La vida como precio de la pintura

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Holanda celebra el 150 aniversario del nacimiento de Van Gogh
Amsterdam. El 150 aniversario del nacimiento de Vincent van Gogh (1853-1890) se está celebrando en Holanda como un «jubileo» artístico. Si su biografía fue la de un perdedor, su éxito póstumo es la revancha a su miseria en vida. Solo vendió un cuadro de los 900 que pintó, pero en 1987 se pagaron 57 millones de dólares por los «Lirios». Murió desconocido para sus contemporáneos, y hoy su museo en Amsterdam recibe un millón y medio de visitantes por año.

Su vida fue corta y turbulenta. Muere a los 47 años a consecuencia de un intento de suicidio. Sus restos mortales yacen fuera de su tierra que siempre añoró, en Auvers-sur-Oise, a 30 km de París, en la tumba más modesta imaginable. El texto de la lápida es mínimo: «Ici repose Vincent van Gogh. 1853-1890».

Pero hoy Vincent van Gogh es uno de los artistas más admirados del público, que acude en masa a contemplar sus cuadros. Girasoles, lirios y autorretratos se reproducen en corbatas, ceniceros, foulards, latas de galletas, dándonos la sensación de que ya conocemos su obra. Cualquier escala de la KLM en Amsterdam te obliga a dar una vuelta por el museo. Sus obras embolsan en subastas cantidades astronómicas y los frecuentes robos de sus cuadros son casi tan espectaculares como las ventas.

Autobiografía por correspondencia

Ningún artista ha dejado una fuente de documentación tan completa sobre sí mismo como Van Gogh lo hizo a través de la correspondencia dirigida fundamentalmente a su hermano Theo, pero también a otros amigos, artistas y familiares. El museo de Amsterdam custodia más de 800 cartas firmadas por Vincent de las 2.000 que escribió, 140 de ellas acompañadas de esbozos de la obra que le ocupaba en el momento de escribir. La esposa de su hermano Theo, Johanna, recogió cuidadosamente las cartas a la muerte de su marido, las hizo editar por primera vez en 1941 y enseguida se tradujeron a 21 idiomas (1). Como es sabido, Van Gogh escribía en la lengua del país donde se encontraba. Las originales están escritas, pues, en neerlandés, francés e inglés, en un estilo espontáneo cuya sintaxis deja mucho que desear. Por eso, tanto las transcripciones como las traducciones son siempre un compromiso lingüístico.

Las cartas de Van Gogh son una auténtica novela autobiográfica al estilo de la literatura del siglo XIX, además de formar un comentario exhaustivo a toda su obra. En ellas proyecta todo su ser, su amor por la naturaleza, por el paisaje de su Brabante natal y la Provenza en el sur de Francia. Escribe sobre sus grandes inquietudes religiosas, comenta con profunda compasión la pobreza de la población rural y de los mineros a quienes quiso sacar de aquella situación con su arte. Por su epistolario conocemos a sus grandes pintores favoritos: Rembrandt, por el sentimiento con el que pinta; Delacroix, por su teoría del uso del color; y Millet, a quien consideraba «fiel y orgulloso en su religión y en su arte», pobre como él y amigo de campesinos.

Angustias y expectativas

Pero quizá las cartas que más impresionan son aquellas en las que confiesa qué significa para él su vocación artística, o cuando confía a su hermano sus angustias o depresiones. Por ejemplo, sobre los cuadros del jardín del sanatorio psiquiátrico de Saint-Remy en el que se internó en 1889, escribe: «El último destello de un rayo de sol hace que el ocre se aclare hasta llegar a naranja. Entenderás que la combinación de rojo ocre, el verde oscurecido con gris y las líneas negras que marcan los contornos, provocan un sentimiento de angustia del que de vez en cuando padecen mis compañeros de fatigas. Además, el motivo del gran árbol herido por el rayo y la sonrisa enfermiza de la última flor de otoño, confirman de nuevo este sentimiento».

Esta apertura del alma habla al hombre de hoy, hace que la contemplación de sus cuadros no sea simplemente estética, ya que el conocimiento de su espíritu aporta un valor añadido. Se contempla de otro modo el «Sembrador con puesta de sol» si leemos en la carta a su hermano: «Todavía me encantan ciertos retazos del pasado, tengo un anhelo de infinito, cuyos símbolos son el sembrador y la gavilla de trigo».

Entre sus últimas obras se encuentran dos paisajes de campos de trigo que presagian el trágico final de su vida. Sobre ellos escribe a su hermano en junio de 1890: «Tan pronto como volví me puse a trabajar de nuevo, a pesar de que casi se me cae de los dedos el pincel. Son grandes espacios de mieses bajo unos cielos revueltos y no tenía que salirme mucho de mi camino para expresar mi tristeza, mi absoluta soledad». Murió unos días más tarde.

