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El valor de pedir perdón y de perdonar

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La foto de un hombre comulgando ocupa media página del periódico (El Mundo, 16-01-2011). El titular reza: “La comunión de Txelis, el ex jefe de ETA”. El subtítulo recuerda que “es un ex etarra durante cuyo liderazgo hubo 200 asesinatos. Hoy predica la paz”.

Fotografiar a una persona comulgando, si ha sido sin su consentimiento, es una invasión de la privacidad. Pero esa intromisión saca en este caso a la luz pública uno de esos cambios positivos que la fe provoca en las personas, y que suelen quedar en el ámbito de la intimidad o del círculo de familiares y amigos.

José Luis Álvarez Santacristina, Txelis, 57 años, ha recorrido un largo camino: de seminarista a etarra para convertirse después en terrorista arrepentido. Según recuerda el reportaje, fue uno de los jefes máximos de ETA, y aunque él no apretó el gatillo personalmente, planeó e impulsó la violencia terrorista. Detenido en 1992, ha pasado ya 19 años en la cárcel. Tras su detención, comenzó un proceso de alejamiento de ETA, que le expulsó de sus filas en 1998. Ha renunciado a la violencia, se ha mostrado dispuesto a pedir perdón a las víctimas y a pagar las indemnizaciones en la medida de sus posibilidades. Con estos datos, el juez de vigilancia penitenciaria ha constatado que es “una persona distinta” y le ha concedido la prisión atenuada, que le autoriza a abandonar la cárcel durante el día de lunes a viernes para trabajar.

El reportaje que acompaña a la foto es una descripción del itinerario de Txelis y de su situación actual. Tuvo desde joven una inquietud religiosa, que le llevó al seminario, aunque luego dejó la fe por el señuelo independentista. Tras su detención, cuanto más se alejaba de ETA, más volvía a su interés por la fe. Es doctor en Filosofía por la Sorbona, con una tesina sobre Wittgenstein y una tesis sobre Aristóteles; consiguió la licenciatura en Teología en la Universidad de Estrasburgo, y ahora está realizando el doctorado en la de Vitoria.

El reportaje es fundamentalmente informativo, aunque se advierte cierto escándalo ante el hecho de que Txelis se acerque a comulgar: “El hombre se considera limpio de pecado. Y eso que sobre su conciencia pesan 200 muertes”. Siempre es aventurado pretender saber lo que hay en la conciencia ajena. Y la comunión tampoco es una recompensa a la virtud. Así que antes de cuestionar si un ex terrorista merece comulgar, habría que plantearse si la comunión no ha sido precisamente una poderosa ayuda para su arrepentimiento, una consecuencia de esa gracia de Dios que renueva los corazones y que se obtiene en la eucaristía.

Hace falta valor para arrepentirse, tanto en el caso de Txelis como de otros ex etarras que han reconocido el daño causado y han renunciado a la violencia. Hace falta coraje porque hay que romper con todo un pasado de militancia y arriesgarse a que los ex compañeros de ETA te hagan el vacío. Por eso son minoría los que han dado ese paso. Ya nos gustaría que todos los presos de ETA dieran tales muestras de arrepentimiento y de ruptura con la banda.

Pero es lo que se espera conseguir con la reclusión, que pretende no solo castigar sino favorecer el arrepentimiento y reinserción del preso.

No es debilidad

Igualmente, hace falta valor para perdonar. La reacción natural es concebir la pena como castigo. Pero ante el arrepentimiento del ofensor, el perdón es también un modo de cicatrizar las heridas.

Lo hacía ver Juan Pablo II en 2001 en un mensaje que tenía como trasfondo la amenaza terrorista tras el 11-S (cfr. Aceprensa, 26-12-2001). Decía que “el terrorismo se basa en el desprecio de la vida del hombre”, y que la sociedad tiene el derecho a defenderse de él ateniéndose a reglas morales y jurídicas. Y subrayaba que “ningún responsable de las religiones puede ser indulgente con el terrorismo”.

Pero hablaba también de “una ética y una cultura del perdón”, para remediar los conflictos. “El perdón comporta siempre a corto plazo una aparente pérdida, mientras que, a la larga, asegura un provecho real. La violencia es exactamente lo opuesto: opta por un beneficio sin demora, pero, a largo plazo, produce perjuicios reales y permanentes. El perdón podría parecer una debilidad; en realidad, tanto para concederlo como para aceptarlo, hace falta una gran fuerza espiritual y una valentía moral a toda prueba”.

Es verdad que en una sociedad descristianizada la propuesta del perdón es más difícil de comprender y de aceptar. Cuando ya no se repite el “perdona nuestras ofensas”, es menos probable el “como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. De hecho, las reformas del Código Penal han ido hacia un endurecimiento de las penas.

Pero también Juan Pablo II hacía ahí una reflexión antropológica: “¿Por qué no tratar a los demás como uno desea ser tratado? Todo ser humano abriga en sí la esperanza de poder reemprender un camino de vida y no quedar para siempre prisionero de sus propios errores y de sus propias culpas”. Primero hay que reconocer las propias culpas, pero el arrepentimiento necesita contar con la esperanza del perdón.

Por eso Juan Pablo II afirmaba también que de una ética y una cultura del perdón puede nacer una “política del perdón, expresada en actitudes sociales e instrumentos jurídicos, en los cuales la justicia misma asuma un rostro más humano”.

Para vencer el terrorismo de ETA ha hecho falta el valor de muchos, que han sufrido en sus carnes el zarpazo terrorista o el acoso de su entorno. Pero también va a hacer falta hoy el valor de saber acoger el deseo de arrepentimiento de quienes reconocen el mal causado y se desvinculan de la violencia. En vez de oponer un rechazo a su nueva actitud, habrá que alentarla. Con lo que probablemente habrá más que seguirán este camino.

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