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Enemiga vacuna

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Syringe Vaccination Needle Medical Health Doctor

“Las vacunas contienen ADN de monos, ratas y cerdos, así como suero de sangre de vaca”. Lo advierte Moishe Kahan, líder de opinión entre la comunidad ultraortodoxa judía de Nueva York, y parece que el mensaje cala: el temor a inyectarse una mezcla tan impura para la ley mosaica ha derivado en que, hasta el 13 de mayo, se confirmaran 498 casos de sarampión en los barrios de Brooklyn y Queens, y que la mayoría de los afectados fueran niños judíos.

En varios sitios se han establecido sanciones monetarias y otras restricciones a quienes dejen a sus hijos sin vacunar

El sarampión está de vuelta, en la misma medida en que gana espacio el mensaje antivacunas, y no es asunto exclusivo del fanatismo religioso ni de países en pobreza extrema y escasa instrucción: prende dondequiera, incluso en los más sofisticados barrios de la élite. The Economist se llegó a uno de estos sitios, Evanston, un vecindario acomodado de Chicago. Allí, una doctora naturista le dijo que oía hablar de “una o dos muertes cada semana” por culpa de las inmunizaciones, y le citó otro de los argumentos más conocidos de los antivaxxers (antivacunas): que causan autismo. Otra especialista, de California,  le aseguró que los fabricantes de estos fármacos “silencian” a médicos, investigadores y periodistas solo por reunirse con  militantes antivacunas.

Lo que está sucediendo a nivel epidemiológico en varios sitios de EE.UU. con el sarampión –casi 900 infectados en lo que va de año, en 24 estados–, tiene una versión europea. La OMS revela que entre enero y marzo de 2019 se contabilizaron 3.789 casos en el Viejo Continente, con mayor incidencia en Rumanía, Polonia, Lituania y Francia.

El problema es de cobertura; de que no a todos los potenciales beneficiarios de los programas de vacunación gratuita les interesa ese beneficio, por lo que los porcentajes de población inmunizada varían notablemente de un país a otro. Así, por ejemplo, en dos naciones vecinas, España y Francia, los índices suelen ser muy distintos. En el último país, el porcentaje de la primera inmunización no supera el 90%, y el de la segunda, el 80%, mientras que en España, ambas están en el 95%. Quizás por eso, solo entre abril de 2018 y marzo de este año, el mal envió a 2.028 franceses a pasar una temporada en cama, mientras que apenas 190 españoles se vieron en esa incómoda –y peligrosa– situación.

La “conspiración” de los provacunas

Los bulos contra las vacunas han cobrado una fuerza impensable, gracias, en buena medida, a las redes sociales. Así como algunos políticos, con sus campañas en Facebook, bien pueden convencer a muchísimos usuarios de que su adversario es capaz de vender los mármoles de la Casa Blanca, también los antivacunas se sacan de la manga argumentos con los que causar impacto.

Las ventajas de la inmunización artificial sobrepasan a las que puede traer la natural, que implica necesariamente pasar una enfermedad, con consecuencias inciertas

En EE.UU., varios investigadores de la Universidad de Pittsburgh  realizaron un estudio de los comentarios de 197 usuarios de Facebook, que reaccionaron desfavorablemente a un post sobre la vacuna contra el papiloma humano. Algunas de las afirmaciones de los cibernautas rebosaron de originalidad (por decir lo menos): para uno, el virus de la poliomielitis, que causa una severa discapacidad física, no existe, sino que los pesticidas vendrían a ser el origen de los síntomas clínicos de la enfermedad. Para otros, el papilomavirus puede curarse mediante el consumo de yogurt. Otras teorías destapan singulares conspiraciones, como que los Centers for Disease Control and Prevention, de EE.UU., han destruido los documentos que relacionan las vacunas con el autismo, o que esos fármacos contienen espermicidas, con lo que estarían haciendo su parte para reducir la población mundial.

Para los autores del informe, está claro: “Las redes sociales pueden facilitar la coordinación y organización de los antivacunas, al crearles las condiciones para divulgar argumentos de siglos de antigüedad. […] Los profesionales de la salud deberían aprovechar el uso de esas redes para enviar mensajes más específicos y efectivos”.

Con sello pseudocientífico

De todos los mitos sobre las vacunas, uno de los más difundidos es el que cita el autismo como su consecuencia directa. Lo interesante es que se trata de un bulo que se invistió de autoridad al publicarse como verdad científica en la revista médica británica The Lancet, en 1998.

El autor de la presunta investigación, Andrew Wakefield, y un equipo de 12 especialistas, firmaron entonces un estudio que avalaba, a partir de la observación de 12 niños –una muestra ínfima– que habían sido inmunizados con la triple vírica (rubeola, paperas y sarampión) y posteriormente habían sido diagnosticados como autistas, que la vacuna podía predisponer a padecer ese tipo de trastorno.

Los argumentos antivacunas van desde la negación de la existencia de enfermedades como la polio, a propuestas de curación del papiloma a base de yogurt

Como resultado, los niveles de vacunación en el Reino Unido experimentaron un descenso, y en 2008-2009 se verificó un repunte de los casos de sarampión, que muchos vincularon al temor que había difundido aquella “investigación”. Según trascendió después, el estudio de Wakefield había sido financiado por abogados que representaban a padres opuestos a estas inmunizaciones y que de hecho habían presentado demandas contras las farmacéuticas que las producían. The Lancet reconoció el fraude en 2010.