Genio de los colores

Citas de este tipo hacen que quien contempla sus cuadros piense, más allá de las imágenes, en el artista, en ese momento profundamente desdichado, pero en otras ocasiones lleno de expectativas y proyectos. Ejemplo de esto último es su llegada a Provenza o el proyecto de convertir la casa amarilla de Arlés en una colonia de artistas.

Su aportación más revolucionaria a la historia del arte fue el uso del color que da tanta fuerza a temas tan sencillos como pintó. Con ayuda de los contrastes complementarios, es decir, los tres colores primarios y poniendo al lado sus opuestos respectivos, buscó intensificar la percepción. Junto a esta técnica, su pincelada suelta, corta y vibrante, siguiendo la línea de la composición, es lo que da fuerza a su pintura.

Una fuerza que no se debilitaría con el paso del tiempo. De Camille-Jacob Pissarro, pintor impresionista una generación mayor que Van Gogh, pero que murió catorce años después que él, es la frase profética: «Cuando conocí a Vincent, inquieto, pelirrojo, con sus penetrantes ojos azules, siempre fumando en pipa y con un cuaderno debajo del brazo, pensé que o se volvería loco o nos superaría a todos. No sabía que ocurrirían las dos cosas».

Gestión del museo

En 1973, tras un acuerdo entre los herederos de Van Gogh y el Estado holandés, se inauguró su museo en la capital de Holanda, diseñado por Gerrit Rietveld. A cambio, la familia cedió más de cien obras de Vincent, toda la correspondencia y la colección de arte que habían hecho los dos hermanos; a su vez, se reservó los derechos por las reproducciones.

En el Museo se exponen, en orden cronológico, unas cien obras: los cuadros sobre campesinos en tonos oscuros que pintó en Brabante (1883-85), los experimentos a su paso por Amberes y París (1885-88) y las grandes obras que hizo en Arlés (1888) y Auvers-sur-Oise (1889-90). En 1999 se abrió un anexo para exposiciones temporales construido por Kisho Kurokawa y que fue financiado por la compañía de seguros Yasuda. Este museo monográfico ha sabido atraer público desde el primer momento. El edificio es amplio, luminoso, está bien equipado y organiza exposiciones temporales destacando siempre a su artista desde otro enfoque. O bien muestra artistas de su época.

En 1990 conmemoró el centenario de la muerte de Van Gogh con una antológica, a la que acudió público de los cinco continentes. El museo instaló en sus alrededores el Van Gogh Village, con todo tipo de servicios. La KLM y la Oficina Nacional de Turismo colaboran con el museo como patrocinadores, incluyendo la visita al museo en cualquier paquete de excursiones o escalas en Amsterdam. En 1997 ya acudía al museo un millón de visitantes por año y ahora lo hace millón y medio.

Con motivo del 150 aniversario de Van Gogh el museo invitó a todo el país a una visita gratuita, café y pastel. Las colas daban la vuelta al edificio. Durante este año, cualquiera puede visitar gratis el museo con un acompañante el día de su cumpleaños. Esta es la última campaña. «No buscamos llenar el museo de extranjeros», afirmaba el mes pasado el director, John Leighton (se supone que ya vienen), «sino que venga la gente que vive más cerca» (2).

Robos y mercado de arte

Los robos de cuadros de Van Gogh son otro signo de su cotización y popularidad. Entre 1988 y 1990 desaparecieron en total siete cuadros de Van Gogh de tres museos en distintas ciudades holandesas. El pasado diciembre fueron robados dos lienzos del museo de Amsterdam por el método más clásico en su género: un caco o varios, ayudado de una escalera de mano, subió por la fachada, abrió un cristal del techo y se los llevó, sin que sonase ninguna alarma ni se alertase a vigilante alguno. En 1999 desapareció «Abedul tronchado» de una sucursal del Banco Van Landschot en la capital de Brabante, ’s-Hertogenbosch.

Estos robos tienen relación directa con la especulación en el arte. A Van Gogh le había tocado ser víctima de estas reglas de mercado desaprensivas. En 1987 se pagaron 57 millones de dólares por los «Lirios», más tarde 80 millones de dólares por otro cuadro. Y en una tercera ocasión, el presidente de la compañía de seguros japonesa Yasuda adquirió en 1987 «Los girasoles» por 70 millones de florines.

