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El público pide responsabilidad de expresión

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EE.UU.: presiones, no censura, contra los espectáculos degradantes
La industria norteamericana del espectáculo se ha encontrado casi de repente con una oleada de críticas por su insistencia en exhibir violencia y sexualidad brutales. Varias personalidades encabezan la iniciativa, que cuenta con el favor de buena parte del público. Al principio, el sector se defendió invocando la libertad de expresión y equiparando los ataques con una «caza de brujas». Pero no hay ningún intento de implantar la censura, sino un movimiento de protesta que apela a la responsabilidad de los productores de espectáculos.

El episodio más sonado de esta «campaña» sin organización que la sostenga ha sido un discurso de Bob Dole en Los Ángeles a principios de junio. Dole, jefe de los republicanos en el Senado, aspira a ser el candidato de su partido en las elecciones presidenciales del año próximo, y su intervención tuvo mucho que ver con esto. Estaba calculado que, tocando esa fibra sensible, se atraería simpatías y votos. Y, aunque no era el primer político que criticaba los excesos de Hollywood (el presidente Clinton hizo lo mismo en febrero, en el discurso sobre el estado de la Unión), causó tanto revuelo, sobre todo, porque descendió a detalles.

Señalar a los responsables

Dole dedicó palabras duras a las canciones y películas que glorifican «la violencia absurda y el sexo sin amor». Dijo que en demasiadas ocasiones la industria del espectáculo «ha traspasado el límite no sólo del buen gusto, sino de la dignidad humana». Así ocurre «cuando la fábrica de sueños de Hollywood produce pesadillas de depravación». También Clinton arrancó la mayor ovación durante su discurso de febrero cuando criticó a la industria por exhibir «una violencia incesante, repetitiva y absurda, y unos comportamientos irresponsables».

Sin embargo, Dole no se quedó en acusaciones genéricas. «Quienes cultivan la confusión moral por dinero -advirtió- tienen que saber esto: les llamaremos por sus nombres y les avergonzaremos como se merecen». Eso hizo a continuación: citó varias películas como ejemplos de degradación y elogió otras que calificó de positivas y familiares.

Con esto provocó reacciones indignadas en Hollywood. Pero también se atrajo las simpatías de buena parte del público. La revista Time, perteneciente al principal grupo aludido -Time Warner-, realizó un sondeo y tuvo que reconocer que más del 80% de las respuestas coincidían con Dole en la necesidad de reducir las dosis de violencia y sexo en los espectáculos. El 75% afirmaban que tales exhibiciones influyen negativamente en los jóvenes. El mismo semanario (12-VI-95) admitía que Time Warner y otras empresas del ramo estaban bajo «presiones cada vez más fuertes por parte de lo que parece ser un clamor muy real en nombre del sentido común y la sensibilidad del público». Más tarde, otra encuesta de Los Angeles Times dio un 71% de personas de acuerdo con Dole; pero también algo más del 50% contrarias a imponer censura o nuevas restricciones legales.

La preocupación está muy extendida. Newsweek (12-VI-95) señala que sería simplista pensar que los tiros y violaciones que muestran las pantallas causan los que se producen en la calle, y ni Dole ni los demás que protestan afirman eso. Pero es innegable, añade el semanario, que «la cascada de amoralidad que viene de Hollywood es uno de los factores que alimentan la cultura urbana de pobreza y delincuencia». Y el rap es popular sobre todo entre la juventud de los barrios deprimidos, para la que en muchos casos constituye por lo menos un mal aliciente.

Dole, pues, dio en el clavo. A la vez, los ejemplos concretos fueron el punto débil de su discurso. Su selección de buenos y malos es discutible y sospechosa en algunos casos. Así, mencionó entre las películas familiares una bastante violenta, Mentiras arriesgadas (True Lies), de Arnold Schwarzenegger, que además incluye una escena de alto contenido erótico en la que una mujer es sometida a un trato humillante. La prensa no podía menos de recordar, a este propósito, que el musculoso actor es un republicano notable.

Las voces cantantes

Pero la reacción pública frente a la brutalidad en los espectáculos no se reduce al electoralista discurso de Dole. Mucha gente es sensible a este tema, y el senador republicano no ha hecho más que subir a un tren en marcha, conducido por otras personalidades.

Entre las más destacadas se encuentra William Bennett, ex secretario de Educación en tiempos de Reagan y autor de un reciente bestseller, The Book of Virtues, donde señala que las cualidades morales de la gente son más importantes para un país que todas las políticas sociales. También es muy activa C. DeLores Tucker, presidenta del Congreso Político Nacional de Mujeres Negras: su principal preocupación es la música rap, abundante en letras que encomian acciones infames, especialmente agresiones a mujeres.

