En defensa de los políticos

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Ante la mala prensa de la clase política, Ralf Dahrendorf, decano del St. Anthony’s College de Oxford, escribe en su defensa en un artículo publicado en España por El País (26-IV-95).

(…) Los ministros no reparten libertad ni prosperidad, ni siquiera los presidentes, por mucho que deseen apropiarse del mérito; las crean y las proponen los ciudadanos y en la sociedad civil. Por tanto, no exageremos la importancia de los políticos y mantengámoslos en su lugar.

Aun así, está claro que ese lugar no carece de importancia. Los políticos son los guardianes de las normas de la vida pública (aunque precisan la ayuda de abogados, incluso de jueces de instrucción en ocasiones), y también son los que marcan el tono de una comunidad. El individualismo rampante de los ochenta tuvo mucho que ver con el estilo de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. De forma similar, la sordidez y la corrupción de los años noventa comenzó por arriba, en las cortes de los presidentes y primeros ministros elegidos de-mocráticamente. Si ya no se observan las normas, o se utiliza el tono equivocado, la sociedad entera sufre.

Esto plantea de inmediato una pregunta: ¿cualquiera puede hacerlo mejor que los políticos? Ya se han mencionado los jueces, los fiscales. Pero cuando se meten en política, traicionan su neutralidad fundamental y se convierten en algo parecido a unos árbitros que meten la pierna para desviar la pelota hacia una u otra portería.

Algunos países -y muchos votantes- han buscado en su desesperación a antipolíticos para que les saquen de apuros. Ross Perot fue el primer ejemplo (y el general Colin Powell puede convertirse en otro). Silvio Berlusconi entra en esta categoría, así como los dirigentes de lo que fue la Liga Norte antes de llegar él. Francia produjo toda una manada de antipolíticos, encabezados por Bernard Tapie y Jimmy Goldsmith. En Europa oriental hay un buen número de antipolíticos en el poder, nada menos que los presidentes de Polonia y la República Checa.

Si examinamos su historial, hacemos un extraño descubrimiento. Algunos de los antipolíticos se han convertido en políticos y son objeto de las mismas dudas que la vieja clase política. Tanto Lech Walesa como Václav Havel están corriendo este riesgo a su modo. Los Verdes alemanes, en tiempos un partido antipolítico, sólo conservan sus camisas desabotonadas para demostrar su distanciamiento del establishment. (…)

Sin embargo, otros antipolíticos se niegan a hacer las paces con las instituciones que buscan dominar. Ellos resultan ser incompetentes la mayoría de las veces. Después de todo, existe algo llamado profesionalidad política. Un buen político sabe lo que se puede hacer y lo que no. Puede intentar lo imposible y perder, pero si eso ocurre ha calculado el coste -y el beneficio- de la derrota. Hay que sospechar que Newt Gingrich, el presidente de la Cámara de Representantes, pertenece a esta categoría. Sin embargo, un antipolítico que cree que sabe lo que está bien, intenta hacerlo pasar por todos los obstáculos institucionales, ataca a las instituciones si no lo consigue, y luego se vuelve al pueblo a pedirle ayuda es, simplemente, incompetente técnicamente. Tiene que aprender a hacer las cosas, a ser un buen político.

(…) Probablemente sea cierto que a una vieja clase política se le ha terminado la cuerda, tanto en Europa como en Estados Unidos. Es verdaderamente cierto que una nueva clase política no ha surgido todavía. (…)

Está claro que la respuesta a la falta de popularidad de los políticos no es que no necesitemos políticos, ni siquiera antipolíticos. Necesitamos mejores políticos. (…) En conjunto, es más probable que los buenos políticos sean personas que tengan un historial demostrable en otro campo y luego hayan aprendido los trucos del negocio político. No son aficionados, pero tampoco están completamente casados con la profesión política. Si les echan del poder, saben qué hacer. Puede resultar necesario que todos nosotros hagamos un esfuerzo para atraer a esos semiprofesionales, pero a ellos también les disuade el clima actual de hostilidad hacia los políticos. (…)

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