El vandalismo de la Revolución francesa

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La persecución religiosa desatada durante la Revolución francesa, además de causar numerosas víctimas, se cebó con el arte sagrado. En nombre de la Razón, se devastaba la cultura por ser de origen religioso. François Souchal ha levantado acta de ese desastre en su reciente libro Le Vandalisme de la Révolution (Nouvelles Éditions Latines). El historiador Emmanuel Le Roy Ladurie lo reseña en L’Express (15-IX-94).

¡Un libro tremendo! ¿La Revolución francesa fue una guerra de religión implacable, iconoclasta? Eso se puede llegar a pensar después de leer la obra de François Souchal, archivero paleógrafo. El autor aúna la fina erudición de ex alumno de la Escuela Nacional de Archiveros Paleógrafos con la pasión del conservador de monumentos históricos, que se aflige por la desaparición masiva de obras de arte, por eso que hoy se llamaría un genocidio cultural.

La guerra contra la Iglesia, a partir de 1790-1791, es, en primer lugar, una batalla contra las iglesias, en el sentido físico del término: confesonarios, sillerías de coro y cátedras admirablemente labradas se usan sin remordimiento como leña. Cálices, crucifijos, copones y candelabros se envían a la fundición, sin que importe su antigüedad o finura. (…) Incluso la catedral de Chartres estuvo condenada a la destrucción, con el plácet del administrador local, un tal Cochon-Bobus. Su supervivencia (relativa, puesto que fue terriblemente devastada) se debe a que, de haber sido demolida, sus escombros habrían impedido la circulación de coches de caballos en las calles. (…)

Los monasterios no recibieron mejor trato: toda Francia se ha indignado, con razón, por las recientes profanaciones de un cementerio [judío], en Carpentras. Pero, ¿acaso fueron más gloriosas las repugnantes exhumaciones (ilegales, de hecho) de los cadáveres de reyes y príncipes en la necrópolis de la Abadía de Saint-Denis, en 1794? Se llegó incluso a desenterrar los restos de los niños de la familia Capeto-Borbón inhumados tan sólo pocos años antes. (…)

Incluso los libros y manuscritos, ciertamente salvados en su mayoría por la Biblioteca Nacional, conocieron de vez en cuando un triste destino, y no se deberían silenciar las cuatro hogueras sucesivas encendidas con preciosos archivos en la calle Richelieu hacia 1793. (…)

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