastornos. Dos terceras partes de los alumnos de educación especial son chicos, sin embargo, el informe mantiene que «el número de chicas con algún tipo de trastorno ha crecido mucho en las últimas décadas, de manera que no es un problema exclusivo de los chicos».

La última razón destacable es que el porcentaje de licenciados universitarios de 25 a 29 años -22%- es significativamente más alto que el de la generación anterior. Y el golpe de gracia: «la crisis de los chicos se ha utilizado por autores conservadores que acusan al movimiento feminista de prodigar recursos con las chicas a cuenta de los chicos, y por autores liberales que dicen que en los colegios se ha instalado un modelo educativo incompatible con la forma de ser de los chicos y su modo de aprender», dice el informe. No obstante, aclara que no hay suficiente pruebas para llegar a conclusiones firmes de manera que estamos ante una especie de «libre mercado de teorías sobre por qué los chicos van por detrás de las chicas».

Los chicos con problemas

Christina Hoff Sommers, autora de «The War Against Boys» (ver Aceprensa 67/06), se ha dado por aludida y hace algunas observaciones en «The Wall Street Journal» (03-07-2006).

Según Mead, «la idea de que las mujeres puedan superar a los hombres en algunas áreas parece ser un mal trago para mucha gente», no obstante, confía en que el debate futuro no «mine injustamente los avances de las chicas en las últimas décadas». Sommers replica que ha buscado en vano en el informe de Mead indicios de que alguien pretenda minar a las chicas. Es como si pensara que preocuparse por los chicos fuera perjudicial para las chicas, pero no lo es: la educación no es un juego de suma cero (nadie tiene por qué perder si el otro gana), afirma.

Solo el título del informe -«The Evidence Suggests Otherwise: Truth About Boys and Girls»- parece indicar que contiene pruebas de que los chicos «no» tienen problemas académicos. Pero no es así. De hecho, Mead reconoce que hay grandes «grupos de chicos» con problemas; que el número de chicos a los que se han diagnosticado problemas de aprendizaje «ha explotado en los últimos 30 años»; que los resultados de los chicos de secundaria han bajado en la mayoría de las materias; y que, sí, el porcentaje de universitarias es ahora el 57%.

Entonces, se pregunta Sommers, ¿cómo demuestra su afirmación de que «en términos absolutos, las notas de los chicos son las mejores de los últimos treinta años» y que «la crisis está confinada en los negros, los hispanos y los pobres»? Según Sommers, ninguna de las dos afirmaciones resiste una prueba.

Los resultados en lectura de los chicos de 17 años han bajado en la última década, alcanzando la peor puntuación en 2004. Un estudio de Judith Kleinfeld, profesora de psicología de la Universidad de Alaska que también ha utilizado los datos del Departamento de Educación, revela que el 23% de los estudiantes de bachillerato blancos con padres universitarios tienen puntuaciones en lectura por debajo del mínimo. En el caso de las chicas de las mismas características son solo el 7%. Lo que significa, según Kleinfeld, que «uno de cada cuatro chicos que van a entrar en la universidad no entiende lo que lee en el periódico». No es por lo tanto un problema de los grupos a los que se refiere Mead.

En cuanto a estos, el estudio afirma que sus problemas son producto de cuestiones sociales, no de género. Pero Sommers replica que también en este caso los chicos van peor que las chicas. El estudio de Kleinfeld señala que el 34% de los hispanos con padres universitarios tienen un nivel de lectura por debajo del mínimo; las chicas son solo el 19%.

Sommers mantiene que estos resultados prueban que se está dando una educación mejor a las chicas que a los chicos. Y no entiende por qué una organización creada para mejorar la enseñanza ve la preocupación hacia la situación de los chicos como una amenaza para el progreso de las chicas. Sería más constructiva si buscara fórmulas para ayudar a los chicos a mantenerse al ritmo de las chicas.

Ignacio F. Zabala

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