La Iglesia sirve a las familias, al ser fiel a la verdad sobre el amor humano

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Resumen de la «Carta a las familias» de Juan Pablo II
La familia es el principal escenario de «la gran lucha» que se lleva a cabo en el mundo actual «entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre el amor y cuanto se opone al amor». Esta es una de las convicciones que ha movido a Juan Pablo II a escribir su «Carta a las Familias», publicada el pasado 22 de febrero. Se trata de una reflexión bíblica, teológica y humana sobre el amor en el matrimonio y en la familia, en la que se citan, por contraste, los males que lo amenazan. Ofrecemos un resumen del texto, que lleva fecha del 2 de febrero.

Es la primera vez que un Papa dirige directamente a las familias un documento del Magisterio de la Iglesia. Aunque trata temas profundos, no los aborda de modo abstracto, sino que a lo largo de sus 102 páginas se intuye un penetrante conocimiento de lo que es la familia de carne y hueso, con sus problemas y dificultades. El mismo Papa señala como de pasada que esa experiencia humana es fruto de horas de confesionario.

La Carta está escrita con ocasión del «Año Internacional de la Familia», que Juan Pablo II define como un año «de oración de la familia, por la familia, con la familia», una oración que abarque al mundo entero e incluya a las familias que están en dificultad, desesperanzadas, divididas o en situación irregular. A todas ellas está también dirigida su confidencia. El recurso a la oración, la necesidad de la oración en familia, es una de las constantes del documento.

El proyecto de Dios sobre la familia

Algunos de sus puntos doctrinales más destacados son, por lo que se refiere al primero de los dos capítulos de que consta la Carta, la profundización en el fundamento del matrimonio y la familia, la explicación del concepto de procreación responsable, la constatación de que el bien de la sociedad y el de la familia están estrechamente relacionados. El segundo capítulo está centrado esencialmente, desde una perspectiva más teológica, en la reflexión sobre el «misterio» de la familia como reflejo de la íntima unión de Cristo con la Iglesia.

La Iglesia considera el servicio a la familia «una de sus tareas esenciales». Es algo que se pone de manifiesto ya desde los inicios mismo del cristianismo, y que ha confirmado el concilio Vaticano II al indicar que uno de los cometidos más importantes de la Iglesia, en la situación actual, es «fomentar la dignidad del matrimonio y la familia». Es un deber particularmente necesario en una época, añade el Papa, en la que «ciertos programas, sostenidos por medios muy potentes, parecen orientarse por desgracia a la disgregación de las familias», a presentar «como regulares y atractivas -con apariencias exteriores seductoras- situaciones que en realidad son irregulares».

El Papa explica que el fundamento de la familia está constituido por el proyecto de Dios, escrito en el libro del Génesis y también en la misma estructura del ser humano. El fundamento es la dualidad originaria entre varón y mujer, creados a imagen y semejanza de Dios. Partiendo de la narración bíblica, iluminada por el Nuevo Testamento, Juan Pablo II ofrece una sugestiva reflexión por la que concluye que el modelo originario de la familia hay que bucarlo en Dios mismo, en el misterio trinitario de su vida.

«La paternidad y la maternidad humanas, aun siendo biológicamente parecidas a las de otros seres de la naturaleza, tienen en sí mismas, de manera esencial y exclusiva, una «semejanza» con Dios, sobre la que se funda la familia, entendida como comunidad de vida humana, como comunidad de personas unidas en el amor». El Nosotros divino, añade, «constituye el modelo eterno del nosotros humano; ante todo, de aquel nosotros que está formado por el hombre y la mujer».

El «gran Misterio»

Cuando, en virtud de la «alianza conyugal», el hombre y la mujer se unen de modo que llegan a ser «una sola carne», según las palabras del Génesis, esa unión, con su dimensión espiritual y corpórea, debe realizarse en la «verdad y el amor», que es reflejo de la verdad y el amor de las personas divinas.

