·

La ley natural, impulso para una política más justa

publicado
DURACIÓN LECTURA: 15min.

Un discurso del Card. Sodano a parlamentarios europeos
Aunque algunos ordenamientos jurídicos prescindan de la ley natural, se dan cuenta de que hace falta un dique que proteja los derechos humanos ante posibles abusos de la ley positiva. La sombra de delitos declarados «contra la humanidad» se presenta como una consecuencia inesperada del rechazo de una ley moral natural. Este problema fue abordado por el cardenal secretario de Estado, Angelo Sodano, en un discurso pronunciado ante 200 parlamentarios europeos en el Encuentro sobre «Derechos humanos y derechos de la familia», celebrado en el Vaticano. Recogemos los principales párrafos del discurso, publicado en L’Osservatore Romano (23-X-98).

El cardenal Sodano comenzó abordando la actual desconfianza en el concepto de bien común: «En los ambientes políticos y legislativos contemporáneos, el principio del bien común es un concepto controvertido, etiquetado frecuentemente como exclusivamente ‘católico’. Los efectos negativos de esta mentalidad no se limitan a los ambientes de los expertos, sino que se han extendido a toda la sociedad». Esta pérdida de confianza en el concepto de bien común «revela el debilitamiento del sentido de la mutua responsabilidad y el declinar del espíritu de solidaridad; o lo que es lo mismo, revela el agrietarse del cemento que une a los individuos de una sociedad».

A continuación, el Card. Sodano explicó el cambio que se produjo en el concepto medieval del bien común cuando fue utilizado por la política en la edad moderna. «En el Medioevo, la concepción de la política derivaba de una cierta concepción del hombre que suponía un orden moral objetivo, una ley natural previa a cualquier contrato social o ley positiva. Tal visión viene a menos en la época moderna con la tendencia cada vez más acentuada hacia una concepción individualista del hombre y una moral subjetiva. Actualmente, el político se encuentra frente a esta disyuntiva: dirigir su acción política según una visión iusnaturalista (reconociendo el bien objetivo del hombre) o según una visión instrumental que se contenta con hacer funcionar bien los mecanismos contractuales».

Un clima de desconfianza

«Hay quien quiere mantener la ley natural y las leyes civiles netamente separadas, porque piensa que el recíproco influjo pondría en peligro los principios democráticos. La ley no escrita, según ellos, sería ‘imprecisa’ y estaría sometida a las más exageradas interpretaciones ideológicas. Podría ocurrir que alguno quisiera imponerla de modo autoritario en contra de la voluntad de la mayoría. ¿Quién puede decidir en qué consiste el ‘bien común’? ¿Cómo se podrían controlar las diversas interpretaciones?».

«Contra los temores expresados por algunos, estamos profundamente convencidos de que la ley natural es la estrella polar que nos puede guiar hacia formas cada vez más auténticas de democracia. Los temores surgen con frecuencia de confusiones sobre los presupuestos de la ley natural y de una insuficiente valoración de las consecuencias negativas que se derivan de su rechazo».

No es una simple receta

La ley natural no es una receta, y, por tanto, admite diversas concreciones. «Se afirma como una característica su ‘imprecisión’ y la dificultad de determinar su contenido por la existencia de varias opiniones al respecto. De aquí se llega a una grave conclusión: a causa de la diversidad de opiniones sobre el contenido de la ley natural, el concepto debe ser abandonado». Pero afirmar que la ley natural «debe ser abandonada porque no ofrece una certeza absoluta en los casos prácticos sería tanto como afirmar que es necesario abandonar la medicina porque no ofrece soluciones definitivas en todos los casos de enfermedad».

«La ley natural no es una receta para resolver todo tipo de problemas morales, administrativos, legislativos y jurídicos. En un primer nivel, la ley moral ofrece principios generales (…) En un segundo nivel, sin embargo, las consecuencias prácticas de estos principios fundamentales pueden ser oscurecidas y distorsionadas por ignorancia, prejuicios, pasiones, prepotencias, deseos de autonomía absoluta, etc. (…) La ley natural no elimina el esfuerzo y el proceso humano de búsqueda de la verdad en la realidad concreta».

