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La Eucaristía, eje de la vida cristiana

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El cristiano no puede vivir sin la Eucaristía, dice Benedicto XVI en la exhortación apostólica «Sacramentum caritatis», que recoge las conclusiones del sínodo de los obispos celebrado en octubre de 2005. El Papa subraya que la Eucaristía -alimento del hombre que tiene hambre de verdad y libertad- tiene que influir en toda la vida del cristiano, también en su actuación pública. Y como la «mejor catequesis sobre la Eucaristía es la Eucaristía misma bien celebrada», dedica particular atención a los aspectos litúrgicos.
La exhortación apostólica «Sacramentum caritatis», fechada el 22 de febrero de 2007, es el segundo documento de envergadura publicado por el Papa, tras la encíclica «Deus caritas est», con la que está íntimamente relacionada, como ya indica el título (tomado de una expresión de santo Tomás de Aquino). Su hilo conductor es «la Eucaristía, fuente y culmen de la vida de la Iglesia», lo que justifica la amplitud de los temas que aborda en sus ciento treinta páginas (28.000 palabras).

Se organiza en tres grandes apartados: la Eucaristía como misterio que se ha de creer, que se ha de celebrar y que se ha de vivir. La intrínseca unidad de esos tres aspectos es una de las claves del texto. El objetivo del Papa es «suscitar en la Iglesia nuevo impulso y fervor por la Eucaristía», en continuidad con el magisterio reciente de la Iglesia, y concretamente con la encíclica «Ecclesia de Eucharistia» (2003), de Juan Pablo II.

Un misterio para creer

Un tema tan central para la vida de la Iglesia y de los cristianos ha sido ya tratado con profundidad durante siglos. No hay que esperar, por tanto, novedades doctrinales en este documento. Su riqueza consiste en que presenta ese patrimonio doctrinal con nuevo vigor y como eje en torno al cual gira todo lo demás. «Cuanto más viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, más profunda es su participación en la vida eclesial a través de la adhesión consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos. La historia misma de la Iglesia es testigo de ello. Toda gran reforma está vinculada de algún modo al redescubrimiento de la fe en la presencia eucarística del Señor en medio de su pueblo».

La Iglesia, «sacramento universal de salvación», se expresa a través de los siete sacramentos, «mediante los cuales la gracia de Dios influye concretamente en los fieles para que toda su vida, redimida por Cristo, se convierta en culto agradable a Dios». El Papa muestra la relación de cada uno de los sacramentos con el misterio eucarístico e indica que el camino de iniciación cristiana tiene como punto de referencia la posibilidad de acceder a este sacramento. De ahí la necesidad de subrayar la conexión entre Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Desde el punto de vista pastoral, observa el Papa, habría que verificar si la secuencia en la administración de estos sacramentos es la adecuada (en algunos lugares, en efecto, la Confirmación se recibe en último lugar, con lo que se podría oscurecer el hecho de que «somos bautizados y confirmados en orden a la Eucaristía»).

Confesión e indulgencias

Con respecto a la confesión, una ayuda a los fieles es «recordar aquellos elementos que, dentro del rito de la santa Misa, expresan la conciencia del pecado y al mismo tiempo la misericordia de Dios. Además, la relación entre la Eucaristía y la Reconciliación nos recuerda que el pecado nunca es algo exclusivamente individual; siempre comporta también una herida para la comunión eclesial, en la que estamos insertados por el Bautismo».

«El Sínodo ha recordado que es cometido pastoral del Obispo promover en su diócesis una firme recuperación de la pedagogía de la conversión que nace de la Eucaristía, y fomentar entre los fieles la confesión frecuente», a cuya administración se deben dedicar todos los sacerdotes con generosidad, empeño y competencia. «A este propósito se debe procurar que los confesionarios de nuestras iglesias estén bien visibles y sean expresión del significado de este Sacramento. Pido a los Pastores que vigilen atentamente sobre la celebración del sacramento de la Reconciliación, limitando la praxis de la absolución general exclusivamente a los casos previstos».

También es de gran eficacia pastoral el recurso a las indulgencias, con las que se gana «la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en lo referente a la culpa». Ayudan a comprender que «sólo con nuestras fuerzas no podremos reparar el mal realizado y que los pecados de cada uno dañan a toda la comunidad». La práctica de la indulgencia sirve para descubrir el carácter central de la Eucaristía en la vida cristiana, «ya que las condiciones que prevé su misma forma incluye el acercarse a la confesión y a la comunión sacramental».

Sacerdocio y celibato

Después de recomendar la costumbre del viático, la comunión llevada a los enfermos, el Papa se extiende en la relación de la Eucaristía con el Orden sacerdotal, condición imprescindible para la celebración válida de la Eucaristía. Los sacerdotes actúan en la celebración litúrgica en nombre de toda la Iglesia; por lo tanto, «nunca deben ponerse ellos mismos o sus opiniones en el primer plano de su ministerio, sino a Jesucristo».

