Eutanasia en España: ruido en lugar de debate

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Contrapunto

La película «Mar adentro» (ver Aceprensa 104/04) ha puesto el tema de la eutanasia sobre el tapete en España. Pero lo que se discute no es cómo terminar la vida con dignidad, si se debe causar la muerte o sólo evitar el ensañamiento terapéutico, si tolerar la muerte «por compasión» no llevará a que se aplique, como en Holanda, la eutanasia a personas que no están en condiciones de pedirla. Lo que se discute es si Ramona Maneiro suministró veneno a Ramón Sampedro o si sólo le acercó un vaso, si fue un gesto de amor -como afirma ella- o si causó sufrimiento -como afirman los familiares de Sampedro-, si Maneiro vuelve a hablar ahora en un programa de la televisión rosa para relanzar el debate sobre la eutanasia o para promover la película.

El gobierno socialista dice que no tiene intención de aprobar la eutanasia, sino de abrir un debate sobre ella. Pero no parece que el cotilleo y el tirarse unos a otros los trastos a la cabeza en programas rosa sea el mejor marco para un debate de ideas. Suponiendo que es posible un debate, habría que preguntarse si «Mar adentro» es el detonante adecuado. Sampedro no era un enfermo terminal ni padecía sufrimientos insoportables. Miles de tetrapléjicos están en su misma situación, y luchan por vivir. ¿No es más digno afrontar las dificultades que recurrir al cianuro? En este caso se está hablando de otra cosa: del (presunto) derecho a disponer de la propia vida, a terminarla si es que está descontento con ella. Algo que puede plantearse tanto quien está en una silla de ruedas, como el preso que afronta una larga condena, el empresario que va a la quiebra o el amante despechado. Es un caso de suicidio, con la particularidad de que, como Sampedro no podía moverse, fue un suicidio asistido.

Si para justificar la eutanasia se apela al derecho a una muerte digna, la primera pregunta debe ser si existen muertes indignas y si es la muerte o la vida lo que es digno o indigno. Quienes piensan que la vida es siempre digna, consideran que puede ser indigno obligar a una persona a vivir agobiada con tratamientos médicos inútiles. Permitir que muera un enfermo terminal suspendiendo un tratamiento caro e inútil, no es considerar que su vida no es digna: simplemente, que tal tratamiento y el sufrimiento que conlleva son innecesarios. Lo que carece de sentido no es la vida, sino los medios con los que se prolonga una vida que de forma cierta va a terminar en breve.

Si quedarse en los detalles de cotilleo de un caso, en lugar de ir al fondo, es tratar superficialmente algo que merece ser tratado con respeto, hablar de una cosa en lugar de la otra puede ser un fraude. Una cosa es el derecho a suspender un tratamiento inútil en un enfermo terminal y otra el presunto derecho al suicidio.

Si queremos hablar de lo primero, olvidemos a Sampedro (y ya de paso a «Mar adentro»). Entre otras cosas, porque, si basamos el debate en Sampedro, quienes pueden verse amenazados por el sambenito de que «su vida no es digna» no son ya sólo los enfermos terminales, sino también los tetrapléjicos o cualquiera que por vejez o enfermedad sea una carga para los otros.

La Constitución Europea, que se supone debemos votar en breve, pone como primero de sus valores la dignidad humana. Claro que depende de qué entendamos por dignidad, porque hay civilizaciones que consideran digno el tiro de gracia o el suicidarse (o matar) por cuestiones de honor. Hay otras que entienden que la dignidad es inherente a la vida humana y no se anula por actos deshonrosos o por circunstancias «humillantes» como la enfermedad. En estas civilizaciones el suicidio se entiende como un acto de debilidad, no se alaba como un acto digno.

Santiago Mata

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