«En la historia, la ley natural ha desarrollado una pluralidad de funciones. Ha ayudado a colmar las lagunas de la ley positiva y a interpretarla con la debida equidad; ha permitido y favorecido el diálogo entre pueblos y culturas, como una gramática común, necesaria para tal fin; ha tenido una función crítica en relación con las propias formulaciones históricas y una función prospectiva hacia el futuro, siendo capaz de superar dictados considerados ‘naturales’, empujando la historia de los pueblos hacia horizontes de mayor justicia. Ha funcionado, en este sentido, como una prefiguración del orden jurídico futuro».

Nostalgia de una ley natural

El cardenal asegura que algunos ordenamientos legislativos actuales tienen «como una doble alma en la búsqueda de los fundamentos últimos. Por una parte querrían prescindir de la ley natural para conceder un mayor espacio al libre contractualismo; pero por otra, se dan cuenta de que se necesita un dique para contener los posibles abusos de la ley positiva. La sombra de las leyes nazis y de otros delitos recientemente declarados ‘contra la humanidad’ afloran como fantasmas que infunden temor.

«(…) Si no existe más ley que la civil, debemos entonces admitir que cualquier valor, incluso aquellos por los que el hombre ha luchado y considerado como cruciales avances en la larga marcha hacia la libertad, pueden ser cancelados por una simple mayoría de votos. Aquellos que critican la ley natural no pueden cerrar los ojos ante esta posibilidad, y cuando promueven leyes que están en contra de las exigencias fundamentales del bien común deben tener en cuenta todas las consecuencias de sus acciones, porque pueden empujar a la sociedad en una dirección peligrosa. Y aunque quisieran limitar los efectos de una ley, habría que recordar lo que decía Chesterton: ‘La ley obedecerá a su propia naturaleza y no a la de los legisladores, y nos devolverá inevitablemente los frutos que hemos sembrado en ella'».

El Card. Sodano expresa luego sus dudas sobre la posibilidad de que, sin ley natural, el político pueda mantener su independencia. «Las exigencias de la sociedad no siempre son examinadas según criterios de justicia y de moralidad sino según la fuerza económica o política de los grupos que las sostienen. Semejantes desviaciones del modo correcto de hacer política generan, con el tiempo, desconfianza y apatía, con la consiguiente disminución de la participación política y del espíritu cívico en la población, que se siente dañada y decepcionada».

Consecuencias del rechazo

Entre las consecuencias del rechazo de la ley natural, el secretario de Estado cita ejemplos preocupantes que se han producido en el marxismo, el liberalismo y la manipulación genética. Sobre el liberalismo dice: «Un ejemplo que ha suscitado profunda preocupación ha sido la expresión con que algunos jueces del Tribunal Supremo de Estados Unidos se refieren, en una sentencia, a temas como el matrimonio, la procreación, la contracepción: ‘Tales cuestiones corresponden a las decisiones más íntimas y personales que una persona pueda hacer en su vida, temas centrales para la dignidad y autonomía personal, y centrales también para nuestra libertad. Pertenece al núcleo mismo de la libertad que cada cual defina su propio concepto de existencia, de sentido, del universo y del misterio de la vida humana’ (sentencia Planned Parenthood vs. Casey, 1992). El Tribunal quería proteger legalmente el valor de la libertad individual contra cualquier imposición inoportuna. La pretensión es justa, pero la afirmación de un individualismo tan absoluto, sin criterio para la necesaria subordinación de valores según una jerarquía, significa abandonar la sociedad a la fragmentación total».

Respecto de la manipulación genética dice el cardenal: «De la libertad de una madre para poner fin a su embarazo hemos pasado ahora a la libertad del investigador para manipular el embrión como crea conveniente, con fines así llamados ‘superiores’. El argumento en este caso es de nuevo la no ‘definición’ del embrión antes de un cierto momento y el hecho de que no todos están de acuerdo en el modo de juzgarlo. Pero ese momento viene determinado de un modo arbitrario y se hace depender la protección del feto de una decisión tomada tras ‘un proceso activo y complejo por nuestra parte’, según la expresión de un autor (R. Green, Toward a Copernican Revolution of Our Thinking about Life’s Beginning and Life’s End, 1994). ¿Hasta dónde nos puede conducir esta corriente individualista y subjetivista? No lo sabemos, pero sigue siendo válida la advertencia del clásico: Un pequeño error al principio resulta en un gran error al final».