El sentido del celibato sacerdotal ocupa amplio espacio en el documento. «Los Padres sinodales han querido subrayar que el sacerdocio ministerial requiere, mediante la Ordenación, la plena configuración con Cristo. Respetando la praxis y las tradiciones orientales diferentes, es necesario reafirmar el sentido profundo del celibato sacerdotal, considerado justamente como una riqueza inestimable y confirmado por la praxis oriental de elegir como obispos sólo entre los que viven el celibato, y que tiene en gran estima la opción por el celibato que hacen numerosos presbíteros».

El Papa dice que el punto de referencia para entender el sentido del celibato es «el hecho de que Cristo mismo, sacerdote para siempre, viviera su misión hasta el sacrificio de la cruz en estado de virginidad». Así pues, «no basta con comprender el celibato sacerdotal en términos meramente funcionales. En realidad, representa una especial conformación con el estilo de vida del propio Cristo».

«Junto con la gran tradición eclesial, con el Concilio Vaticano II y con los Sumos Pontífices predecesores míos, reafirmo la belleza y la importancia de una vida sacerdotal vivida en el celibato, como signo que expresa la dedicación total y exclusiva a Cristo, a la Iglesia y al Reino de Dios, y confirmo por tanto su carácter obligatorio para la tradición latina. El celibato sacerdotal, vivido con madurez, alegría y entrega, es una grandísima bendición para la Iglesia y para la sociedad misma».

Los problemas de escasez de clero no pueden llevar a aceptar candidatos sin los requisitos necesarios para la ordenación sacerdotal. «Un clero no suficientemente formado, admitido a la ordenación sin el debido discernimiento, difícilmente podrá ofrecer un testimonio adecuado para suscitar en otros el deseo de corresponder con generosidad a la llamada de Cristo». Lo que hace falta, sobre todo, es «tener la valentía de proponer a los jóvenes la radicalidad del seguimiento de Cristo, mostrando su atractivo». Y depositar una mayor confianza en la iniciativa divina, en que «Cristo sigue suscitando hombres que, dejando cualquier otra ocupación, se dediquen totalmente a la celebración de los sagrados misterios, a la predicación del Evangelio y al ministerio pastoral».

Matrimonio y situaciones irregulares

Amplio espacio se dedica también al Matrimonio, a la raíz antropológica y teológica de su indisolubilidad y a las situaciones irregulares. El Papa menciona cómo en la teología de san Pablo «el amor esponsal es signo sacramental del amor de Cristo a su Iglesia, un amor que alcanza su punto culminante en la Cruz, expresión de sus ‘nupcias’ con la humanidad y, al mismo tiempo, origen y centro de la Eucaristía».

«El vínculo fiel, indisoluble y exclusivo que une a Cristo con la Iglesia, y que tiene su expresión sacramental en la Eucaristía, se corresponde con el dato antropológico originario según el cual el hombre debe estar unido de modo definitivo a una sola mujer y viceversa». «Puesto que la Eucaristía expresa el amor irreversible de Dios en Cristo por su Iglesia, se entiende por qué ella requiere, en relación con el sacramento del Matrimonio, esa indisolubilidad a la que aspira todo verdadero amor».

El Papa califica de «problema pastoral difícil y complejo» la situación de quien, después de haber celebrado el sacramento del Matrimonio, se ha divorciado y contraído nuevas nupcias. «El Sínodo de los Obispos ha confirmado la praxis de la Iglesia, fundada en la Sagrada Escritura, de no admitir a los sacramentos a los divorciados casados de nuevo, porque su estado y su condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia que se significa y se actualiza en la Eucaristía».

Esas personas, sin embargo, continúan perteneciendo a la Iglesia, «que los sigue con especial atención, con el deseo de que, dentro de lo posible, cultiven un estilo de vida cristiano». En caso de que existan dudas legítimas sobre la validez del Matrimonio, se debe hacer lo que sea necesario para averiguar su fundamento. En estos casos se ha de evitar contraponer la preocupación pastoral al derecho. «Se debe partir del presupuesto de que el amor por la verdad es el punto de encuentro fundamental entre el derecho y la pastoral». Por esto, cuando no se reconoce la nulidad del vínculo matrimonial y se dan las condiciones objetivas que hacen la convivencia irreversible de hecho, «la Iglesia anima a estos fieles a esforzarse en vivir su relación según las exigencias de la ley de Dios, como amigos, como hermano y hermana; así podrán acercarse a la mesa eucarística, según las disposiciones previstas por la praxis eclesial. Para que semejante camino sea posible y produzca frutos, debe contar con la ayuda de los pastores y con iniciativas eclesiales apropiadas, evitando en todo caso la bendición de estas relaciones, para que no surjan confusiones entre los fieles sobre del valor del matrimonio».

Un misterio para celebrar

La segunda parte del documento está dedicada a la celebración de la Eucaristía, y ahí destaca el sentido de la liturgia y de su belleza, repasa las partes de la misa y propone el redescubrimiento de la adoración eucarística. En ese recorrido no faltan indicaciones concretas sobre algunos aspectos puntuales. Una idea de fondo, presente en todo el texto, es que la reforma litúrgica querida por el concilio Vaticano II hay que leerla en continuidad con la tradición litúgica de la Iglesia, es decir, «dentro de la unidad que caracteriza el desarrollo histórico del rito mismo, sin introducir rupturas artificiosas».