El Papa pone en relación los pasajes del Génesis con las enseñanzas de la Carta a los Efesios, donde San Pablo muestra el matrimonio, e indirectamente la familia, como el «gran misterio» referido a Cristo y a la Iglesia. «Este es ciertamente un nuevo modo de presentar la verdad eterna sobre el matrimonio y la familia a la luz de la Nueva Alianza. Cristo la reveló en el Evangelio con su presencia en Caná de Galilea, con el sacrificio de la Cruz y los sacramentos de su Iglesia. Así, los esposos tienen en Cristo un punto de referencia para su amor esponsal».

Al hablar de Cristo Esposo de la Iglesia, San Pablo se refiere de modo análogo al amor esponsal y alude al libro del Génesis: «por eso dejará el hombre a su madre y se unirá a su mujer, y se harán una sola carne». El Papa señala que «no se puede comprender a la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo», sin hacer referencia a la creación del hombre como varón y mujer, y a su vocación para el amor conyugal. «No existe el gran misterio, que es la Iglesia y la humanidad en Cristo, sin el gran misterio expresado en el ser una sola carne, es decir, en la realidad del matrimonio y la familia».

La lógica del amor

«Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente. La entrega de la persona exige, por su naturaleza, que sea duradera e irrevocable», de lo contrario sería una entrega condicionada, un cálculo interesado. «La indisolubilidad del matrimonio deriva primariamente de la esencia de esa entrega: entrega de la persona a la persona». Semejante entrega «obliga mucho más intensa y profundamente que todo lo que puede ser comprado a cualquier precio».

Esa lógica de la «entrega total del uno al otro» enmarca la explicación del Papa sobre la paternidad responsable. La entrega mutua implica necesariamente la potencial apertura a la procreación, aunque el matrimonio no tiene como único fin el nacimiento de los hijos, sino que es, en sí mismo, «mutua comunión de amor y de vida». Sin embargo, «las dos dimensiones de la unión conyugal, la unitiva y la procreativa, no pueden separarse artificialmente sin alterar la verdad íntima del mismo acto conyugal».

Se trata de una enseñanza constante de la Iglesia que los «signos de los tiempos» han confirmado con particular énfasis. «La persona jamás ha de ser considerada un medio para alcanzar un fin; jamás, sobre todo, un medio de placer. La persona es y debe ser sólo el fin de todo acto. Sólamente entonces la acción corresponde a la verdadera dignidad de la persona».

Cada persona es única

El fundamento profundo en el que se basa la doctrina de la Iglesia sobre la paternidad y maternidad responsables está expresado por dos enseñanzas del concilio Vaticano II, que el Papa repite como un estribillo a lo largo del documento: el hombre «es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» y, al mismo tiempo, el hombre «no puede encontrarse a sí mismo si no es en la entrega sincera de sí mismo». El hombre creado a imagen y semejanza de Dios, y redimido por Cristo, Dios hecho hombre, sólo puede encontrar su plenitud mediante la entrega sincera de sí mismo.

El Papa recuerda, además, que el origen del hombre no se debe sólo a las leyes de la biología. «Dios ha amado al hombre desde el principio y lo sigue amando en cada concepción y nacimiento humano. Dios ama al hombre como un ser semejante a El, como persona. Este hombre, todo hombre, es creado por Dios «por sí mismo». Esto es válido para todos, incluso para quienes nacen con enfermedades o limitaciones». Los padres, ante un nuevo ser humano, deberían tener conciencia de que Dios ama a la nueva criatura por sí misma.

Las razones de la Iglesia

El Papa conoce las críticas contra esa visión antropológica y aborda este tema abiertamente. «La Iglesia enseña la verdad moral sobre la paternidad y la maternidad responsables, defendiéndola de las visiones y tendencias erróneas difundidas actualmente. ¿Por qué hace esto la Iglesia? ¿Acaso porque no se da cuenta de las problemáticas evocadas por quienes en ese ámbito sugieren concesiones y tratan de convencerla también con presiones indebidas, si no es incluso con amenazas?».

En efecto, añade, «se reprocha frecuentemente al Magisterio de la Iglesia que está ya superado y cerrado a las instancias del espíritu de los tiempos modernos; que desarrolla una acción nociva para la humanidad, para la Iglesia misma. Por mantenerse obstinadamente en sus posiciones -se dice- la Iglesia acabará por perder popularidad y los creyentes se alejarán cada vez más de ella».