Gramática universal

«Los padres de las democracias modernas daban por supuesto un fundamento moral para las instituciones y nos habrían dicho claramente que querer cosechar los frutos de la democracia sin proteger el árbol y las raíces sería un contrasentido. Antes o después sólo quedarían frutos secos.

«El Santo Padre, en un discurso a las Naciones Unidas, señaló la ley natural como gramática común subyacente a todas las culturas, y conditio sine qua non de todo diálogo internacional: ‘Si queremos que un siglo de constricciones dé paso a un siglo de persuasiones tenemos que encontrar el camino para discutir sobre el futuro del hombre con un lenguaje comprensible y común. La ley moral universal, inscrita en el corazón de cada hombre, es una especie de gramática que sirve al mundo para afrontar esta discusión sobre el propio futuro’ (Discurso a la ONU, 1995, n. 3).

«La política es útil cuando sabe delimitar su acción, cuando reconoce su acción subsidiaria, cuando se deja orientar por aquello que la precede y por aquello que la supera. Una política autosuficiente termina siendo una ideología: lo contrario del servicio. La familia es anterior a la política, y la política hará bien en servirla fielmente, en cuanto la familia es uno de los valores principales de la ley natural y escuela donde se aprende la gramática del bien común».

Al servicio de la familia

«La Iglesia es consciente de las dificultades que el mundo moderno secularizado encuentra para aceptar el modelo del bien común y de la familia que propone. Al mismo tiempo, es consciente de las contradicciones internas y de la degradación sin precedentes a que han conducido los modelos alternativos (…) Podemos recordar aquel fenómeno constante en la experiencia humana: quien no vive como piensa, comenzará a pensar como vive. No es superfluo preguntarse si no hemos perdido un poco del sano temor que debería infundir la consideración de las consecuencias inexorables de los errores cometidos».

El Card. Sodano terminó invitando a los políticos y legisladores a asumir su vocación con coraje. «La gravedad de la situación ha sido recientemente puesta de relieve por el Papa. Hablando específicamente de la caída de la natalidad, dice: ‘Si esta involución constituye una fuente de preocupación para nosotros, es, sobre todo, porque, observada con profundidad, puede parecer un grave síntoma de una pérdida de voluntad de vida y de prospectiva abierta al futuro y, todavía más, una profunda alienación espiritual. Por eso, no debemos cansarnos de decir y de repetir a Europa: ¡reencuéntrate a ti misma!; ¡reencuentra, Europa, tu alma!’ (Discurso en el VI Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, sobre el tema ‘Secularización y evangelización hoy en Europa’, 11-X-85). Los políticos y legisladores tienen una gran responsabilidad en este renacimiento».

Aborto: no sólo personalmente en contraEl pasado 19 de noviembre, la Conferencia Episcopal de Estados Unidos hizo pública una declaración sobre la defensa del derecho a la vida, con el título Living the Gospel of Life: A Challenge to American Catholics. El capítulo IV trata de los deberes de los políticos a ese respecto: señala la necesidad de que sean coherentes con sus convicciones, promoviendo el derecho a la vida en todos los terrenos.

«La oposición al aborto y la eutanasia -dice la declaración- no es excusa para la indiferencia hacia quienes padecen a causa de la pobreza, la violencia o la injusticia. (…) Toda política a favor de la dignidad humana tiene que preocuparse seriamente por el racismo, la pobreza, el hambre, el empleo, la educación, la vivienda y la atención sanitaria. Por tanto, los católicos han de estar dispuestos a comprometerse en la defensa de los débiles y marginados en todos esos terrenos. Los católicos que ocupan cargos públicos están obligados a afrontar todos esos problemas, trabajando a favor de políticas sólidas que promuevan el respeto a la persona humana en todas las fases de la vida. Pero estar en lo ‘correcto’ con respecto a esos temas nunca puede excusar una opción equivocada en relación con los ataques directos a la vida humana inocente. Es más, no proteger y defender la vida en sus estadios más vulnerables hace sospechosa la ‘rectitud’ de cualquier postura a favor de los más pobres y menos poderosos de la sociedad». La razón es que «tales ataques no pueden sino contribuir a un adormecimiento de la conciencia social que a la postre resulta perjudicial para otros derechos humanos».

