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La modernización no ha suprimido la fe

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El filósofo polaco Leszek Kolakowski, catedrático de la Universidad de Chicago, explica, en una entrevista publicada en España por El País (Madrid, 26-III-94), que el racionalismo moderno no ha comprendido la religión.

Tanto el liberalismo laicista como el socialismo, dice Kolakowski, predijeron que la modernización, con el progreso de la ciencia y de la tecnología, llevaría a la desaparición de la religión. Hoy se comprueba que no es así. Por ejemplo, el país más desarrollado del mundo, Estados Unidos, no es ni mucho menos el más secularizado. La fe ha sobrevivido, demostrando ser una necesidad humana.

En cambio, la pretensión de construir la sociedad con exclusión de lo sagrado ha conducido a experiencias catastróficas, al basarse en la peligrosa ilusión de que no hay límites para los proyectos de diseñar el mundo a voluntad. «La quimera moderna, que iba a conceder al hombre libertad total de la tradición o de todo sentido preexistente, lejos de abrir ante él la perspectiva de la autocreación divina, le suspende en una oscuridad en donde todas las cosas se contemplan con la misma indiferencia. Ser totalmente libre de la herencia religiosa o de la tradición histórica es situarse a uno mismo en un vacío y, por tanto, desintegrarse. Esta fe utópica en la capacidad autoinventiva del hombre, esta esperanza utópica de perfección ilimitada, pueden ser el instrumento de suicidio más eficaz que jamás haya inventado la cultura humana.

«Rechazar lo sagrado, que significa rechazar también el pecado, la imperfección y la maldad, es rechazar nuestros propios límites. Decir con Sartre que la maldad es aleatoria, es decir que no existe la maldad, y que no tenemos necesidad de un sentido que nos viene dado por la tradición, que nos han elegido e impuesto, queramos o no. No existen frenos morales al poder de la voluntad. Al final, la idea de la liberación total es la aprobación de la avaricia, la fuerza y la violencia, y por tanto, del despotismo, de la destrucción de la cultura y la degradación de la tierra».

Algunos creen que los absolutos que implica la fe hacen surgir la intolerancia religiosa. Como antídoto, en Occidente abunda una tolerancia reducida a indiferencia e incredulidad. Pero estas dos posibilidades no son las únicas. «Tras las guerras religiosas del siglo XVI arraigó en la cultura cristiana una cierta tolerancia, combinada con el compromiso con una serie de creencias. Las personas, individualmente o en grupo, pueden estar fuertemente comprometidas con sus valores religiosos y, al mismo tiempo, practicar la tolerancia con otros. La Iglesia católica está predicando ahora algo así».

Hay una tolerancia cristiana que va unida a la convicción de que se tiene la verdad. «El cristianismo no puede renunciar a sus protestas de superioridad. Está destinado a reclamar la verdad, pero no existe razón en principio por la que el cristianismo no pueda aceptar una pluralidad de religiones sin renunciar a sus propias reivindicaciones de la verdad. No es coherente decir que ésta es mi religión y es tan buena como cualquier otra. Eso es absurdo. ¿Entonces, en qué sentido es mía? A pesar del miserable récord de represiones y persecuciones, hay en el cristianismo una historia de tolerancia que se predicó a fin de preservar los valores cristianos».

¿Puede decirse lo mismo de la religión musulmana? Kolakowski cree que, pese a las muestras pasadas y actuales de intolerancia dentro del mundo mahometano, «es erróneo pensar que la historia del islam, bien en el periodo otomano o antes en España, sea la historia de la persecución y el exterminio sistemático de las minorías religiosas. No se puede decir con ninguna certidumbre que el destino del islam sea belicoso, agresivo y represivo». Para Kolakowski, el surgimiento del integrismo islámico hoy día puede estar más relacionado con factores sociales y políticos que religiosos, y ser una válvula de escape para las frustraciones de los pueblos árabes.

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