La derrota de Lech Walesa

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Análisis

La derrota de Lech Walesa en las elecciones presidenciales de Polonia es sobre todo y en primer lugar la derrota personal de un líder político, y no de la Iglesia, como algunos han dicho. No se trata de hacer leña del árbol caído, pero es importante destacarlo de entrada. Es cierto que la jerarquía de la Iglesia aconsejó que no se votara a ningún candidato que durante la época comunista hubiera ocupado altos cargos en el partido o en el gobierno. Y es cierto que ése es el caso, aunque marginalmente, del presidente entrante en Polonia. Aleksander Kwasniewski, de 41 años, fue ministro de la Juventud en el gobierno comunista de Messner y presidió el Comité de Deportes en el de Rakowski. Pero destacar únicamente que ha ganado «el candidato desaconsejado» es quedarse con algo secundario.

Lech Walesa había venido perdiendo la popularidad de manera imparable entre el electorado, que en Polonia quiere decir principalmente electorado católico (alrededor del 90% de la población está bautizada y los índices de práctica religiosa son muy altos). Tres han sido las causas de esta pérdida de popularidad, que puso a los votantes en un auténtico dilema en la segunda vuelta de las elecciones, el pasado 19 de noviembre.

En primer lugar, el carácter destructivo de la política del ex presidente. Estando de primer minisro Tadeusz Mazowiecki y siendo todavía presidente el general Jaruzelski (desde medidados de 1989 hasta diciembre de 1990), Lech Walesa, entonces jefe del sindicato Solidaridad, desató lo que él llamó la «guerra en las alturas», es decir, contra los altos cargos del gobierno. Bombardeó una política económica (la de Mazowiecki y la del entonces ministro de Finanzas, Leszek Balcerowicz) que cinco años después se considera modélica para todos los países de Europa del Este, y que ha sido el fundamento de la considerable mejora económica de Polonia a partir de 1992. Cabe destacar, aunque sea al margen, que tanto Mazowiecki como Balcerowicz representan a sectores de la sociedad que no son los postcomunistas de Aleksander Kwasniewski.

Con «la guerra en las alturas», Walesa consiguió, efectivamente, llegar a ser presidente de la República (diciembre de 1990). Pero lo malo fue que, en lugar de aprovechar el prestigio que tenía entonces para construir, continuó con «la guerra en las alturas». En lugar de fomentar la unidad del electorado del espectro no comunista, que entonces sobrepasaba el 80% de los que acudían a las urnas, sembró la división entre la derecha más nacionalista, representada por personas como el primer ministro Jan Olszewski, y los grupos más liberales pero siempre distantes de planteamientos postcomunistas, como la también ex primera ministra Hanna Suchocka. Lógicamente, esos sectores ahora se han vengado, y han votado a Kwasniewski.

Sería simplista decir que Walesa cometió todos los errores. Pero desde luego, ha incurrido en muchos. De 1990 a 1995, desautorizó a varios ministros y acudió repetidamente a los medios de comunicación para ventilar desaveniencias con el Gobierno que podría haber solucionado negociando de manera discreta.

Un segundo punto muy importante ha sido el de la imagen. Al poco de hacerse con la presidencia, Lech Walesa, de forma inexplicable para la inmensa mayoría de la población polaca, se rodeó de dos personas que lo han perjudicado mucho. Su ex chófer (del tiempo en que Walesa era jefe del sindicato Solidaridad), un hombre sin formación política, llegó a convertirse en el segundo hombre de Polonia, una especie de vicepresidente, aunque legalmente no existe tal figura en Polonia. La otra personalidad políticamente contraproducente es un sacerdote. El capellán de Walesa hasta hace unos meses fue amonestado en varias ocasiones por la jerarquía, por su omnipresencia pública. No contento con su función pastoral, era como la sombra negra de Walesa: aparecía detrás de él siempre que el presidente era requerido por las cámaras de televisión, lo que sucedía con frecuencia. Un penoso ejemplo de clericalismo.

En el tercer grupo de errores, destaca la escasa coherencia política. Aquí, Walesa ha vuelto a romper moldes. Tan pronto estaba a partir un piñón con un ministro de Defensa postcomunista que era criticado por todos los sectores de la derecha y del centro, como después lo recriminaba. Tan pronto se presentaba como el garante del paso a la economía de mercado, como hacía promesas políticas que ni el más atrevido comunista hubiera osado hacer, por ejemplo, en lo que se refiere a las pensiones y a la privatización. No es que intentara ser hábil, adaptarse, no encerrarse en moldes; no, ha sido simplemente incoherencia.

Se entiende, pues, que parte del electorado (muchos católicos) haya optado en la segunda vuelta por Aleksander Kwasniewski. La derrota de Walesa no es la derrota de la Iglesia (aunque seguro que la jerarquía de la Iglesia polaca también sacará consecuencias), sino su derrota personal. Que algunos eclesiásticos y católicos hubieran preferido el «mal menor» Walesa en la incertidumbre de un postcomunista como Kwasniewski, no quiere decir que haya perdido la Iglesia. La derrota ha sido de Walesa y de todo un espectro político (de centro-derecha) que no ha sabido organizarse y presentar un frente común en un momento muy importante de la historia de Polonia.

José Grau

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