Pero, ¿cómo pueden los católicos promover sus convicciones en una sociedad en la que no son mayoría? Los obispos reconocen que ahí hay un problema, pero advierten contra las soluciones equivocadas. En Estados Unidos, dicen, «los creyentes siempre han buscado un equilibrio entre las exigencias de su fe y las del pluralismo democrático. Así, algunos católicos elegidos para cargos públicos han adoptado el argumento de que, si bien ellos, personalmente, están en contra de males como el aborto, no pueden imponer sus convicciones religiosas a toda la sociedad».

Tal razonamiento, señala la declaración, adolece de varios fallos. «Primero, en relación con el aborto, el momento en que comienza la vida humana no es una creencia religiosa, sino un dato científico, que admiten incluso importantes partidarios del aborto. Segundo, la inviolabilidad de la vida humana no es simplemente una doctrina católica, sino que forma parte de la tradición ética de la humanidad y de los principios fundacionales de nuestra nación. Por último, no se sirve a la democracia con el silencio. La mayoría de los norteamericanos considerarían contradictoria una declaración como la siguiente: ‘Personalmente, estoy en contra de la esclavitud o del racismo o del sexismo, pero no puedo imponer mi postura al resto de la sociedad’. El verdadero pluralismo depende de que haya personas con convicciones que se esfuercen vigorosamente en difundirlas por todos los medios morales y legales a su alcance».

Pluralismo falso

El peligro que tienen hoy los católicos, continúa la declaración, es el de «hacer el juego a un falso pluralismo». En efecto, «nuestra sociedad secularizada consentirá a los creyentes que tengan las convicciones morales que les plazcan… siempre que las guarden en el recinto privado de sus conciencias, en sus casas y en sus iglesias, fuera de la palestra pública. La democracia no es un sucedáneo de la moral, ni una panacea contra la inmoralidad. Su valor se mantiene -o cae- con los valores que encarna y promueve. Sólo la incansable promoción de la verdad acerca de la persona humana puede infundir los auténticos valores a la democracia.

«Eso es lo que Jesús quería decir cuando nos pedía que fuéramos levadura en la sociedad. Durante largo tiempo, los católicos norteamericanos hemos buscado la asimilación en la vida cultural de Estados Unidos. Pero, al asimilarnos, en demasiadas ocasiones hemos sido digeridos. Hemos sido demasiado cambiados por nuestra cultura, y no hemos cambiado bastante la cultura. Si somos fermento, hemos de llevar a la cultura el Evangelio entero, que es un Evangelio de vida y alegría. Esa es nuestra vocación de creyentes. Y no hay mejor modo de empezar que promoviendo la belleza y la santidad de la vida humana. Quienes dicen promover la causa de la vida y emplean violencia o amenazas contradicen el núcleo mismo de este Evangelio».

Más adelante, los obispos se dirigen expresamente a los políticos. «Como maestros en la Iglesia, tenemos el deber de explicar, persuadir, corregir y amonestar a los líderes que contradicen el Evangelio de la vida con sus actos y con las políticas que promueven. Los católicos que ocupan cargos públicos y desprecian la enseñanza de la Iglesia sobre la inviolabilidad de la persona humana cooperan indirectamente a la destrucción de vidas inocentes». Con esas personas, señala la declaración, lo primero que hay que hacer es invitarles -«por medio de la oración, de la paciencia para hablarles de la verdad, y por medio del testimonio»- a la conversión personal.

Además, prosiguen los obispos, es preciso «recordar a esos líderes su deber de ejercer un genuino liderazgo moral». Y no lo harán «siguiendo mecánicamente las encuestas de opinión, ni repitiendo vacíos eslóganes pro- choice, sino educando y sensibilizando a sí mismos y a sus electores, para que reconozcan que el no nacido es un ser humano».

Los obispos señalan también que difundir el Evangelio de la vida puede ser una tarea complicada, que exige coraje, pero no está condenada al fracaso. «La gran mentira de nuestro tiempo es que estamos inermes ante la cultura de masas. Pero no estamos impotentes. Nuestra acción no es irrelevante. Pertenecemos al Señor, Él es nuestra fortaleza, y, con su gracia, podemos cambiar el mundo».

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.