El truco del “populismo religioso”

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Los teóricos del populismo sostienen que este tiene que ver más con un estilo político que con unos contenidos ideológicos concretos. Pero hay quienes hablan ahora de un “populismo religioso”, para descalificar unos puntos de vista con los que discrepan en debates sobre la vida, el matrimonio, la libertad de conciencia o la educación.

La liebre ha saltado con motivo de las elecciones presidenciales en varios países de América Latina: a las de Costa Rica, cuya segunda vuelta se celebró el 1 de abril, les siguen las de Paraguay este domingo; las de Colombia, en mayo y junio; las de México, en julio; y las de Brasil, en octubre, además de las sui generis en Cuba (abril) y Venezuela (mayo).

En varias de ellas, se presentan candidatos que cortejan a sectores de votantes distintos; entre otros, los cristianos evangélicos. A este hecho, algunas informaciones periodísticas añaden un dato similar al que recoge un artículo del New York Times: casi el 20% de la población de América Latina es protestante, mientras que hace tres décadas ese porcentaje estaba en el 3%. A partir de aquí, se construye la noticia: ¡cuidado, que viene el lobo del “populismo religioso”!

La tentación es acabar endosando el populismo de un líder político a toda una confesión religiosa, o a unos puntos de vista que no son estrictamente confesionales

Este era el tono de un reciente editorial de El País, que alertaba de “la preocupante irrupción de la religión mezclada con tesis populistas” en América Latina. En concreto, señalaba al candidato evangélico en las presidenciales de Costa Rica, Fabricio Alvarado, quien, tras una exitosa primera vuelta, perdió en la segunda. Lo acusa de haber promovido “un discurso donde se combinan la denuncia de la corrupción y los ataques al establishment político con el ensalzamiento de la discriminación sexual y los ‘valores cristianos’, entendidos estos como negación de derechos tales como el matrimonio igualitario o el aborto”. Al mismo saco van las campañas de denuncia realizadas en otros países –“como Brasil o México”– contra “lo que la extrema derecha denomina ‘ideología de género’. Conceptos arropados por un lenguaje populista que está calando entre el electorado”.

Influencia desigual

Es cierto que el crecimiento de los evangélicos en América Latina ha sido muy notable en los últimos años, pero siguen siendo minoría. Además, su influencia política no es la misma en México y Paraguay (con un 5% de evangélicos cada uno) que en Honduras (39%) y Guatemala (41%), donde gobierna Jimmy Morales, el único presidente evangélico de la región.

Y ni siquiera el aumento de la población que se identifica como fiel de esa confesión religiosa se traduce siempre en más influencia real. En 1990, el Congreso de Perú contaba con 14 diputados y 4 senadores evangélicos, mientras que en 2016 solo hay 5 diputados evangélicos, según datos del sociólogo peruano y ex ministro del Interior José Luis Pérez Guadalupe, citados por El Comercio.

Variedad de temas en juego

También es verdad que, en América Latina, evangélicos y católicos comparten el interés por algunas cuestiones, como la defensa de la vida frente al aborto, del matrimonio entendido como la unión entre un hombre y una mujer, de la libertad religiosa y de conciencia, del derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones morales… Sin embargo, esta sintonía en determinados temas –con manifestaciones conjuntas incluidas, como las celebradas bajo el eslogan “Con mis hijos no te metas”– tampoco permite predecir un voto en bloque.

Entre otras cosas, porque, junto a esos asuntos, siempre hay otros sobre la mesa. Pensemos en las diferencias de clase en Brasil, donde es improbable que los movimientos católicos de base que en su día llevaron al gobierno a Luiz Inácio Lula da Silva hagan lo propio con un católico o un evangélico liberal en lo económico. O en otros temas estrella que trascienden las afiliaciones religiosas, como la corrupción, la delincuencia o el desempleo.

