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La Iglesia de EE.UU., sacudida por los casos de pederastia de sacerdotes

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Desde principios de este año han saltado a la opinión pública en Estados Unidos revelaciones de múltiples casos de abusos sexuales contra menores cometidos por sacerdotes católicos. Aunque casi todos se remontan a bastantes años atrás y afectan a un pequeño porcentaje del clero, han causado daños muy graves, en primer lugar a las víctimas y después a la credibilidad de la Iglesia y al prestigio del sacerdocio. Lo que se reprocha sobre todo a los obispos es el haber aplicado durante largo tiempo paños calientes sin decidirse a tomar medidas firmes para afrontar el problema.

La crisis estuvo latente durante décadas y ahora ha estallado con daños incalculables, también en términos económicos por querellas presentadas por las víctimas. La prensa ha publicado historias de sacerdotes culpables de abusos de menores, a los que el obispo se limitaba a cambiar de encargo pastoral o que eran reintegrados al ministerio tras un tratamiento psicológico que no curaba sus desviadas tendencias. Lo que antes se silenciaba ahora ha saltado a los titulares periodísticos, a veces con generalizaciones que afectan al prestigio de todo el clero. Este escándalo ha servido también para que algunos sectores disidentes dentro del catolicismo norteamericano pidan la abolición del celibato sacerdotal, al que se echa la culpa de estos problemas, y la ordenación de mujeres. También los católicos más unidos a la Jerarquía prefieren que la crisis haya salido a la luz, porque obliga a los obispos a afrontar sin dilaciones el problema de la homosexualidad dentro del clero y de la selección de los candidatos al sacerdocio.

Esta crisis ha dado bastante trabajo al Rev. C. John McCloskey, director del Catholic Information Center (Washington), que se ha prodigado en la prensa nacional y en las televisiones para explicar las dimensiones del problema. McCloskey (www.catholicity.com/mccloskey), de 48 años, sacerdote de la prelatura del Opus Dei desde 1981, responde a nuestras preguntas.

Los casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes no se presentan como casos aislados sino como una «epidemia» extendida entre el clero católico de EE.UU. Con los datos hasta el momento conocidos, ¿cuántos sacerdotes aparecen involucrados en actos de este tipo y cuál es su proporción respecto al total del clero?

— Los casos de abusos sexuales contra menores cometidos por sacerdotes se cuentan por centenares como mínimo. Probablemente no existe ninguna diócesis (en EE.UU. hay 195) donde no haya habido cierto número de casos, mayor o menor según el número de clérigos y según las disposiciones que se hayan tomado para afrontar el problema. Pero no puede decirse que sea una «epidemia», ya que son pocos en proporción al número total de sacerdotes. Y son menos frecuentes que entre el clero casado protestante y en otras profesiones de atención a menores. Estos casos se han venido dando a razón de unos veinte anuales, hasta que recientemente una avalancha de casos ha salido a la luz pública. Muchas de estas acusaciones se refieren a casos que se remontan a los años 70. Relativamente pocos son recientes.

Homosexuales activos entre el clero

¿Son casos probados en su mayoría?

— Generalmente sí, aunque también ha habido falsas acusaciones, como la que sufrió el cardenal Bernardin de Chicago hace algunos años. En algunos casos, cuando ha habido acusaciones, los sacerdotes han sido trasladados, sometidos a tratamiento o suspendidos de sus funciones temporalmente o expulsados del sacerdocio definitivamente. Por lo general, en estos casos ha habido algún tipo de acuerdo económico entre el querellante (la víctima o su familia) y la diócesis para evitar un juicio civil. Según sea la ley en el Estado donde esté situada la diócesis, ha habido también juicios penales que han llevado a que docenas de sacerdotes hayan sido condenados a la cárcel. Relativamente pocos han sido declarados inocentes.

Los sacerdotes han sido acusados de pederastia. ¿Las acusaciones se refieren a abuso sexual de niños o a relaciones con adolescentes?

— La pederastia es un trastorno psicológico por el que un adulto abusa sexualmente de un niño impúber. Ha habido relativamente pocos casos de este tipo. El problema es claramente el de una pequeña minoría de sacerdotes homosexuales activos que han realizado actos sexuales con adolescentes y jóvenes menores de edad, aprovechándose de su autoridad y de su condición de sacerdotes. Según las leyes de EE.UU., el delito de pederastia se define generalmente como las relaciones sexuales con menores de 18 años.

