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La OSCE: por la democracia a la cooperación

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La Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) fue un intento de superar en la década de 1970 la división del Viejo Continente en bloques. Lejos de limitarse a una concepción de la seguridad asentada en los aspectos militares, la CSCE enfocó la seguridad desde una óptica global.


Una versión de este artículo se publicó en el servicio impreso 58/15

Es la sociedad civil la única que puede crear una cultura democrática, equivalente a una cultura de paz

El proceso de Helsinki permitió iniciar canales de comunicación permanentes entre los Estados europeos, por encima de su pertenencia o no a los bloques militares, estableció pautas de conducta en las relaciones internacionales por medio del Acta Final y abrió el camino para fórmulas de cooperación a largo plazo.

Tras el final de la guerra fría, la subsiguiente institucionalización de la CSCE y su cambio de denominación a OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa), supuso la consagración de una seguridad en distintas dimensiones (humana, político-militar y económico-medioambiental) a partir de la cooperación entre los 57 Estados participantes de Europa, Asia y América del Norte. Estos Estados se han adherido a principios y compromisos basados en valores comunes como la consolidación de la democracia, el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales y la economía de mercado. De ahí que la paz y la seguridad en el área de la OSCE vengan en gran parte determinadas por el respeto de dichos principios y compromisos.

La dimensión primera y básica de la OSCE es la dimensión humana. Esta dimensión pone en cuestión el clásico principio de no intervención en los asuntos internos de los Estados, pues las cuestiones relativas a los derechos humanos y libertades no son consideradas por los Estados de la OSCE como un asunto interno exclusivo del Estado afectado. En consecuencia, la participación en la organización implicaría una identificación de los Estados con el régimen de democracia representativa, pues los Estados democráticos son más propicios a la cooperación.

Pero la democracia debe cultivar en su seno los valores que dice defender. Esta es una tarea que no solo corresponde a la clase política sino también a la sociedad civil. Es la sociedad civil la única que puede crear una cultura democrática, equivalente a una cultura de paz. No cabe duda de que la existencia de sociedades civiles débiles en los antiguos países comunistas, y en particular en la antigua URSS, guarda una estrecha relación con las crisis y conflictos que se están desarrollando en la actualidad.

En la posguerra fría, la OSCE delimitó sus campos de acción (diplomacia preventiva, rehabilitación posterior a los conflictos, control de armamentos) e inició un proceso de institucionalización con la Carta de París para una Nueva Europa (1990) y las Decisiones de Helsinki (1992). Sin embargo, los conflictos regionales, y en particular los de la antigua Yugoslavia, obligarían a la OSCE a buscar la cooperación con otras organizaciones como la OTAN y la UE. Con el paso del tiempo, la OSCE quedaría relegada a tareas civiles, y no de forma exclusiva, en el campo de la seguridad europea. De hecho, la organización ha ido perdiendo peso específico, en paralelo a los procesos de ampliación de la OTAN y la UE.

Hay que subrayar también que Rusia fracasó en sus reiterados propósitos de otorgar a la OSCE un papel rector en la seguridad europea en su objetivo de oponerse a la ampliación de la Alianza Atlántica. Por lo demás, se observa una acusada falta de voluntad de la mayoría de los Estados participantes para fortalecer la OSCE, con independencia de que se hayan ido adoptando una serie de reformas de carácter estructural para incrementar su efectividad.

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