Otro que ha intervenido decididamente es un senador liberal -en el sentido norteamericano del término-, el demócrata Bill Bradley. Y no se puede dejar de citar al comentarista John Leo, que con un artículo en U.S. News & World Report (27-III-95) inició el asedio a Time Warner, productora de muchas películas hirientes y de discos de rap de la más baja estofa.

Esta protesta no es una caza de brujas. Ni Dole ni los demás críticos han pedido que se adopten mecanismos de censura. Lo que pretenden es decir bien alto que ciertos espectáculos son deleznables, para que los responsables reaccionen. Así lo explicaba John Leo en su célebre artículo: «No está dicho todo cuando se señala que los cantantes pueden cantar lo que quieran y las productoras pueden vender lo que quieran. Eso ya lo sabemos». Pero la libertad de expresión no incluye el derecho a pasar por respetable si uno pone en la calle material abyecto. Como dice Bennett, su objetivo no es prohibir los productos indignos, sino estigmatizarlos.

Una acción decidida y pacífica

Por tanto, los métodos de la protesta son pacíficos y caen bajo el derecho a la libertad de expresión. Ha escrito Leo en otro artículo (U.S. News & World Report, 19-VI-95) que son bienvenidos los políticos como Dole que apoyan las iniciativas contra la degradación en los espectáculos; «pero, en realidad, la campaña no tiene nada que ver con Washington ni con medidas políticas o legislativas: se trata de usar una presión moral y una presión de los consumidores, para que las productoras carguen con su responsabilidad por lo que están haciendo con la cultura».

En la misma idea ha insistido Bradley en declaraciones a la prensa, recogidas por U.S. News… en la misma fecha. Al ciudadano que se indigne por algún espectáculo, el senador recomienda que averigüe quién es el responsable o patrocinador y que escriba al consejo de administración de la empresa. «Avergüénceles, para que admitan su responsabilidad moral por lo que hacen».

Hablar claro: así hace también C. DeLores Tucker. Y el mes pasado, Tucker se presentó -acompañada de Bennett- en la junta general de accionistas del grupo y tomó la palabra. Hizo un duro alegato de diecisiete minutos que fue aplaudido -según Time- por un tercio de los asistentes. Esto tuvo su efecto: ella y Bennett se reunieron unas semanas después con los directivos de Time Warner para tratar del asunto. Lamentablemente, no llegaron a ningún acuerdo.

Bennett, según ha dicho, ha iniciado conversaciones con Rupert Murdoch, propietario de la productora y de la cadena televisiva Fox, para convencerle de que reduzca las dosis de violencia y sexo en sus productos.

Otro ejemplo es que en al menos tres gigantes del espectáculo -Time Warner, Tele-Communications Inc. (TCI, líder de la TV por cable) y General Electric (propietaria de la cadena NBC)- algunos accionistas han presentado en las juntas generales mociones que expresaban preocupación por los contenidos de las producciones. También ha sido notorio el gesto de la esposa de Dole, que ha vendido sus acciones de la Disney en protesta por Kids, película que presenta tremendas escenas de agresividad y brutalidad sexual por parte de jóvenes. Esta productora ha perdido también accionistas a causa de Priest, film denigratorio del sacerdocio.

Resultados

Estas actuaciones tienen ya resultados apreciables. La división discográfica del grupo Time Warner se ha manifestado dispuesta a revisar sus procedimientos y vigilar también las letras. Los directivos han anunciado que emprenderán una iniciativa para acordar criterios, válidos para todo el sector, sobre la forma de advertir al público, con avisos en las portadas, del contenido de ciertas grabaciones musicales. La Asociación de la Industria Discográfica ha anunciado, por su parte, que va a estudiar posibles cambios en el sistema de advertencias.

Naturalmente, Time Warner no quiere hacer de chivo expiatorio emisario y señala que el problema es de todo el sector. Al mismo tiempo, Time (12-VI-95) reconoce que es difícil evitar que el grupo atraiga la mayor parte de los ataques, pues alberga a «varios de los grupos [de rap] más notorios y peores». De hecho, «los criterios de buen gusto en los sellos de Warner Music han sido a veces extremadamente laxos».

Pero quizá lo más significativo es que Time Warner ya no se atrinchera en la libertad de expresión, que nadie le niega. Al principio, el presidente, Gerald Levin, se defendía de las críticas limitándose a invocar este derecho. Más tarde vio que erraba el blanco, pues no era eso lo que estaba en tela de juicio. Las concesiones que ha empezado a hacer la industria del espectáculo muestran que las críticas tienen fundamento. Y que una parte importante del público norteamericano echa en falta, junto a Miss Liberty, una Estatua de la Responsabilidad.