¿En qué período de tiempo ocurrieron los casos que ahora han salido a la luz? ¿Son casos que afectan al clero joven actual o a sacerdotes de más edad?

— La gran mayoría de los casos que ahora han salido a la luz se refieren a sacerdotes de más edad. También en muchos casos los hechos fueron aislados y ocurrieron hace bastantes años.

El hecho de que las acusaciones se refieran a abusos cometidos con niños, no con niñas, ¿indica que los sacerdotes acusados son sobre todo personas con tendencias homosexuales?

— Sí. Este es un problema de homosexuales activos dentro del clero, no un problema de pederastia. La prensa norteamericana no quiere reconocer esto. Por el contrario, muchos medios han estado propugnando que los Boy Scouts admitieran a homosexuales entre sus monitores [N. de la R.: El Tribunal Supremo rechazó la pretensión, dando la razón a los Boy Scouts: ver servicio 97/00]. La prensa y los católicos «disidentes» han utilizado la conducta de una pequeña proporción del clero católico para atacar sin tregua al sacerdocio y a la Jerarquía de la Iglesia, y para propugnar la abrogación del celibato sacerdotal y la ordenación de mujeres.

Decisiones erróneas de obispos

Los obispos han reconocido que, ante las denuncias, tomaron decisiones erróneas, al limitarse muchas veces a cambiar de encargo a los sacerdotes acusados. ¿Cuál es la política que se va a seguir ahora?

— Está por ver. Para no perder más autoridad moral, aparte de los cientos de millones de dólares pagados en acuerdos extrajudiciales con las víctimas, tendrán que actuar rápidamente. Como dije antes, las diócesis tienen distintas experiencias y actúan en el marco de diferentes leyes civiles. Muchas diócesis tienen ya en vigor leyes muy claras y severas en relación con estos problemas. Otras no tienen casi nada. Supongo que si hay una acusación creíble de abusos sexuales, el sacerdote será suspendido hasta que se aclare la verdad. Habrá también una creciente tendencia a informar a las autoridades civiles inmediatamente, para proteger al sacerdote, a las víctimas y a la Iglesia.

Hay quien dice que los obispos se han preocupado de recurrir a psicólogos para tratar a los sacerdotes acusados y para evaluar su capacidad para ejercer el ministerio, pero que se ha descuidado la dimensión espiritual del problema. ¿Lo que ahora ha salido a la luz es el síntoma de una enfermedad espiritual más profunda entre el clero de EE.UU.?

— Por supuesto. El problema tiene muchos aspectos que no puedo tratar aquí por extenso. Hay claramente un problema en la selección de candidatos al sacerdocio y en su formación en muchos seminarios. Además, los que ya han sido ordenados necesitan un programa de formación continua más completo y más apoyo, de modo que estos y otros problemas puedan ser detectados y abordados tempestivamente para bien de la Iglesia y de los mismos sacerdotes. En muchos aspectos, debido al bienestar material y a la influencia de las ideas secularistas, para algunos el sacerdocio se ha convertido en una profesión más que en una vocación, y el modelo ya no es Jesucristo sacerdote sino más bien el sacerdote como asistente social, o simple dispensador de sacramentos, etc.

Seleccionar mejor a los candidatos

También se ha dicho que esta crisis muestra que, ante la falta de vocaciones, la Iglesia ha bajado el nivel de exigencia de los candidatos al sacerdocio. ¿No sería más fácil encontrar candidatos idóneos si no se exigiera el celibato?

— Todo lo contrario. Si los homosexuales u otros candidatos no idóneos no fueran admitidos en los seminarios ni ordenados, habría un resurgimiento de jóvenes viriles con deseos de santidad y de evangelización que responderían a la llamada de Cristo. Así lo confirma la experiencia de un creciente número de diócesis en EE.UU.

Hay muchos factores que influyen en la caída de vocaciones en EE.UU. desde 1965. Sin duda, el factor más significativo es que la anticoncepción está tan difundida entre los católicos como entre los no católicos. Los católicos no tienen más hijos que el promedio de los norteamericanos. Y las vocaciones sacerdotales siempre y en todas partes han procedido sobre todo de las familias numerosas. El crecimiento de la población católica de EE.UU. se ha producido fundamentalmente por los inmigrantes y los conversos.