¿No es mejor la inmunización natural?

Una de las tesis de los antivacunas es que es preferible pasar una de esas enfermedades evitables para, de ese modo, quedar inmunizado naturalmente, sin necesidad de inocular artificialmente un agente extraño en el cuerpo de un niño sano.

La OMS, sin embargo, desaconseja tomar ese riesgo. “Es mucho más fácil padecer lesiones graves por una enfermedad prevenible mediante vacunación que por una vacuna. Por ejemplo, la poliomielitis puede causar parálisis; el sarampión, encefalitis y ceguera, y algunas enfermedades prevenibles mediante vacunación incluso pueden ser mortales”.

Según explica la organización en una web dedicada al tema, la seguridad de las vacunas queda garantizada por los múltiples y rigurosos ensayos a que se someten antes de ser comercializadas, y si se producen episodios de malestar severo –muy raros–, estos se investigan con rapidez.

Entre enero y marzo de 2019 se contabilizaron 3.789 casos de sarampión en Europa

En todo caso, las ventajas de la inmunización artificial sobrepasan hasta ahora a las que puede traer la natural, en buena medida porque exponerse a una enfermedad de las que se quieren evitar puede acarrear consecuencias graves. “El precio a pagar por la inmunización a través de la infección natural –dice la web– puede consistir en disfunción cognitiva en la infección por Haemophilus influenzae de tipo b, defectos congénitos [por] la rubéola, cáncer hepático [por] la hepatitis B, o muerte por complicaciones en el sarampión”.

De multas y restricciones

A los adultos a cargo de un niño pequeño les toca calibrar cuál de las dos alternativas –la inmunización natural o la artificial– conlleva más riesgos. Lo justo sería que tal análisis se hiciera con la consideración de que el beneficiario de su decisión es otro, y sin olvidar, quien la toma, que él mismo ha sido inmunizado en el pasado y que la vida no se le ha torcido por esa causa.

En una sociedad democrática, el verbo obligar desentona. Por ello, en muchos países, vacunar es únicamente una opción libre, si bien hay decisiones políticas puntuales que señalan, en aras del bien común, la necesidad de no dejarlo todo al libre albedrío. Así, en Italia, desde marzo pasado, los niños menores de seis años no podrán pisar la escuela si no tienen las correspondientes vacunas, mientras que, en el caso de los mayores de seis, los padres serán multados con hasta 500 euros, si bien a sus hijos no se les negará la entrada.

También en Galicia entrará en vigor una ley de este estilo en las escuelas infantiles, a partir del próximo curso. Y en Nueva York, decisión parecida: ya en abril pasado, el ayuntamiento decretó una emergencia de salud pública e informó que los residentes de cuatro barrios de Brooklyn –el epicentro del brote– que no accedieran a vacunarse, serían multados con 1.000 dólares.

¿Supone un problema ético esta medida? Algunos opinan que no. “Si [la epidemia] se está expandiendo y tienes una razón para creer que hay muchas personas sin vacunarse alrededor de ti, estás justificado”, señala Arthur Caplan, director de la división de Ética Médica de la New York University School of Medicine. “Puedes multarlas, restringir su libertad, o ponerlas en cuarentena”, añade.

La propuesta parece, ciertamente, muy tajante. Las autoridades, sin embargo, deben tomar nota de la situación actual y renovar su mensaje, tal vez demasiado desfasado frente a la campaña propagandística cada vez mejor articulada del movimiento antivacunas. Si hay enfermedades que no forman parte del paisaje cotidiano es, precisamente, por la amplia cobertura de inmunización lograda en el último medio siglo, de la que también se benefician, paradójicamente, quienes no se han vacunado.

Pero no hay que equivocarse: los microorganismos que causan la polio, la tuberculosis, la difteria, etc., no se han evaporado. Siguen ahí, al acecho, y solo un simple pinchazo puede mantenerlos a raya.

21 millones de muertes menos

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), a pesar de la alta disponibilidad de la vacuna contra el sarampión, en 2017 fallecieron 110.000 personas en todo el mundo, la mayoría, niños menores de cinco años.

Antes de 1963, momento en que introdujo la vacuna, el sarampión mataba a 2,6 millones de personas cada año, y cada dos o tres años ocurría una epidemia. Gracias a la difusión de la vacuna, entre 2000 y 2017 la mortalidad cayó un 80% a nivel global. Se calcula que, en ese período, la inmunización evitó la muerte de 21,1 millones de personas.

En los casos de infección por el virus, las complicaciones más graves que se pueden presentar incluyen ceguera, encefalitis, diarrea severa y deshidratación, así como infecciones respiratorias. La enfermedad se ceba principalmente en aquellos organismos debilitados por la desnutrición o con un sistema inmunológico ya golpeado por otros males, como el VIH.


Segunda entrega: “El padre que decide no vacunar tiene que ser muy consciente de los riesgos a los que somete a su hijo” (entrevista al Dr. Roi Piñeiro)

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