Mito versus investigación

La dirección del Museo Van Gogh es consciente de la permanencia del mito Van Gogh. «El mito se debe a su personalidad y a su vida, pero sobre todo a que la gente necesita mitos», asegura Leo Jansen, responsable del proyecto de publicación completa de la correspondencia, al que lleva dedicado ya más de ocho años. «Vincent se muestra egocéntrico en sus cartas, hace reproches terribles a su hermano que le ayudó durante toda su existencia, pero eso no hace cambiar la imagen que el gran público quiere tener de él. Incluso colegas que trabajan en el museo y que han leído estas cartas siguen hablando del amable Vincent».

Sobre el reproche de que se han ocultado cartas en el pasado, explica Leo Jansen: «Johanna ocultó algunas que trataban de peleas familiares de los hermanos Van Gogh con los padres o de Vincent con sus amantes o de datos financieros. Mientras han vivido algunos de los herederos se ha tenido en cuenta su deseo. Con el paso del tiempo se hizo innecesaria esta discreción y ahora se van a publicar todas».

Sin embargo, sigue existiendo una intención de compromiso con la fama. «Tenemos un museo con la obra del pintor probablemente más conocido de todos los tiempos», afirmaba John Leighton en una reciente entrevista. «Claro que uno siente ganas de aprovecharse del mito. Pero tratamos de matizar con todo lo que hacemos. Nuestra imagen de Vincent está llena de contradicciones. Su personalidad es más compleja que el mito. Si somos demasiado científicos, socavamos algo de la magia en torno a su arte, y si socavas el mito, alejas al público del museo».

Proteccionismo holandés de las artes

Paradójicamente, la patria de Van Gogh, el pintor cuyas obras no se vendían y que murió en la pobreza, es hoy el país que protege más a los artistas.

En 1992 el Estado holandés trató de deshacerse de 250.000 obras de arte que había almacenado a cambio de subvencionar a los artistas. Durante treinta años había estado en vigor una ley del generoso Estado del bienestar por la que el artista recibía una subvención y a cambio entregaba obras al Estado, que trataba de utilizarlas en edificios oficiales. De este sistema se beneficiaron 10.000 artistas. Como las obras no encontraban destinatario y abarrotaban almacenes, además de convertir a los artistas en asalariados, se abandonó este sistema. Sin embargo, no desapareció la política de protección a los artistas.

Esta afirmación, que no suscribirá fácilmente un holandés, es verdad vista en un contexto internacional. Así lo considera Andras Szanto, director del programa de periodismo de arte de la Universidad de Columbia. Szanto mantiene en un artículo publicado en The New York Times (9 marzo 2003) que si bien Holanda cambió de rumbo en 1992, limitando el papel omnipresente del Estado en el mundo cultural, hoy día sigue siendo muy generosa con sus artistas. El ministro de Cultura holandés gasta en su sector, proporcionalmente a los habitantes, lo mismo que los EE.UU. en defensa. Lo que viene a ser 25 dólares por holandés, mientras que en EE.UU. los fondos públicos destinados a cultura a través del National Endowment for the Arts suponen 0,40 céntimos de dólar por cabeza.

Además, en Holanda las ciudades invierten más en cultura que el gobierno central. Si Nueva York gasta un dólar por habitante en arte, Amsterdam gasta 3.

No obstante, el Estado espera cada vez más de los artistas y de las instituciones culturales que desarrollen un espíritu empresarial y busquen sus propias fuentes de ingresos. Junto a esta expectativa, las empresas patrocinan cada vez más las artes como una inversión en imagen.

Parece que la patria hubiera hecho eco a la trágica frase de Van Gogh: «La pintura debería ejecutarse a costa de la sociedad, en lugar de que el artista tuviera que soportar todo su peso». Mucho peso debía de ser cuando el 22 de octubre de 1888 escribe de nuevo: «No puedo hacer nada ante el hecho de que mis cuadros no se vendan. Llegará un día, sin embargo, en que se verá que esto vale más que el precio que nos cuestan las pinturas y mi vida, mi propia vida».

Será mejor no llenarse de compasión y pensar que el pobre Vincent debería haber nacido un siglo más tarde. Quizá hubiera vivido mejor, pero lo que no sabemos es si los colores de su paleta hubiesen tenido que palidecer para contentar al patrocinador de turno o si por tener la vida asegurada hubiese perdido su independencia.

Carmen Montón____________________(1) Vincent van Gogh. Cartas a Theo. Idea Books (1997). 384 págs. 13,70 €.(2) El catálogo de la exposición temporal actual en castellano es: El museo imaginario de Van Gogh. La elección de Vincent. Mercantorfonds. Amberes (2003). 39,50 €.

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