Rafael SerranoCómo valorar la violencia y el sexo en el cine

El caso Dole vs. Hollywood ha puesto de manifiesto la necesidad de una reflexión ponderada -libre de prejuicios políticos- sobre las implicaciones éticas y sociales de la representación audiovisual de la violencia y el sexo. Se trata de una necesidad urgente, pues, a pesar del giro positivo que se detecta desde hace años en el cine, sobre todo en el norteamericano (ver servicio 73/95), sigue habiendo un buen número de películas que recurren todavía a la violencia irracional o a una visión animalizada de la sexualidad humana. A través de ellas, se hace llegar al gran público, también a los niños y a los jóvenes, un enfoque muy deformado del ser humano, que otorga estatuto de normalidad, y hasta de ejemplaridad, a actitudes muy equivocadas, cuando no aberrantes.

Ciertamente, el cine no es el único culpable de todos los males de la sociedad actual, pero su influencia es cada vez más grande. En su carta pastoral al mundo del cine, de 1992, el cardenal Mahony, arzobispo de Los Ángeles, señalaba: «En esta sociedad, en esta época, sólo la propia familia humana aventaja a los medios visuales en su capacidad de comunicar valores, formar conciencias, proporcionar modelos de conducta y motivar el comportamiento humano» (1). De modo que es lógica la creciente inquietud por la posible relación entre la violencia y el sexo que presentan ciertas películas y la proliferación de determinadas conductas delictivas en las sociedades occidentales.

Con la perspectiva del tiempo, parecen bastante acertadas las reflexiones sobre este tema que hizo en 1989 el Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, en una amplia respuesta pastoral (2). En este documento se indicaba cómo ciertas representaciones del sexo y la violencia -en especial las que no respetan o no dejan clara la dignidad del ser humano- «pueden pervertir las relaciones humanas, inspirar actitudes antisociales y debilitar la fibra moral de la sociedad», sobre todo al convertir las personas en cosas, suprimir la ternura y la compasión, y dejar espacio sólo para la indiferencia, si no la brutalidad.

Delimitar conceptos

Quizá lo que más cuesta aceptar a algunos es la profunda vinculación que existe entre la pornografía y la violencia sádica de ciertas películas. El citado documento del Consejo Pontificio señala cómo cierta representación visual del sexo es ya de por sí abiertamente violenta en su contenido y expresión. Y, en cualquier caso, sitúa ambos fenómenos en un mismo punto de origen: «la propagación de una moral permisiva, basada en la satisfacción individual a cualquier coste», y a la que se añade con frecuencia «un nihilismo moral de la desesperación, que acaba haciendo del placer la sola felicidad accesible a la persona humana». Esto puede explicar el hecho de que casi todas las películas que ofrecen una visión irracional de la violencia caen también en el retrato deshumanizado del sexo.

Este certero documento afronta también una cuestión fundamental para sentar las bases de un debate sereno sobre el tema: delimitar a qué nos referimos exactamente cuando hablamos de «violencia y sexo en el cine». Porque, claro, hay violencia y violencia, y sexo y sexo. Y es evidente que ambos son componentes de la vida humana que el cine, como arte y medio de expresión que es, no puede dejar de tratar.

El documento define la pornografía como «una violación del derecho a la privacidad del cuerpo humano en su naturaleza masculina y femenina, que reduce la persona humana y el cuerpo humano a un objeto anónimo destinado a una mala utilización con la intención de obtener una gratificación concupiscente». Y la violencia, como «la presentación destinada a excitar instintos humanos fundamentales hacia actos contrarios a la dignidad de la persona, y que describe una fuerza física intensa ejercida de manera profundamente ofensiva y a menudo pasional».

De estas definiciones se deduce que el problema no reside en la pura presentación en la pantalla de la violencia y el sexo, sino más bien en el cómo y en el para qué de esa presentación, es decir, en su concreta resolución formal y en su intencionalidad. En el fondo, se trata de afrontar de nuevo la vieja cuestión del arte y la moral, y en concreto de la representación estética del mal. Es un tema difícil, en el que hay que superar la permisiva mentalidad del todo vale que ha extendido cierto hiperrealismo moderno. Como señaló hace unos años la periodista Flora Lewis en el semanario francés L’Express, «hay un límite a partir del cual el realismo ya no es arte ni diversión, sino asunto para mirones sadomasoquistas».

Enseñar a ver cine

Esta idea destaca la necesidad de que los principales implicados en el debate tengan más en cuenta algunas características específicas de la sociedad actual y del propio lenguaje cinematográfico.