ACEPRENSA


Las medidas tomadas por la Iglesia

Los abusos de menores por parte de sacerdotes preocupan a la Iglesia desde hace años. Ya en 1993, Juan Pablo II decidió, a propuesta de los obispos de Estados Unidos, que se creara una comisión mixta -de la Santa Sede y del episcopado del país- para estudiar tales casos (ver servicio 91/93). Al anunciar la medida en una carta a los obispos, el Papa decía: «Soy consciente de cuánto estáis sufriendo por el escándalo ofrecido por algunos representantes del clero. Comparto vuestro dolor y la preocupación por las víctimas de estos delitos».

En la carta, el Papa subrayaba la gravedad de los abusos de menores, tal como se lee en el Evangelio a propósito del escándalo a los niños; por eso, decía, las penas canónicas previstas para tales casos están plenamente justificadas. A la vez, señalaba que los culpables están llamados a la conversión y a pedir perdón, pues «todo pecador arrepentido puede invocar la misericordia de Dios». Y recordaba que la gran mayoría de los sacerdotes de Estados Unidos «está entregada con gran devoción a Cristo».

En fecha más reciente, Juan Pablo II ha aprobado nuevas normas para juzgar estos casos (ver servicio 8/02). El abuso de menores por parte de clérigos queda incluido entre los delitos más graves contra la moral, reservados al Tribunal de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Los obispos están obligados a abrir una investigación ante simples indicios y han de informar siempre a la Congregación romana. A diferencia de los otros delitos graves, para el abuso de menores el plazo de prescripción es más largo: diez años a partir del día en que la víctima cumple 18, en vez de a partir del día en que se cometió el delito.

El Papa ha vuelto a referirse a este problema en su Carta a los sacerdotes de este año, escrita -como es costumbre- con ocasión del Jueves Santo. «En cuanto sacerdotes, nos sentimos en estos momentos personalmente conmovidos en lo más íntimo por los pecados de algunos hermanos nuestros que han traicionado la gracia recibida en la ordenación, cediendo incluso a las peores manifestaciones del mysterium iniquitatis que actúa en el mundo. Se provocan así escándalos graves, que llegan a crear un clima denso de sospechas sobre todos los demás sacerdotes beneméritos, que ejercen su ministerio con honestidad y coherencia, y a veces con caridad heroica. Mientras la Iglesia expresa su solicitud por las víctimas y se esfuerza por responder con justicia y verdad a cada situación penosa, todos nosotros -conscientes de la debilidad humana, pero confiando en el poder salvador de la gracia divina- estamos llamados a abrazar el mysterium Crucis y a comprometernos aún más en la búsqueda de la santidad».

Un proceso regular y rápido

Al presentar la Carta a los sacerdotes el pasado 21 de marzo, el Card. Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación para el Clero, explicó las medidas tomadas al respecto por la Iglesia. «La Iglesia -dijo- nunca ha dejado de lado el problema de los abusos sexuales, sobre todo cuando son cometidos por los ministros sagrados, no sólo con fieles en general, sino especialmente con los menores, para quienes es prioritaria la tarea de educar en la fe y en el proyecto moral cristiano». Recordó que el actual Código de Derecho Canónico (1983) prescribe penas que pueden llegar a la expulsión del estado clerical para los clérigos que cometan abusos sexuales contra menores (cfr. canon 1395 § 2). La legislación canónica define como menor a quien no ha cumplido 16 años; las nuevas normas de la Congregación para la Doctrina de la Fe, mencionadas arriba, elevan el límite a los 18 años.

El Card. Castrillón explicó el sentido de estas últimas disposiciones. Las normas procesales previstas, dijo el cardenal, incluyen un elemento de garantía, que sirve para «alejar el peligro de que venza la cultura de la sospecha». Así, «se prevé un proceso verdadero, regular, para individuar los hechos, para confirmar las pruebas de culpabilidad ante un tribunal. Ciertamente, se insiste en la rapidez del proceso. Pero se insiste también en las investigaciones previas que permiten tomar medidas cautelares, a fin de impedir que el individuo bajo sospecha produzca más daño».

El Card. Castrillón se refirió también a la colaboración con las autoridades civiles competentes. «Las leyes de la Iglesia son serias y severas, y están concebidas en el marco de la tradición apostólica de tratar asuntos internos de manera interna, lo que no significa en el ámbito público externo sustraerse al ordenamiento civil vigente en los diversos países, exceptuando siempre el caso del sigilo sacramental o del secreto vinculado al ejercicio del ministerio episcopal y al bien común pastoral».

