Imágenes terribles, imágenes elocuentes

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Contrapunto

Las terribles imágenes de la ejecución en Florida del preso Allen Lee Davis han puesto en la picota a la silla eléctrica y reavivado el debate sobre la pena de muerte. Las fotos han dado la vuelta al mundo, tras ser difundidas en Internet por uno de los jueces del Tribunal Supremo de Florida, con un claro propósito: «Quiero que el mundo entero pueda ver con sus ojos el horror de la silla eléctrica». En las imágenes se ve a Davis, amarrado a la silla y con máscara, sangrando por la nariz tras recibir la descarga de 2.300 voltios. Luego, la mancha de sangre se ha extendido por su camisa. Finalmente, se ve su rostro ya sin vida, tras despojarle de la mordaza. Se comprende que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos haya decidido estudiar si la silla eléctrica puede considerarse un «castigo cruel e inusual», que debería ser proscrito.

Quienes no tienen dudas han utilizado estas imágenes como palanca para hacer comprender la crueldad de la pena de muerte. Nadie niega que las imágenes son espantosas, pero se justifica su publicación como necesario revulsivo de la opinión pública. Entre otros periódicos, El País (31-X-99) escribe que si alguien tuviera dudas sobre la «naturaleza bárbara y cruel de la muerte a manos del Estado», las espantosas imágenes de Florida «deberían bastar para extirparlas de raíz».

Al leer este acertado comentario, no podía menos de recordar la reacción de este y otros periódicos cuando los grupos pro-vida muestran las imágenes sangrientas de fetos abortados. Quien está a favor de la legalización del aborto, debería estar dispuesto a defender su postura también frente a estas imágenes. Sin embargo, descalifican como un golpe bajo cualquier intento de mostrar los resultados de la aséptica «interrupción voluntaria del embarazo». No hay que mirar. Son imágenes «macabras», «sádicas», que distorsionan con su violencia el «auténtico problema». Imágenes que ni incluso la televisión más transgresora se atreverá a mostrar.

En julio de 1998, la proyección en una escuela pública española a alumnos de 14 años, dentro de la clase de Religión, del vídeo El grito silencioso, hizo que muchos medios de prensa se escandalizaran. El vídeo, realizado por el Dr. Bernard Nathanson, muestra con los medios técnicos de la ecografía lo que sucede en el útero materno durante la realización de un aborto real. Los que se rasgaron las vestiduras decían que esas imágenes podían ser traumáticas para alumnos de 14 años, cosa que nadie se ha planteado ahora ante las imágenes de la silla eléctrica.

El País se ocupó del caso durante más de una semana, para pedir la cabeza del profesor asegurando que «el vídeo antiabortista ofrece imágenes distorsionadas y exageradas sobre la interrupción del embarazo». Lo misterioso es cómo puede ser exagerado algo que no es una reconstrucción sino la observación de un hecho que está ocurriendo. Es como si ahora alguien hubiera dicho que las imágenes de la muerte de Davis son exageradas, porque otras muchas veces la «interrupción de la vida» se hace con métodos más asépticos y menos dolorosos.

También es paradójico que, para condenar la pena de muerte, El País eche mano incluso de un argumento de autoridad religiosa. En su editorial sugiere que los estamentos judiciales y políticos de EE.UU. deberían hacer «una seria reflexión sobre el carácter ‘cruel e inútil’ de la pena de muerte, como la calificó Juan Pablo II durante su viaje a EE.UU. en enero pasado». Quizá los estadounidenses consideren esto como una de esas intolerables intromisiones religiosas en la vida pública, que suele condenar El País.

Pero es que, a diferencia del aborto, en este caso el debate no puede ser zanjado aduciendo que la mayoría de los ciudadanos están a favor. La pena de muerte es popular en EE.UU. Por eso, el editorial de El País estigmatiza a los ciudadanos norteamericanos que «parecen vacunados contra la duda de la arbitrariedad, el error o la injusticia en la aplicación de la pena de muerte». Aquí es la minoría de la cruzada abolicionista la que está en el buen camino para erradicar lo que el periódico califica de «el asesinato legal que es la pena capital». Aquí no hay lugar para distinciones entre el derecho y la moral.

La imágenes sangrantes de Davis han dado fuerzas renovadas a los detractores de pena de muerte. «Desde nuestro punto de vista, tan cruel resulta un método como otro», ha declarado Richard Dieter, director del Centro de Información de la Pena de Muerte. También el editorial de El País denuncia «esa reacción hipócrita que, al tiempo que cuestiona la brutalidad del procedimiento, se muestra insensible ante el daño irreversible de la ejecución». En efecto, tanto si se emplea la silla eléctrica como si se hace con la «aséptica» inyección letal, el desenlace es siempre el mismo. Como también el resultado es la muerte del feto, tanto si se emplea el aborto quirúrgico como la «píldora abortiva».

Ciertamente, ni el debate de la pena de muerte ni el del aborto se resuelven sólo con fotografías dramáticas. Pero ni en un caso ni en el otro hay que cerrar los ojos a las consecuencias de lo que uno admite.

Ignacio Aréchaga

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