Un primer dato es que, a causa de una deficiente formación humana y cultural, hay mucha gente que no controla racionalmente sus instintos primarios, sus reacciones pasionales. Este fenómeno, favorecido quizá por la desorientación moral de las últimas décadas, tal vez explica la proliferación en todo el mundo de grupos, muchos de ellos juveniles, con una marcada tendencia hacia la exaltación de la violencia gratuita y del sexo desenfrenado.

Por otro lado, y a pesar de vivir en una sociedad dominada por la imagen, mucha gente desconoce el propio lenguaje cinematográfico, y se enfrenta casi indefensa con sus poderosos mecanismos orales, visuales y sonoros. Esto se debe, entre otras razones, a que la mayoría de los sistemas educativos no desarrollan la enseñanza de la imagen como lenguaje para acercarse a la realidad.

Estas dos circunstancias agravan ciertas limitaciones de los medios audiovisuales como canales de difusión de ideas. Quizá la principal de estas carencias es que el cine, por su propia naturaleza, apunta más a la sensibilidad que a la inteligencia del espectador, incita más sus reacciones emotivas que sus reflexiones. De ahí también esa cierta tendencia del cine a convertir la violencia y el sexo en puro espectáculo, sin más pretensión que aprovechar las pasiones primarias del espectador. Es el principal reproche que cabría hacer a películas muy comerciales y sin mucho contenido, del estilo de El especialista, El color de la noche o Mentiras arriesgadas.

Referentes morales

Por otro lado, y a diferencia de otras épocas, en buena parte del cine actual se aprecia una notable falta de claridad a la hora de ofrecer referentes morales, necesarios para matizar los contenidos violentos y eróticos de las películas. Esto quizá se deba a la escasez de buenos guionistas, que sepan dosificar y estilizar las situaciones, y profundizar en las motivaciones de los personajes.

A veces, esta falta de referentes morales es casi total, como en películas del estilo de Corazón salvaje, de David Lynch, o Asesinos natos, de Oliver Stone, que acaban ofreciendo -queriendo o no- una visión bastante exaltante de la violencia demencial y del permisivismo sexual de sus protagonistas. Respecto a esto último, la ausencia de referentes morales también se aprecia en las últimas películas de Robert Altman: Vidas cruzadas y Prêt-à-porter.

Otras veces, las referencias morales son ambiguas, como en Sin perdón o en Un mundo perfecto, ambas de Clint Eastwood. Y también hay películas que ofrecen una clara reflexión moral contra la cultura de la violencia irracional y del sexo deshumanizado, pero oculta en una resolución formalmente muy cinematográfica, quizá de difícil acceso para el gran público. Es el caso de títulos como Pulp Fiction, de Quentin Tarantino, o Historias del Kronen, del español Montxo Armendáriz.

El gran riesgo de todas estas películas es que provoquen fascinación en vez de repulsa hacia las conductas inmorales que condenan, que pueden llegar a ser consideradas como normales, aceptables y dignas de ser imitadas por ciertos espectadores jóvenes, inmaduros o impresionables. Esto no es tan exagerado como puede parecer, porque esta reacción a contrario se ha producido con películas mucho más contundentes y claras en su reflexión moral, como Lobos universitarios, de David S. Ward.

Todos estos elementos de juicio, necesariamente incompletos y matizables, deberían ser tenidos en cuenta por los implicados para afrontar el tema con responsabilidad y ponderación. Por los productores, para llevar a cabo o no un proyecto cinematográfico y para plantear su promoción de un modo honesto. Por los poderes públicos, para otorgar a cada película la calificación por edades que merezca. Por los exhibidores, para que apliquen esta calificación con rigor. Por los críticos, para que incluyan en sus trabajos análisis claros y profundos sobre los contenidos violentos y sexuales de cada film. Y por el público, para actuar con espíritu crítico antes, durante y después de ver una película, y para hacer funcionar o no ese mecanismo tan importante para el éxito de un film que es su difusión de espectador a espectador.

Jerónimo José Martín_________________________(1) Cardenal Roger Michael Mahony, Cineastas, espectadores: sus retos y oportunidades (IX-92). El cardenal Mahony ofrece en esta carta pastoral unos útiles elencos de preguntas que sirven como criterios concretos de valoración ética de la presentación en pantalla de la violencia y del sexo. Este documento está publicado en castellano, junto al Discurso a la gente de Hollywood de Juan Pablo II (1987), en el folleto Espectáculos y comunicación (Palabra, Folletos MC, Madrid 1993, 54 págs.).(2) Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales. Pornografía y violencia en las comunicaciones sociales: una respuesta pastoral. Ciudad del Vaticano (1989).

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