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Frente al maltrato en la pareja, aprender a relacionarse

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Si las cifras de accidentes de tráfico en España siguieran la misma evolución que la siniestralidad matrimonial, nadie dudaría que estábamos ante una emergencia que exigiría una decidida política de prevención. Pero mientras los accidentes de tráfico han bajado tras pertinentes campañas, la conflictividad entre las parejas españolas aumenta año tras año sin que haya una respuesta social. Solo cuando el conflicto deriva en violencia de género se encienden las alarmas.

Sin embargo, hay muchas luces rojas encendidas en el tablero matrimonial. En 2014 hubo 105.893 divorcios, un 5,6% más que el año anterior. No eran por lo general jóvenes inexpertos, pues la edad media del primer matrimonio está ahora en 34,4 años para los hombres y 32,2 para las mujeres, y la duración media matrimonial antes del divorcio es de 15,8 años. A esto habría que sumar las rupturas de parejas de hecho, tan frecuentes hoy entre los que se van a vivir juntos antes (o en lugar) de casarse. Y aunque el 75% de los divorcios sea por mutuo acuerdo, no cabe duda de que esta conflictividad supone muchos desgarros afectivos.

Las sugerencias del Papa Francisco en la “Amoris laetitia” son una buena base para otro tipo de educación afectiva

Todo este sufrimiento está socialmente aceptado, a no ser que el conflicto se transforme en violencia de género (en realidad, de un solo género, pues solo se considera como tal la ejercida contra la mujer). Frente a esta violencia –física o psicológica– se multiplican las campañas y se ofrecen numerosos recursos a las mujeres para salir de una situación de maltrato. Los resultados han sido más satisfactorios en la sensibilización social y en la denuncia que en la prevención y en la disminución de esta lacra.

También entre los jóvenes

En 2015 se presentaron 129.123 denuncias en los juzgados de violencia sobre la mujer, un 1,9% más que en 2014. El número de víctimas con orden de protección o medidas cautelares fue de 27.624 mujeres, un 2% más que en 2014 (aunque desde 2011 ha descendido un 14%). Las mujeres no son solo víctimas, sino también agresoras: de las 5.358 personas condenadas por violencia doméstica en 2015, el 57% eran hombres y el 43% mujeres.

También es preocupante que la generación más joven no está vacunada contra el maltrato femenino. Diversas encuestas han detectado comportamientos controladores por parte del chico, imposiciones y actitudes que pueden llegar al insulto o la agresión si ella se rebela. En consecuencia, también ha ido en aumento el número de mujeres menores de 20 años con orden de protección, que suponen ya casi el 3% del total de víctimas.

Sorprende que persistan estas actitudes en una generación que desde su más tierna infancia ha sido educada en la idea de igualdad entre los sexos y prevenida contra el machismo. Sin duda, se saben la teoría políticamente correcta, pero, en un terreno tan pasional, la práctica es otro cantar. Por eso sería el momento de preguntarse si basta el adoctrinamiento en la igualdad, cuando no se inculcan los valores y destrezas necesarios para aprender a respetar y a convivir con el otro.

Una ayuda olvidada

Por lo general, ante los conflictos de pareja que provocan enfrentamientos, el énfasis de las medidas oficiales se dirige a favorecer una ruptura lo más rápida posible, sin ofrecer una ayuda orientadora para recomponer una relación de confianza y respeto. En la web oficial de Ministerio de Sanidad sobre violencia de género, la consigna es “¡denuncia!”, y todo se dirige a quitar las reservas que pueda tener la mujer para no abandonar la relación. “Es normal que tengas miedo a equivocarte, que sientas que aún le quieres”, se afirma en la web, pero solo para advertir que hay que rechazar tales razones ante los primeros signos del maltrato.

Se ofrecen muchos recursos a las mujeres maltratadas, pero no un asesoramiento para ayudar a relacionarse mejor entre hombre y mujer

Sin duda, esta actitud puede ser la más indicada si se trata de agresiones físicas, amenazas, insultos… que hagan imposible la convivencia. Pero una buena parte de las denuncias se refieren al maltrato psicológico, no a agresiones. Sin embargo, donde la web señala los “primeros signos del maltrato”, da la impresión de que se pone al mismo nivel estos signos de maltrato físico con otras actitudes como “ignora o desprecia tus sentimientos con frecuencia” o “continuamente te sientes inferior o menos que él”, actitudes que pueden ser reeducadas o que también pueden ser bastante subjetivas. No olvidemos que de las sentencias firmes en casos de violencia de género en 2015, el 78% fueron condenatorias, pero el 22% de los acusados fueron absueltos.

