El perdón es cosa de dos

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Contrapunto

Contrición, confesión y satisfacción. Ese itinerario han seguido los habitantes de Nubutautau, un pequeño pueblo de Fiyi. En 1867, sus antepasados asesinaron y se comieron a un misionero metodista inglés y a siete nativos conversos que le acompañaban. El pasado 13 de noviembre, todo el pueblo celebró una ceremonia expiatoria ante diez descendientes del misionero, Thomas Baker. Manifestaron pesar por aquel crimen, recordaron los hechos sin alegar excusa alguna, pidieron perdón a los parientes de las víctimas y les ofrecieron presentes. Asistieron también gentes de los alrededores, los miembros del Gran Consejo de Jefes y el primer ministro de Fiyi, Laisenia Qarase, hasta seiscientas personas. Lo cuenta el enviado del Daily Telegraph (14-XI-2003).

El canibalismo era un rasgo característico de la cultura polinesia. Desapareció a finales del siglo XIX merced a la difusión del cristianismo y a la colonización británica. «Lo que ocurrió aquel día fue un choque de civilizaciones», dijo el primer ministro. Pero los fiyianos de hoy no lamentan el resultado de la colisión. «Aquí imperaban la estaca y los antiguos dioses -añadió Qarase-. Los que mataron y devoraron al reverendo Baker y a sus seguidores creerían que estaban defendiéndose contra amenazas a su modo de vida. Hemos venido para pedir perdón por aquel terrible momento de la historia».

El arrepentimiento de los fiyianos encontró acogida. Los descendientes del misionero aceptaron con franqueza y sin reproches la mano abierta que les fue tendida. Un tataranieto del misionero explicaba que, para su familia, el recuerdo de aquella muerte espantosa había sido como un peso abrumador. Pero el acto de expiación, dijo también, ha significado «un nuevo comienzo». Tal es el poder del perdón, que ennoblece al que lo pide y al que lo otorga.

Muchos pueblos de todo el mundo podrían celebrar ceremonias como esta, para pedir perdón por asesinatos de misioneros. Pero sería tal vez demasiado prolijo, y los cristianos no lo exigen. La memoria de los mártires nunca se agita contra los herederos de quienes los mataron. Se alza como estandarte de reconciliación y paz, no de rencor. Evangelizadores y evangelizados de Fiyi se alegran juntos hoy de que el país ya no sea conocido por el nombre de Islas Caníbales.

También los cristianos han de pedir perdón por culpas del pasado. En nombre de toda la Iglesia lo ha hecho repetidamente Juan Pablo II. En la Cuaresma del Gran Jubileo de 2000, pidió perdón de modo solemne por todos los crímenes cometidos por cristianos a lo largo de la historia, en particular las violencias que se justificaron por la defensa de la verdad. No es la Iglesia la única que debe acusarse de culpas semejantes, pues las religiones paganas o el Islam no han estado más libres de fanatismo. Pero el Papa ha obrado como quien sinceramente pide perdón, sin escudarse en comparaciones con la maldad de otros.

Pese a todo, algunos no se dan aún por satisfechos. Desde luego, el perdón no se puede exigir: ha de ser otorgado generosamente. Pero cabe preguntarse si quienes siguen reclamando de la Iglesia que pida perdón están dispuestos a perdonar. Si no buscan la reconciliación, si nunca van a dar por concluidas las recriminaciones, con ellos los gestos de arrepentimiento son inútiles. El perdón es encuentro de dos, y a menudo, el que pide perdón no es el único que rectifica.

Rafael Serrano

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