La relación entre el misterio creído y celebrado se manifiesta de modo peculiar en el valor teológico y litúrgico de la belleza, que no consiste en mero esteticismo. «La belleza no es un elemento decorativo de la acción litúrgica; es más bien un elemento constitutivo, ya que es un atributo de Dios mismo y de su revelación. Conscientes de todo esto, hemos de poner gran atención para que la acción litúrgica resplandezca según su propia naturaleza». Y puesto que la liturgia eucarística es esencialmente acción de Dios, que nos une a Jesús a través del Espíritu, «su fundamento no está sometido a nuestro arbitrio ni puede ceder a la presión de la moda del momento».

«En los trabajos sinodales se ha insistido varias veces en la necesidad de superar cualquier posible separación entre el «ars celebrandi», es decir, el arte de celebrar rectamente, y la participación plena, activa y fructuosa de todos los fieles. Efectivamente, el primer modo con el que se favorece la participación del Pueblo de Dios en el rito sagrado es la adecuada celebración del rito mismo».

Gusto por la belleza

Y de la profunda relación entre la belleza y la liturgia pasa a considerar la importancia de todas las expresiones artísticas que se ponen al servicio de la celebración: la arquitectura de los templos, el arte sacro, los ornamentos y la decoración. El Papa dice que es necesario que en todo lo que concierne a la Eucaristía haya un gusto por la belleza que fomente el asombro ante el misterio de Dios, manifieste la unidad de la fe y refuerce la devoción.

Un lugar destacado lo ocupa el canto litúrgico, que «debe estar en consonancia con la identidad propia de la celebración». En este sentido, «se ha de evitar la fácil improvisación o la introducción de géneros musicales no respetuosos del sentido de la liturgia». Y si bien se han de tener en cuenta las diversas tendencias y tradiciones, «deseo, como han pedido los Padres sinodales, que se valore adecuadamente el canto gregoriano como canto propio de la liturgia romana».

En ese contexto, el Papa recomienda -en sintonía con las normas del Vaticano II- el uso del latín, especialmente en las celebraciones con motivo de encuentros internacionales. «Más en general, pido que los futuros sacerdotes, desde el tiempo del seminario, se preparen para comprender y celebrar la santa Misa en latín, además de utilizar textos latinos y cantar en gregoriano; se procurará que los mismos fieles conozcan las oraciones más comunes en latín y que canten en gregoriano algunas partes de la liturgia».

«Vivir según el domingo»

La relación de la Eucaristía con la vida cotidiana del cristiano es el tema de la tercera parte del documento. «El culto a Dios en la vida humana no puede quedar relegado a un momento particular y privado, sino que, por su naturaleza, tiende a impregnar cualquier aspecto de la realidad del individuo. El culto agradable a Dios se convierte así en un nuevo modo de vivir todas las circunstancias de la existencia, en la que cada detalle queda exaltado al ser vivido dentro de la relación con Cristo y como ofrenda a Dios».

Se trata de «vivir según el domingo», en frase de san Ignacio de Antioquía. De ahí que un primer paso sea la práctica del precepto dominical y la recuperación del sentido del domingo, que merece ser santificado en sí mismo para que no termine siendo un día «vacío de Dios». «En el día consagrado a Dios es donde el hombre comprende el sentido de su vida y también de la actividad laboral».

El Papa resalta que los participantes en el sínodo afirmaron que «los fieles cristianos necesitan una comprensión más profunda de las relaciones entre la Eucaristía y la vida cotidiana. La espiritualidad eucarística no es solamente participación en la Misa y devoción al Santísimo Sacramento. Abarca la vida entera».

En efecto, añade el Papa, «hoy se necesita redescubrir que Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, sino una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos. Por eso la Eucaristía, como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, se tiene que traducir en espiritualidad, en vida ‘según el Espíritu'».

Coherencia eucarística

Los cristianos «han de cultivar el deseo de que la Eucaristía influya cada vez más profundamente en su vida cotidiana, convirtiéndolos en testigos visibles en su propio ambiente de trabajo y en toda la sociedad». Esa «coherencia eucarística» exige también el testimonio público de la fe. «Esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana».

El Papa concluye recordando el ejemplo de los primeros cristianos, cuando el culto cristiano estaba todavía prohibido. «Algunos cristianos del Norte de África, que se sentían en la obligación de celebrar el día del Señor, desafiaron la prohibición. Fueron martirizados mientras declaraban que no les era posible vivir sin la Eucaristía, alimento del Señor: «sine dominico non possumus» (…). Nosotros tampoco podemos vivir sin participar en el Sacramento de nuestra salvación y deseamos ser «iuxta dominicam viventes», es decir, llevar a la vida lo que celebramos en el día del Señor».

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