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Francisco sueña con una Europa rejuvenecida y solidaria

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En la Unión Europea se conmemora el 9 de mayo el aniversario de la declaración que se hizo pública en París ese día de 1950. El entonces ministro de exteriores francés, Robert Schuman, planteó –de acuerdo con el texto elaborado por otro padre de Europa, Jean Monnet– el primer gran paso para la comunidad europea, proponiendo que el carbón y el acero de Alemania y Francia (y de los demás países que se adhirieran al proyecto) se sometieran a una administración común. Apenas habían pasado cinco años del fin de la guerra, y se trataba de impedir que pudiera surgir en el futuro un conflicto de esa magnitud.

La efemérides se celebra en momentos de cierta crisis, cuando los Estados miembros no acaban de ponerse de acuerdo en asuntos cruciales, como el derecho de asilo y la acogida de refugiados. Se ha producido como un rebrotar del soberanismo, tanto en países incorporados recientemente a la Unión desde el Este de Europa, como en el caso dramático del Reino Unido, que someterá su permanencia en la comunidad al refrendo de los ciudadanos británicos el 23 de junio, a pesar de las concesiones hechas a Londres.

En ese contexto, el Papa Francisco ha recibido el premio Carlomagno, concedido a quienes destacan por su europeísmo. No importa que Francisco proceda de América. En sus intervenciones de finales de 2014 ante el Parlamento Europeo y el Consejo de Europa (ver Aceprensa, 3-12-2014), demostró su capacidad de rejuvenecer con nuevos ideales a un continente ciertamente cansado, como en diversos ocasiones intentó ya Benedicto XVI.

Las principales personalidades de la Europa actual acudieron a Roma para entregar el premio al Pontífice: todo un detalle de especial deferencia, cuando lo habitual era recibir la distinción en Aquisgrán, la sede histórica preferida por el primer gran europeo, Carlomagno.

En continuidad con sus intervenciones en Estrasburgo, y tras agradecer la presencia de esos líderes comunitarios, el Papa animó a todos no cesar en su empeño por la construcción del espacio europeo, fiel a sus orígenes y a su identidad.

Como es natural, el discurso, en general acogido muy positivamente, ha recibido algunas críticas, procedentes de mentalidades laicistas a las que molesta la existencia de una irónicamente calificada como “Europa celeste”; o bien de populismos un tanto xenófobos que no comparten la multiculturalidad europea elogiada por el Pontífice. En el fondo, olvidan el gran lema adoptado por la UE el año 2000: “Europa: unidad en la diversidad”.

Seleccionamos algunos párrafos de su intervención:

Europa, una novedad en la historia

“La creatividad, el ingenio, la capacidad de levantarse y salir de los propios límites pertenecen al alma de Europa. En el siglo pasado, ella ha dado testimonio a la humanidad de que un nuevo comienzo era posible; después de años de trágicos enfrentamientos, que culminaron en la guerra más terrible que se recuerda, surgió, con la gracia de Dios, una novedad sin precedentes en la historia. Las cenizas de los escombros no pudieron extinguir la esperanza y la búsqueda del otro, que ardían en el corazón de los padres fundadores del proyecto europeo”.

¿Qué te ha pasado, Europa?

“¿Qué te ha sucedido Europa humanista, defensora de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad? ¿Qué te ha pasado Europa, tierra de poetas, filósofos, artistas, músicos, escritores? ¿Qué te ha ocurrido Europa, madre de pueblos y naciones, madre de grandes hombres y mujeres que fueron capaces de defender y dar la vida por la dignidad de sus hermanos?”.

Un nuevo humanismo

“Los proyectos de los padres fundadores, mensajeros de la paz y profetas del futuro, no han sido superados: inspiran, hoy más que nunca, a construir puentes y derribar muros. (…) Esta transfusión de memoria nos permite inspirarnos en el pasado para afrontar con valentía el complejo cuadro multipolar de nuestros días, aceptando con determinación el reto de «actualizar» la idea de Europa. Una Europa capaz de dar a luz un nuevo humanismo basado en tres capacidades: la capacidad de integrar, capacidad de comunicación y la capacidad de generar”.

Pasar de una economía líquida a una economía social

“Tenemos que pasar de una economía líquida, que tiende a favorecer la corrupción como medio para obtener beneficios, a una economía social que garantice el acceso a la tierra y al techo por medio del trabajo como ámbito donde las personas y las comunidades puedan poner en juego «muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, una actitud de adoración (…) (Laudato si’,127)»”.

“Sueño una Europa que ofrece esperanza”

“Sueño una Europa joven, capaz de ser todavía madre: una madre que tenga vida, porque respeta la vida y ofrece esperanza de vida. Sueño una Europa que se hace cargo del niño, que como un hermano socorre al pobre y a los que vienen en busca de acogida, porque ya no tienen nada y piden refugio. Sueño una Europa que escucha y valora a los enfermos y a los ancianos, para que no sean reducidos a objetos improductivos de descarte. Sueño una Europa, donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano. Sueño una Europa donde los jóvenes respiren el aire limpio de la honestidad, amen la belleza de la cultura y de una vida sencilla, no contaminada por las infinitas necesidades del consumismo; donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema debido a la falta de un trabajo suficientemente estable. Sueño una Europa de las familias, con políticas realmente eficaces, centradas en los rostros más que en los números, en el nacimiento de hijos más que en el aumento de los bienes. Sueño una Europa que promueva y proteja los derechos de cada uno, sin olvidar los deberes para con todos. Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía”.

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