La Iglesia no es insensible a esos problemas, responde Juan Pablo II. «Aun manifestando comprensión materna por las no pocas y complejas situaciones de crisis en que se hallan las familias, así como por la dignidad moral de cada ser humano, la Iglesia está convencida de que debe permanecer absolutamente fiel a la verdad sobre el amor humano; de otro modo, se traicionaría a sí misma».

El Papa alienta a los esposos, y a cuantos les ayudan a poner en práctica las enseñanzas de la Iglesia, en su tarea de ir «valientemente contra corriente», sin plegarse al «conformismo cultural dominante». Recuerda, al mismo tiempo, que el «amor es exigente», pero que es necesario que los hombres descubran ese amor responsable, porque ahí está «el fundamento verdaderamente sólido de la familia»; un fundamento que es capaz de soportarlo todo», según la expresión de San Pablo.

Entorno cultural

En diversos pasajes de la Carta, el Pontífice se refiere al ambiente cultural dominante y a su incidencia sobre la familia. «Vivimos en una época de gran crisis, que se manifiesta, sobre todo, como profunda crisis de verdad», lo que implica una «crisis de conceptos», como se deduce de los distintos significados que se dan a términos como «amor», «libertad», «entrega sincera», e incluso «persona», «derechos de la persona».

Juan Pablo II completa la descripción del marco ideológico y cultural de la sociedad contemporánea subrayando que se caracteriza por el agnosticismo teórico y el utilitarismo práctico, ambos fruto del positivismo. Estamos en «una civilización basada en producir y disfrutar; una civilización de las cosas y no de las personas; una civilización en la que las personas se usancomo si fueran cosas». Algunas consecuencias son que «la mujer puede llegar a ser un objeto para el hombre, los hijos un obstáculo para los padres, la familia una institución que dificulta la libertad de los miembros.»

Existe, además, un fuerte individualismo que se basa en un concepto de libertad carente de responsabilidad, según el cual «el sujeto hace lo que quiere, estableciendo él mismo la verdad de lo que le gusta o le resulta útil». Otro rasgo del pensamiento dominante es un nuevo «dualismo» o «maniqueísmo», por el que se oponen radicalmente entre sí la vertiente física y espiritual del hombre, y se olvida que «el hombre es persona en la unidad de cuerpo y espíritu».

«La separación entre espíritu y cuerpo en el hombre ha tenido como consecuencia que se consolide la tendencia a tratar el cuerpo humano no según las categorías de su específica semejanza con Dios, sino según las de su semejanza con los demás cuerpos del mundo creado, utilizados por el hombre como instrumentos de su actividad para la producción de bienes de consumo». Cuando el cuerpo humano es considerado como un «material» igual que el de los animales, como en el caso de las manipulaciones de embriones y fetos, «se camina inevitablemente hacia una terrible derrota ética».

Concepto de familia y falsa modernidad

Este clima cultural influye en el concepto de familia y en su colocación en el seno de la sociedad, también desde el punto de vista legislativo. El Papa recuerda, en este sentido, que la familia como institución se basa en el matrimonio. Y citando el Código de Derecho Canónico, sintetiza su descripción como la alianza «por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole».

Sólo una unión así puede ser reconocida como matrimonio, y no otras uniones interpersonales que no responden a esas condiciones, «a pesar de que hoy en día se difunden, precisamente sobre este punto, corrientes bastante peligrosas para el futuro de la familia y de la misma sociedad».

Al comentar estos aspectos, la expresión del Papa se hace particularmente neta: «¡ninguna sociedad humana -afirma- puede correr el riesgo del permisivismo en cuestiones de fondo relacionadas con la esencia del matrimonio y de la familia! Semejante permisivismo moral llega a perjudicar las auténticas exigencias de paz y de comunión entre los hombres. Así se comprende por qué la Iglesia defiende con energía la identidad de la familia y exhorta a las instituciones competentes, especialmente a los responsables de la política, así como a las organizaciones internacionales, a no caer en la tentación de una aparente y falsa modernidad».

Derechos de la familia

Es necesario, al contrario, que se reconozcan los derechos de la familia, íntimamente relacionados con los derechos del hombre, sobre los que la Santa Sede publicó en 1983 una Carta, que conserva toda su actualidad. «Los derechos de la familia no son simplemente la suma matemática de los derechos de la persona», ya que la familia es algo más que la suma de sus miembros considerados singularmente.