La web tampoco destaca un dato significativo en la relación entre víctimas y denunciados. Según datos del INE, en el 25% de los casos eran cónyuges y en el 6,8% excónyuges. Por su parte, el 23,2% mantenía una relación de pareja de hecho y el 21,1% de expareja de hecho. Es decir, el matrimonio demuestra ser un ámbito más protector de la relación entre hombre y mujer que la mera convivencia de hecho, una diferencia que no conviene olvidar en una política de prevención.

También es sabido que hay mujeres que no desean la ruptura de la relación y que luego retiran la denuncia, porque siguen queriendo al otro y esperan –con razón o sin ella– recomponer su unión. También hay hombres que son conscientes de haber ofendido a la mujer, y que intentan una rectificación. Para estos casos, la política oficial no ofrece ninguna ayuda. La web oficial está llena de recursos para la protección de la mujer maltratada (jurídicos, policiales, laborales, económicos…), pero no ofrece ningún recurso en forma de asistencia psicológica o asesoramiento a la pareja para aprender a relacionarse mejor. Lo que no deja de ser curioso en una sociedad tan dada a recurrir a psicólogos, asesores y manuales de autoayuda.

Probar otra educación

En este aspecto formativo, pueden encontrarse valiosas inspiraciones en lo que escribe el Papa Francisco en la exhortación apostólica Amoris laetitia (capítulo cuarto) a propósito de las características del amor en el matrimonio. Son ideas que atañen tanto al hombre como a la mujer, y que pueden servir al creyente y al no creyente.

Habla, entre otras cosas, de tener paciencia, aclarando que “no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar agresiones físicas, o permitir que nos traten como objetos”. La paciencia se muestra “cuando la persona no se deja llevar por los impulsos y evita agredir”, cuando no se coloca en el centro y no pretende que solo se cumpla la propia voluntad.

Frente a los celos de cualquier tipo, Francisco aclara que “el verdadero amor valora los logros ajenos, no los siente como una amenaza, y se libera del sabor amargo de la envidia”.

Las campañas contra la violencia de género han sido más satisfactorias en la sensibilización social y en la denuncia que en la prevención

Si un signo de maltrato es la tendencia humillar al otro, el Papa subraya que “en la vida familiar no puede reinar la lógica del dominio de unos sobre otros, o la competición para ver quién es más inteligente o poderoso, porque esa lógica acaba con el amor”.

No solo hay que evitar los gestos duros y ásperos, sino también cultivar una “mirada amable” sobre el otro y sus defectos: “Una mirada amable permite que no nos detengamos tanto en sus límites, y así podamos tolerarlo y unirnos en un proyecto común, aunque seamos diferentes”. Se trata de ver el lado bueno del cónyuge: “Tampoco es la ingenuidad de quien pretende no ver las dificultades y los puntos débiles del otro, sino la amplitud de miras de quien coloca esas debilidades y errores en su contexto. Recuerda que esos defectos son sólo una parte, no son la totalidad del ser del otro”.

Esa actitud positiva lleva también a saber perdonar, para evitar que se enconen las heridas del desacuerdo. “El problema –aclara Francisco– es que a veces se le da a todo la misma gravedad, con el riesgo de volverse crueles ante cualquier error ajeno. La justa reivindicación de los propios derechos, se convierte en una persistente y constante sed de venganza más que en una sana defensa de la propia dignidad”.

También hay que saber alegrase con el bien del otro. “Eso es imposible para quien necesita estar siempre comparándose o compitiendo, incluso con el propio cónyuge, hasta el punto de alegrarse secretamente por sus fracasos”.

Estas y otras sagaces sugerencias pueden dar ideas para una formación afectiva de los jóvenes y de los matrimonios, tan necesaria para consolidar muchos proyectos de pareja. Habida cuenta de lo mal que está el panorama, no se pierde nada por intentar algo distinto.

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