Sobre las elecciones en México se ha hablado mucho en estos últimos meses de la incorporación de un partido con apoyo evangélico a la coalición de Ángel Manuel López Obrador, un izquierdista de línea dura que aspira por tercera vez a la presidencia del país. Pese a que su “viraje” tiene mucho de estrategia electoral, esta misma semana BBC Mundo  lo presenta –junto a otros ejemplos– como expresión de la fuerza política de los evangélicos en la región.

Pero lo cierto es que la fe no es el rasgo que más caracteriza a los votantes de López Obrador, como revela un análisis de cinco encuestas realizado por Kiko Llaneras y Luis Pablo Beauregard para El País. El ex jefe del gobierno del Distrito Federal “sobresale entre quienes no acuden a oficios religiosos”. En cambio, son más significativas otras variables, como la edad, el sexo, el nivel de estudios, la ideología o el territorio. Por ejemplo, “destaca en el sur del país” y “entre quienes se identifican con la izquierda”. Para estos analistas, la batalla por el norte “es quizás la variable más decisiva en esta elección”, definida por el “pragmatismo político”.

Un voto fragmentado

En realidad, el supuesto “voto evangélico” está muy fragmentado, lo mismo que el de casi el 70% de los españoles que se declaran católicos, según el CIS. En un artículo sobre la dispersión del voto evangélico en Colombia, el diario El Tiempo menciona una retahíla de candidatos protestantes que se presentaron a las elecciones legislativas del pasado marzo bajo distintas siglas: el Partido MIRA, Colombia Justa Libres, Cambio Radical, el Partido de la U, el Partido Conservador, Opción Ciudadana… A las presidenciales de mayo, concurre la evangélica Viviane Morales por el Partido Somos, además del católico Alejandro Ordóñez, por La Patria de Pie.

En Perú, según la noticia citada de El Comercio, los cinco diputados evangélicos se alían efectivamente para impulsar una agenda provida y profamilia, pero están repartidos en tres partidos, cada uno de los cuales tiene sus propias posiciones: Fuerza Popular, Peruanos por el Kambio y Alianza para el Progreso.

“El voto cristiano es un mito”, explica a El Tiempo Carlos Arias, especialista en comunicación política y profesor de la Universidad Externado de Colombia, quien menciona un estudio que estima en apenas un millón los votantes evangélicos que participaron en las legislativas, pese a que hay unos 6 millones en el país.

Aunque en América Latina evangélicos y católicos compartan el interés por determinadas causas, ni unos ni otros votan en bloque

Descartados del espacio público

Estas distinciones son importantes porque, si no, la tentación es acabar endosando el populismo de un líder político a toda una confesión religiosa. O a unos puntos de vista que no son estrictamente confesionales: cualquiera que piense –creyente o no– que el aborto no es un derecho o que el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer puede acabar descartado del espacio público solo porque hay un líder populista que defiende lo mismo. No importa si alegan buenas o malas razones para pensar lo que piensan: importa que han recibido la etiqueta de “populistas” mucho antes de que pudieran explicarse.

Lo curioso es que, por esta vía, se llega a uno de los males más graves que ha traído el populismo: el desprecio de la convicción racional. Primero, porque no se atiende a las razones de los demás, convertidos en leprosos políticos. Y segundo, porque quienes piensan que los etiquetados como “populistas” no tienen nada que aportar al debate público, no ven la necesidad de explicar por qué su visión del mundo es mejor que la del resto.

Da la impresión de que, detrás de este embrollo, hay un prejuicio bastante feo: la presunción de que los partidarios del aborto, del matrimonio gay o de determinados programas de educación sexual están en el lado de los “ilustrados”, mientras que quienes defienden lo contrario pertenecen al de los “oscurantistas”. Pero lo justo sería dejar que cada cual se retrate en función de los argumentos que aporte y del modo en que los defienda.

 


Serial “Elecciones presidenciales en América Latina”

  1. El truco del “populismo religioso”
  2. Tres candidatos, tres estilos

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