El Papa habla de la relación de la familia con otras sociedades, como la nación, entendida como comunidad cultural, y el Estado. Se refiere concretamente al principio de subsidiaridad, que se manifiesta en los ámbitos educativos, de sanidad, de previsión y laboral. «El desempleo constituye, en nuestra época, una de las amenazas más serias de la vida familiar», ante la que es urgente poner remedio con «soluciones valientes que miren, más allá de las fronteras nacionales, a tantas familias para las cuales la falta de trabajo lleva a una situación de dramática miseria».

En este contexto hay una explícita referencia a la necesidad de que se reconozca la importancia del trabajo en el hogar. «La fatiga de la mujer -que después de haber dado a luz un hijo lo alimenta, lo cuida y se ocupa de su educación, especialmente en sus primeros años- es tan grande que no hay que temer la confrontación con ningún trabajo profesional. Esto hay que afirmarlo claramente, no menos de como se reivindica cualquier otro derecho relativo al trabajo. La maternidad, con todos los esfuerzos que comporta, debe obtener también un reconocimiento económico igual, al menos, que el de los demás trabajos afrontados para mantener la familia en una fase tan delicada de su existencia».

El ejemplo de los testigos

El documento del Papa aborda otros aspectos, como la influencia que ejercen en la moral y en las costumbres los medios de comunicación, que se encuentran ante la «tentación de manipular el mensaje, falseando la verdad sobre el hombre», como ocurre en los programas donde domina «la pornografía y la violencia».

Aunque Juan Pablo II dedicará una próxima encíclica al derecho a la vida, la Carta insiste en que ningún legislador humano puede conceder el derecho a matar. «Desgraciadamente, esto ha sucedido en la historia de nuestro siglo, cuando han llegado al poder, incluso de forma democrática, fuerzas políticas que han emanado leyes contrarias al derecho de todo hombre a la vida, en nombre de presuntas como aberrantes razones eugenésicas, étnicas o parecidas».

Frente al aborto existen «síntomas confortadores de un despertar de las conciencias, que afecta tanto al mundo del pensamiento como a la misma opinión pública. Crece, especialmente entre los jóvenes, una nueva conciencia del respeto a la vida desde su concepción».

El Papa concluye enumerando algunos documentos del «tesoro de la verdad cristiana sobre la familia». De todas formas, subraya, «mucho más importante son los testimonios vivos. Pablo VI observaba que el hombre contemporáneo escucha más de buena gana a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros es porque son testigos».

Algunas ideas claves del documento

— La oración del Año de la Familia debería concentrarse en el punto crucial del paso del amor conyugal a la paternidad y maternidad.

— Las dos dimensiones de la unión conyugal, la unitiva y la procreativa, no pueden separarse artificialmente sin alterar la verdad íntima del mismo acto conyugal.

— Es necesario que el padre y la madre asuman juntos la responsabilidad de la nueva vida suscitada por ellos. Los padres deben tener plena conciencia de que Dios ama a este hombre por sí mismo.

— La indisolubilidad del matrimonio se deriva de la esencia de la entrega de la persona, que es duradera e irrevocable.

— El llamado «sexo seguro» es en realidad radicalmente peligroso, pues lleva a la pérdida del amor y de la verdad sobre la familia.

— La dimensión más importante de la civilización del amor es la idea de que el hombre sólo se encuentra plenamente a sí mismo mediante la entrega a los demás.

— Sólo quien, por amor, es exigente consigo mismo podrá construir un fundamento sólido para su familia.

— Sólo la unión entre hombre y mujer, abierta a la procreación, puede ser reconocida como matrimonio, y no otras uniones interpersonales que no responden a esas condiciones.

— Seguir el impulso afectivo, en nombre de un amor «libre» de condicionamientos, significa hacer al hombre esclavo del instinto.

— El desempleo constituye en nuestra época una de las amenazas más serias para la vida familiar, y deben buscarse soluciones que miren más allá de las fronteras nacionales.

— El trabajo de la mujer en el hogar es tan importante como cualquier otro trabajo profesional y debe ser reconocido y valorizado al máximo.

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