Islam en Europa: Más mezquitas, más…

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Un fotógrafo de la agencia Magnum acaba de exhibir en Inglaterra una muestra de imágenes de cómo se las arreglan los musulmanes en Italia para hacer sus plegarias. Cuando el espectador ve a los fieles de rodillas, orando en un pasillo, un garaje o una nave industrial, y se entera de que existen únicamente ocho mezquitas para una población de 1,3 millones de creyentes, abre la boca de asombro, aunque al rato la cierra un poco cuando le aclaran que hay otros 200 sitios informales donde los seguidores del profeta pueden efectuar sus ritos.

Italia, como casi todas las democracias europeas, ha establecido disposiciones para que los fieles musulmanes ejerzan su libertad de culto dentro de los necesarios límites del respeto a otros credos y al orden público.

Aunque un proyecto de ley en la región de Lombardía que, de facto, impide la construcción de nuevas mezquitas (cfr. Aceprensa 3-05-2015) —por pretextos varios, como que la arquitectura de dichos edificios tendría que estar en armonía con el paisaje local, lo que dejaría fuera la posibilidad de erigir minaretes—, choca con el deseo de los líderes islámicos y con el del primer ministro Matteo Renzi, quien ha enviado el texto al Tribunal Constitucional para su revisión.

Las leyes italianas son estrictamente respetuosas de la cultura islámica. De hecho, existen disposiciones para que en las aulas se enseñe el Corán como alternativa a los contenidos de doctrina católica, siempre que se alcance el quórum necesario de estudiantes que lo soliciten. Asimismo, los modos regulados para el sacrificio de animales para consumo humano, que establecen que deben ser atontados antes de morir, permiten excepciones a solicitud de musulmanes y judíos, para quienes el procedimiento debe seguir otras normas.

Positivo, sin duda, aunque para algunos no sea suficiente que una sociedad occidental respete y acoja tradiciones que no pasan de ser culturalmente minoritarias, por lo pueden atreverse a dictar pautas e intentan ensanchar hasta la ruptura los espaciosos límites de la libertad. Para muestra, el crucifijo que salió despedido por la ventana de un hospital de L’Aquila, en 2006, porque un musulmán no quería verlo en la habitación donde estaba ingresada su madre. Quizás un ligero lapsus le hizo olvidar que el centro sanitario no estaba en Riad ni en Doha, sino a pocos kilómetros de la tumba de San Pedro.

No. No basta con ocho templos. Pero para quien se propone ir a más y más, 2.200 tampoco serían suficientes. En Francia, por ejemplo, el rector de la Gran Mezquita de París, Dalil Boubakeur, se refirió días atrás a esa cifra: “Tenemos 2.200 mezquitas, pero necesitamos doblar ese número dentro de dos años”. Aplausos de la multitud. Y es que en realidad el orden legal, si se reúnen los requisitos, podría permitir este incremento, además de que desde los círculos de poder no se cansan de repetir que el “verdadero Islam” no tiene nada que ver con la interpretación que hacen los fanáticos. Si las mezquitas las levantan los “auténticos” creyentes, no hay que recelar: están en su derecho.

Sí, por supuesto. Pero no hay que desatender el hecho de que, en no pocas ocasiones, los sitios de los “auténticos” son el marco en que los desapercibidos proscritos se organizan y reclutan a nuevos guerreros, como ha quedado demostrado más de una vez. Se sabe que, en unos casos, son la pobreza y la falta de oportunidades las que llevan a los afectados a tomar el camino de las armas y a adoptar algún credo fanático —que también puede ser ideológico, como sucedió con algunas guerrillas latinoamericanas en el pasado—, y que incluso las cárceles pueden convertirse en escuelas de extremismo. Pero no siempre la exclusión social es la raíz del asunto, y a menudo las noticias aluden a chicos y chicas “bien” que se radicalizaron en la mezquita “correcta” o en algún círculo anexo.

Días atrás el propio presidente de la Unión de Comunidades Islámicas de Cataluña, Mohamed el Ghaidouni, manifestaba a El Mundo que la “mayoría” de los imanes utilizan las mezquitas para predicar sermones “incompatibles con los valores occidentales”, y que muchos de estos señores –por lo general, formados en Marruecos– no tienen ni idea de la realidad cultural, social, lingüística e histórica de esa comunidad autónoma (donde se registra el 60% de los arrestos de yihadistas en España). Esto inclina a pensar que en algunos de esos centros algunos individuos incitan a transformar la sociedad de libertades que los acoge en una a semejanza de las monarquías o repúblicas semiteocráticas que dejaron atrás.

Pues sí: hay bastantes más mezquitas en Cataluña que en toda Italia. Y el Estado de Derecho ha hecho posible también que sean numerosas en Francia, Alemania, Reino Unido, Bélgica, etc. Puede ser forzada coincidencia, pero de estos mismos países procede buena parte de los extremistas que han ido a Siria a “machacar infieles”: 1.200 franceses, 600 británicos, igual número de germanos, 440 belgas… mientras que se han apuntado “solo” 80 italianos. Tanto en números absolutos como en proporción, esa Italia remisa a la proliferación de los lugares oficiales de culto musulmán queda bastante por debajo de los de manga ancha.

Por último, tomo nota del reclamo de un líder de la comunidad musulmana española para que los colegios públicos introduzcan de una vez la enseñanza del Islam. De hecho, ya se firmó un acuerdo hace años que lo permite, pero hace falta que haya suficientes alumnos e imanes dispuestos a impartir las clases. Su argumento es que, a los chicos, “una buena formación les hace menos permeables al extremismo”. Muy bien; pero, en lo que la escuela abre los brazos a la Media Luna, ¿no se supone que justamente una buena formación es lo que ya deben estar recibiendo en la mezquita?

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