En la misma rueda de prensa, el cardenal recordó las distintas declaraciones de Juan Pablo II sobre este asunto. Entre ellas, destacó la que aparece en la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Oceania y varios mensajes a los obispos de Estados Unidos. Por ejemplo, en 1993, durante su viaje a Denver, el Papa subrayó tres principios de actuación: atender a las víctimas, ayudar a los culpables -facilitando su rehabilitación y, si es preciso, haciendo que abandonen el ministerio- y respetar las leyes del país. ACEPRENSA.


El celibato y el secretismo

Es inevitable que los casos de sacerdotes que han abusado sexualmente de menores causen escándalo. El delito es más indignante por ser de hombres consagrados a Dios, que han faltado a sus compromisos y han defraudado la confianza de las familias que contaban con su ayuda para la educación de sus hijos. Se comprende, pues, la exigencia de responsabilidades y la toma de decisiones por parte de los obispos para evitar que tales abusos se repitan. Precisamente por eso, es importante no equivocarse al diagnosticar las causas del problema.

Algunos sectores católicos y buena parte de la prensa norteamericana han utilizado estos lamentables casos para arremeter contra el celibato sacerdotal. «Esto es lo que ocurre -dicen- cuando se suprime el ejercicio normal de la sexualidad de los sacerdotes». Pero no se puede ignorar que, aunque algunos centenares de clérigos hayan incurrido en estos abusos, siguen siendo una pequeña minoría frente a los 46.000 sacerdotes católicos de EE.UU. La gran mayoría asumen con fidelidad el celibato, con el mismo esfuerzo o dificultad con que un casado procura ser fiel a su cónyuge.

Tampoco se puede olvidar que los casos de abusos sexuales con menores han ido creciendo también en ámbitos que nada tienen que ver con el sacerdocio. En los últimos años, ha sido necesario tipificar como delito las prácticas de turistas occidentales que van a países del Tercer Mundo para mantener relaciones sexuales con adolescentes. Y los participantes en estos sex tours no están «reprimidos» por la ley del celibato.

La triste realidad es que personas que, en distintos ámbitos, tienen control sobre niños utilizan a veces su ascendiente y su poder para obtener una gratificación sexual. Sin ir más lejos, el pasado febrero el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados y la ONG británica Save the Children recogieron cientos de testimonios de menores que habían sido objeto de abusos sexuales en Sierra Leona, Liberia y Guinea, por parte de trabajadores de ONG, tanto locales como occidentales, y de soldados de las fuerzas de paz de Naciones Unidas. Sexo a cambio de comida y medicamentos se había convertido en una práctica generalizada. Y ni la ONU ni las ONG exigen el celibato para reclutar a sus trabajadores.

Ciertamente, el que los abusos se den en muchos otros sitios no disminuye la gravedad de lo ocurrido entre parte del clero católico norteamericano. Lo que sí pone en duda es que la abrogación de la exigencia del celibato sirviera para evitar los casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes. Es evidente que si un sacerdote no quiere respetar el compromiso del celibato, no necesita fijarse en un menor. Igual que si quien incurre en ese abuso es una persona casada, no por eso hay que echar la culpa al compromiso que le obliga a ser fiel a su cónyuge. El problema no afecta a la gran mayoría de sacerdotes, que son fieles a su compromiso de castidad y contribuyen a luchar contra toda práctica de explotación sexual. El problema está en la minoría que ha abusado de menores. Y nada de esto se arregla con el matrimonio. Las estadísticas muestran que buena parte de los casos de abusos se producen dentro de la familia (padres o compañeros de la madre), y el matrimonio nunca ha tenido una función terapéutica para curar las tendencias sexuales desviadas.

Lo que sí cabe esperar a partir de ahora es una mejor selección entre los aspirantes al sacerdocio, para descartar a los que carezcan de la madurez necesaria para vivir el celibato. Pero hace falta llamar a las cosas por su nombre. La prensa norteamericana habla de «sacerdotes pedófilos». Sin embargo, la inmensa mayoría de los casos que ahora han salido a la luz tienen que ver con actos sexuales entre un hombre y un chico adolescente, más que con un niño. Son actos de conducta homosexual cometidos con menores de 18 años. Pero la prensa no quiere tirar de esta manta. Por ejemplo, Time (1 de abril) ha dedicado al tema su portada y un reportaje de diez páginas, con todo tipo de detalles, sin que en ningún momento mencione la palabra «homosexualidad» ni «gays». En el reportaje de seis páginas de Newsweek (4 de marzo) se observa el mismo silencio. Eso sí, critican a fondo la «cultura del secretismo» de la Iglesia católica. Ignacio Aréchaga.

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